Por Andrés Felipe Giraldo L.
En Colombia hay golpistas tan despistados que no se dan cuenta de que lo son (¿O no es despiste?). Son los biempensantes de “centro” que se volvieron expertos en minimizar y en menospreciar las señales evidentes y claras que indican que en Colombia se fragua desde la extrema derecha y lo más rancio del establecimiento un verdadero Golpe de Estado. Y ellos, los tibios, son un poco de ambas: de derecha cuando les conviene (una vez han llegado al poder con el discurso de la izquierda), y del establecimiento, cuando se unen para defender sus privilegios.
Aunque la mayor gendarme del fascismo en Colombia (algo así como la Mussolini del Valle), y próxima candidata presidencial, María Fernanda Cabal, dijo con toda contundencia y nitidez en un evento público que el deber de su secta es lograr que Petro no termine sus cuatro años de mandato, para “el centro”, esto no significa nada. Ningún indicio les convence y ninguna prueba les es suficiente.
Tampoco les basta con que una figura tan importante en Colombia como el Fiscal General de la Nación haya abandonado sin ninguna vergüenza (en realidad nunca las tuvo) la ecuanimidad e imparcialidad que deben regir a cualquier operador de justicia para tomar partido desde la militancia política y que, en pleno ejercicio del cargo, dijera que Petro, el Presidente, es un “accidente” y que su mandato es “ilegítimo”, con esas palabras, que no son más que una afrenta a la institucionalidad y al derecho obtenido a pulso de más de once millones de electores que votamos por él. Un Presidente que fue elegido en franca lid contra todos los pronósticos y venciendo la mayoría de las encuestas del establecimiento que lo ponían a perder en segunda vuelta hasta con el más ridículo de los candidatos con alguna opción. Por supuesto, hablo del candidato de ellos, de los tibios, que al final sacó un lastimero 4% del total de los votos. No se entiende cómo Francisco Barbosa cuestiona la legitimidad de más de once millones de votos y llama “accidente” al mandato legítimo de Petro cuando él ocupa “el segundo cargo más importante de la Nación”, como él mismo se define, cuando su único mérito para llegar allá fue el de ser amigo personal de Duque.
Y ni hablar de la arremetida de los medios tradicionales que han enfilado sus baterías contra el Gobierno, siendo los periodistas más ponderados los que han salido con insinuaciones, sin ningún sustento más allá del rumor, de que Petro es drogadicto o que el hijo del Canciller, un joven díscolo de cincuenta y tantos años, tiene intereses ilícitos en el proceso de licitación de los pasaportes, todo con base en conjeturas, verdades a medias e informaciones tergiversadas. Y lo más irritante es que disfrazan sus rumores de “cartas abiertas” o “cuestionarios”, porque el periodismo, la investigación y el rigor no les alcanzó.
Imaginen entonces cómo se ha comportado la prensa que abiertamente representa a la extrema derecha, que liderados por la directora energúmena de un pasquín de amplia difusión, han hecho del periodismo una fábrica de bulos con el único objetivo de desestabilizar al Gobierno. Aún estamos esperando a que el “testigo anónimo” que le dijo a Vicky Dávila que Laura Sarabia sacó cinco maletas de su casa con más de tres mil millones de pesos dé la cara, o a que aterricen los helicópteros que sacaron a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia del Palacio por el techo porque los estaban asediando. El nivel del periodismo del establecimiento es tan vergonzoso, que cuando un medio alternativo investiga de verdad, como la Revista Raya, lo que se preguntan las pueriles periodistas de los medios tradicionales no es si la gravedad de la información que se presenta es real, sino que prefieren perfilar al medio que sí hace la tarea y dudar de su financiación. Absurdo. Y estos son solo algunos ejemplos, porque a diario el propio Presidente debe salir a desmentir a los medios, que lo critican porque “se la pasa tuiteando”. Por supuesto, se está defendiendo de las mentiras y la desinformación ¿Qué esperaban?
Y los tibios son la caja de resonancia de toda esa información falsa, que no la producen pero sí la propagan con una saña y una mala leche que no pueden disimular. Matizan sus ataques con entradas como “si esto es verdad” o “el Presidente debe dar una explicación”, entre muchas otras, cuando saben desde el principio que detrás de esto no hay más que mentes siniestras manipulando a la opinión pública para generar sensación de caos e inestabilidad social. Los tibios son los típicos aplaudidores de los bullyies de colegio que no hacen el trabajo sucio, pero que disfrutan con el sufrimiento de la víctima, le echan leña al fuego y se burlan de los daños.
Como si todo lo anterior fuera poco, la Procuraduría, otra entidad cooptada por el uribismo desde el anterior gobierno, suspende sin atenuantes al alcalde de Medellín por hacer un chascarrillo en un vehículo metiendo el cambio, mientras que a la representante por excelencia de “el centro” político, Claudia López, alcaldesa de Bogotá en su momento, no le hizo ni una mísera amonestación cuando varias veces en público pidió explícitamente no votar por el candidato de la izquierda en las elecciones de su sucesor. Si eso no es participación en política, no sé qué lo es. Y para completar, esa misma Procuraduría suspende al Canciller en ejercicio, un hecho sin precedentes en la historia reciente del país (o al menos desde que existe la Constitución de 1991), con base en unos argumentos tan flojos, que lo único que se puede prever es que la sanción disciplinaria ya está redactada sin que hubieran leído siquiera los descargos, tal como lo manifestó el abogado de Leyva en la carta que envió a esa Entidad para pedir que se revocara la suspensión.
