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La dictadura del siglo XXI

Por Andrés Felipe Giraldo L.

El país no está dimensionando de manera adecuada el riesgo que están corriendo la democracia y el Estado Social de Derecho a juzgar por las actuaciones del Ejecutivo que ha logrado acaparar el accionar cotidiano de las tres ramas del poder público para acallar a la oposición y asfixiar el disenso. Si bien, en Colombia tanto la democracia como el Estado Social de Derecho siempre han permanecido en cuidados intensivos por razones de las diversas coyunturas, el riesgo de que caigan en un estado de coma profundo si la ciudadanía no reacciona, permanece latente ante el accionar arbitrario de un Gobierno sin rumbo, un legislativo genuflexo y una rama judicial entre cooptada y maniatada.

El bochornoso episodio del pasado jueves en el Senado de la República, en donde a punta de leguleyadas y saboteos se tumbó el debate dentro del proceso de moción de censura que se le iba a adelantar al Ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo en esa corporación, sumado a la aplastante victoria de la coalición de Gobierno para mantener al Ministro en su cargo de la semana pasada en la Cámara de Representantes, dejan ver con claridad que el Gobierno de Iván Duque ejerce su poder sin control político y con el beneplácito de la mayoría de congresistas.

Además, Uribe en libertad ha mostrado sus cartas, consciente de que el tiempo se le va agotando para concretar todas las propuestas que garantizarían su propia impunidad y la impunidad para los suyos, porque pretende darle un golpe de gracia definitivo a la Justicia Especial para la Paz a través de la derogatoria de este mecanismo de justicia transicional, con la excusa de que propicia impunidad para los guerrilleros desmovilizados, cuando lo que en realidad subyace es que le tiene un miedo aterrador a la verdad que se ha venido develando en ese escenario porque esa verdad lo compromete. A él y a los suyos.

En el comunicado que leyó Uribe al salir de su detención domiciliaria, deja clara la agenda de la extrema derecha en el país, en la cual no existe espacio alguno de deliberación para la izquierda, a la que si bien ya no llama “castrochavismo” por el carácter anacrónico, desgastado, inútil y ridículo del término, ha decidido renombrar como “proyecto socialista”. En el punto 22 del título que Uribe tituló en ese comunicado como “Algunas reflexiones sobre el presente y el futuro de Colombia” se puede leer lo siguiente: “22. No podemos permitir que el narco terrorismo(sic) y el proyecto socialista anulen las capacidades colombianas”. El hecho de que Uribe haya escrito en un mismo renglón narcoterrorismo y proyecto socialista no es casual. La manera como el partido de gobierno y el uribismo en general ha encontrado para combatir lo que ellos llaman como “proyecto socialista”, es la criminalización de dicho proyecto y todo lo que ellos creen que es afecto o aliado de este. En ese mismo comunicado la palabra “socialismo” se repite una y otra vez presentándolo como el gran enemigo de la sociedad, de la economía, del progreso, de la democracia y de las libertades, equiparando lo que podría pasar en Colombia si llegase un gobierno de este corte al poder con los casos de Venezuela y Nicaragua, omitiendo convenientemente mencionar lo que fue el Uruguay de Pepe Mujica, el Ecuador de Rafael Correa o la Bolivia de Evo, que barrió una vez más en las urnas a través de Luis Arce, después del golpe de Estado que le dieron al propio Morales.

Y para completar, Uribe remata ese comunicado con el carácter mesiánico que lo caracteriza y que tiene hipnotizados a sus seguidores, en un país parroquial y camandulero como lo es Colombia, con estas palabras: “38. Soy sobreviviente por la protección de Dios, de la Santísima Virgen y de los soldados y policías de Colombia. Razón poderosa para sentir que el reposo y la resignación no hacen parte de mis opciones”. Uribe se presenta como un enviado de Dios que está emprendiendo una cruzada al mejor estilo medieval, en donde la herejía es lo que llama “proyecto socialista”, al que hay que derrotar por la razón o la fuerza. Y como razones tiene pocas, dentro de lo que se comprende como una democracia en la que los proyectos políticos se enfrentan en el debate político y se eligen en las urnas, a él solo le queda la fuerza, que la consigue a través de la cooptación del Estado y la criminalización del disenso.

Resulta paradójico (y hasta irritante), que el Gobierno se empecine en tomar como caballito de batalla atacar a la oposición política tachándoles de aliados del narcoterrorismo, mientras uno de sus embajadores tiene que estar dando explicaciones por la aparición de cuatro laboratorios para el procesamiento de cocaína en una de sus fincas, y las fotos de campaña del actual presidente Iván Duque estén plagadas por el testaferro del temido narcotraficante Marquitos Figueroa conocido como el Ñeñe Hernández, ya asesinado junto con todos sus secretos, sobre el que recaen serios indicios de haber financiado dicha campaña con dineros de origen oscuro. Parece que al uribismo en el poder no le molestara el narcotráfico sino la competencia.

Por eso insisto, los riesgos que están corriendo la democracia y el Estado Social de Derecho en Colombia son reales. En primer lugar, porque Uribe gobernando puede (y lo está haciendo) usar la institucionalidad para torcerle el cuello a lo alcanzado en La Habana a través de los acuerdos de paz. De otra parte, la criminalización de la protesta social es evidente y los medios de comunicación del establecimiento han servido de caja de resonancia de ese despropósito. Por ejemplo, la Revista Semana tituló con gran escándalo que la minga indígena que se desplazó desde el Cauca hasta Bogotá estaba infiltrada por las disidencias de las FARC y por el ELN de acuerdo con “informes de inteligencia militar”. La minga indígena no solo no estaba infiltrada, sino que mostraron un comportamiento ejemplar en la carretera y en cada estación en donde se detuvieron, incluso en Bogotá. No provocaron un solo disturbio y hasta la basura recogieron. Este es el momento en donde no he leído ni escuchado un solo pronunciamiento de Semana retractándose de esa calumnia, peligrosa por de más, y se muestran más bien como el megáfono  de las fake news del Gobierno y sus organismos de “inteligencia”.

Como lo señala Maria Jimena Duzán en su columna de esta semana, el uribismo es un movimiento político en decadencia. Sin embargo, y no me cabe duda, harán todo lo posible para perpetuarse en el poder como ya lo hicieron antes. Pero como ahora tienen menos respaldo popular, harán todo lo posible por acomodar a la institucionalidad a sus intereses. El tiempo corre y ellos tienen que actuar cada vez con mayor celeridad y menos disimulo. Y en el 2022 también habrá que tener cuidado en las elecciones, tanto en las legislativas como en las presidenciales, porque para nadie es un secreto que el Registrador también salió del bolsillo del uribismo.

Uribe remata el comunicado ya aludido de la siguiente manera: “Saludo compatriotas. Ojo con el 22. Por la defensa de la libertad y la democracia, hasta el final”. De acuerdo. Ojo con el 22, para que el 82 no se perpetúe en el poder y se consolide como la dictadura del siglo XXI en Colombia.

Fotografía tomada de El Tiempo.

 

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