A los tibios nada de esto les indica que el llamado del Presidente para evitar un Golpe de Estado es sincero, honesto y desesperado. Desoyen el clamor de la democracia que tiembla ante estas arremetidas que no solo se quedan en el discurso de María Fernanda Cabal, sino en las acciones concretas de Francisco Barbosa y Margarita Cabello, que han usado a los entes de control para ensañarse contra el Gobierno, aliados con la prensa de la extrema derecha, que son sus voceros extraoficiales y que tienen filtradas las noticias antes de que salgan publicadas en sus páginas oficiales.
Fariseas como Catherine Juvinao o Katherine Miranda, que se hicieron elegir con los votos de la izquierda como buenas “centristas”, para darle la espalda al Presidente una vez sentadas en sus curules, prefieren burlarse y soslayar esta situación antes que notar la gravedad del asunto. Gastan decenas de post en su cuenta de X para ridiculizar el clamor del Presidente, pero poco o nada se les ve decir de lo que pasa con las decisiones de la Procuraduría o de la Fiscalía que buscan socavar la gobernabilidad de Petro. Por su parte, el buen Humberto de la Calle se ensaña contra el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, que no se caracteriza propiamente por sus posiciones de izquierda, dizque para hacer respetar la democracia en Colombia que según él goza de buena salud. ¿En qué país vive el buen Humberto que no nota todo lo que estoy señalando acá? En cambio, no le tiembla la voz para condenar las manifestaciones populares que se concentraron el 8 de febrero frente al Palacio de Justicia llamando “asonada” a una simple escaramuza de un trío de desadaptados que fueron fácilmente controlados por el resto de los manifestantes.
Los tibios agrandan, maximizan y exageran todo lo que afecte al Gobierno fortaleciendo el discurso de la oposición, pero cuando es el Gobierno quien llama a la solidaridad para que se respeten la institucionalidad y el mandato popular lo minimizan, lo soslayan, lo ridiculizan y lo acusan de azuzar a la ciudadanía contra las instituciones, cuando en realidad a este Gobierno es lo único que le queda, pueblo, porque los biempensantes están ocupados viendo qué critican, a qué se le atraviesan, como sabotean más los cambios que están propuestos desde la campaña, porque se dieron cuenta de que van en serio y que afectan sus privilegios. Porque los tibios son queridos hasta que les amenazan la burbujita de bienestar que no están dispuestos a compartir con nadie, porque los pobres les caen bien mientras sigan siendo pobres y no pongan en riesgo su riqueza.
No se pide que en Colombia no haya oposición. Por supuesto que no. Lo que se pide es que esa oposición tenga altura y sea consecuente con los retos de la historia. Esto es algo que no se le puede pedir a la extrema derecha que tiene más militantes en la cárcel que en el Congreso. Mientras el Centro Democrático y Cambio Radical debaten si es mejor tener una sede en Teusaquillo o en La Picota, “el centro” político se encarga de sabotear la gestión del actual gobierno sin más contraste que lo que les presentan los medios de comunicación tradicionales, que ya he descrito en estas columnas hasta la saciedad, mostrando su sesgo, su mala intención y los intereses particulares a los cuales responden, que no son para nada los intereses de los más vulnerables y los más necesitados. Y de hecho, ya no le pido a los tibios que sean consecuentes con esa farsa de que son de “centro”. A estas alturas solo se les pide que salgan del closet político y asuman las banderas de la derecha a la que pertenecen: defensores del status quo, burócratas de profesión, miembros activos del establecimiento, clientes activos de las puertas giratorias entre el sector privado y el sector público, defensores de los gremios y el empresariado; en fin, filipichines que por la mañana asisten a alguna junta directiva de las empresas o a sus curules en el Congreso y por la tarde van a Voces RCN o a Hora 20 a hablar de lo mal que va el país, a pesar de que a ellos les está yendo supremamente bien.
En resumen, no creo que estemos hablando de un grupúsculo de despistados que no sepan que en el país se fragua un Golpe de Estado. Creo más bien que conocen bien su misión de convertirse en soporíferos de las masas para que el Golpe avance sin mayor resistencia. Además, a un tipo como Fajardo se le da bien esta función de provocar sueño, aunque crea que no provoca nada, y Robledo sería el primero en ofrecerse para reemplazar a Petro en caso de que el Presidente sea derrocado, porque esta es la única manera en la que Jorge Enrique llegaría a ser el huésped de la Casa de Nariño. O dictador, para este caso, algo de lo que recurrentemente culpa a Petro con toda la envidia que cabe en su ser.
El Golpe tibio no es menos grave que el Golpe blando. Son dos movimientos simbióticos y coordinados que a diario minan la gobernabilidad de Petro sembrando la sensación de que el país es un desastre y que solo ellos pueden salvarlo, a pesar de la evidencia. Los índices económicos muestran que nada está peor de lo que estaba antes. Por el contrario, la mayoría de indicadores han mejorado. Las empresas internacionales siguen invirtiendo y las nacionales se mantienen como siempre ha sido, unas abren y otras cierran. El orden público si bien sigue en cuidados intensivos, ha mostrado mejoría en la mayoría del país. En fin, nada de lo que está pasando justifica que Petro no termine sus cuatro años de gobierno, como amenazó Benita en su discurso. Pero para los tibios es más fácil hacerle la segunda voz a los golpistas y callar los clamores que temen que esta idea tome fuerza y forma, porque al final saben que de darse, serán los primeros beneficiados. A nadie le incomoda más un Gobierno de Petro que a los tibios y nadie capitalizaría mejor su salida prematura del Palacio de Nariño que ellos. Porque son expertos en mostrarse como los bomberos, los héroes de los incendios que ellos mismos provocan. Sino pregúntenle a Galán.
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