Por Andrés Felipe Giraldo L.
La entrevista parecía más bien una charla entre amigas. Una le contaba a la otra lo bien que van en el manejo de la pandemia y el trabajo impecable de la alcaldía para hacer frente a la crisis. No hubo un solo cuestionamiento. No hubo una sola pregunta incómoda, no hubo un solo reproche. Por ejemplo, cuando todos esperábamos respuestas sobre la inversión millonaria en la adecuación y alquiler de Corferias, que solo sirvió de set para videos de TikTok, solo había gestos de admiración. Cuando esperábamos que se aclarara por qué las cifras de la Personería y las de la Alcaldía sobre las UCIs disponibles en Bogotá eran tan dispares y tan preocupantes, no hubo más que asentimientos con la cabeza. Incluso, en la presentación de Twitter de la entrevista, María Jimena Duzán dijo que la alcaldesa reconoció que haberse ido de vacaciones fue un error. No es verdad. La alcaldesa jamás se disculpó. Solo dijo que solo se fue dos días de vacaciones. Ninguna disculpa.
Sí, la entrevista de las preguntas incómodas que la propia María Jimena sugiere que se debe hacer como deber periodístico jamás apareció. Y para rematar, la alcaldesa termina la entrevista diciendo que peor que el COVID es el populismo de derecha y de izquierda, una entelequia concebida con el único propósito de evadir la crítica tratando a todo el mundo de radical y fanático, en una situación en la que hay muchas más preguntas que respuestas. Mientras, Duzán celebraba el chascarrillo diciendo que ella sabía cuáles son esos extremos y ambas se ríen, porque comparten esa narrativa de la polarización en la que el biempensantismo de “centro” se para en el curubito moral e intelectual de la crítica para tachar a los demás de fanáticos. En la última toma, las dos salen caminando de espaldas riéndose de sus ocurrencias, mientras que en la realidad dramática, que jamás confronta la periodista con el rigor que merece la situación, los contagios se cuentan por decenas de miles y los muertos se suman como si se cayera un avión repleto de pasajeros a diario.
De acuerdo, la entrevista fue una vergüenza para develar el trasfondo de una crisis en la que el Distrito debe dar respuestas claras a una ciudadanía desconcertada, angustiada y confundida y no para subir la popularidad de la alcaldesa.
Pero reducir la situación a que Claudia López le pagó a María Jimena Duzán y que Duzán se vendió, como lo señaló el “polémico” senador Armando Benedetti, no solo es una afirmación temeraria, sino que además es irresponsable. Benedetti no tiene más prueba para soportar esta afirmación que sus prejuicios y su afán de ganar puntos con su nueva camiseta de líder indiscutible del transfuguismo político, ahora como militante de la Colombia Humana. Esa inferencia es la más simplista y banal para analizar la debilidad en el rigor y la investigación de una entrevista que hace una periodista reconocida por su calidad y prestigio. Esto es afirmar con mucha ligereza (y más mala leche) que una periodista que se ha enfrentado a los carteles más peligrosos del país, sin más defensa que su pluma, es corrupta. Y Benedetti, que bastante sabe de corrupción, debería saber que por ahí no va la cosa.
En lo personal, no me cabe duda de que María Jimena Duzán desarrolló una entrevista ligera y distendida a una alcaldesa cuestionada por mera afinidad, por simpatía, por darle un espacio amplio de difusión y divulgación de explicaciones sin resistencia del contrapoder que debe representar el periodismo en momentos de crisis. Ahí no hay pisca de mala intención, porque aunque parezca increíble, hasta los periodistas que se declaran más imparciales y objetivos, tienen preferencias electorales y sesgos políticos. Algunos lo hacen más evidente que otros. Por ejemplo, para nadie es un secreto que Hollman Morris hace periodismo desde la militancia de la Colombia Humana. Es su carta de presentación, él se enorgullece y desde ahí ubica la cámara y prepara sus libretos. Está bien, hace periodismo militante y a nadie se lo oculta. De hecho, lo prefiero como periodista militante que como político.
Pero no todos los periodistas hacen evidente su sesgo político, justamente porque en su arrogancia profesional y su prestigio un tanto soberbio (ganado a punta de trabajo) prefieren defender su apariencia de imparcialidad que confesar abiertamente sus simpatías políticas. Y esta no es una característica exclusiva de Duzán. La mayoría de periodistas con una trayectoria respetable se declaran imparciales porque, entre otras cosas, de esta presunta imparcialidad pende su credibilidad, que es el mayor patrimonio de cualquier comunicador. Pero no podemos caer en el infantilismo, como consumidores de medios y analistas de ocasión, de pretender que todos los periodistas van a traslucir sus preferencias políticas. Ni siquiera se los podemos exigir. Este es un ejercicio de inferencia en el que debemos deducir dichas preferencias, hacerlas evidentes y confrontarlos aprovechando los espacios de interacción que brindan las redes sociales.
Pero de confrontar los periodistas serios a arrastrar con su honorabilidad y reputación, hay un trecho largo. Hay que saber diferenciar, por ejemplo, entre un pseudoperiodista como Gustavo Rugeles, que es una fábrica de infundios malintencionados y fakenews, cuyos financiadores están claramente identificados (tanto como sus turbias intenciones), y una señora periodista como María Jimena Duzán, que ha dedicado su vida a enfrentar la corrupción arriesgando su tranquilidad y poniendo en peligro su vida a diario, desnudando a los clanes más poderosos y con mayor influencia en el país, como lo fue en su momento el cartel de Medellín y, más recientemente, al clan de los Char de la Costa Atlántica. No hay punto de comparación ni se puede rebajar a una periodista de los quilates de Duzán a la ramplonería y vulgaridad de Rugeles.
Da pesar que una gran periodista como María Jimena Duzán comprometa su credibilidad haciendo una entrevista complaciente a una alcaldesa cuestionada, no solo por la coyuntura de la pandemia, sino porque Claudia López mintió muchas veces en campaña con promesas y compromisos que incumplió ya en el ejercicio del cargo. Da pesar que su criterio político esté viciado por esa falacia repetida de la polarización y que se una al eco de los cantos de sirena que reducen todo a que en Colombia hay dos extremos igual de nocivos y que la salvación está en un “centro” aguachento e inaprehensible. Pero María Jimena no es política. Es periodista. Y cuando hace entrevistas que pretenden ser periodísticas con un criterio político se le nota. Y está bien que el debate se encienda en ese reproche. Pero atacar su reputación, desconocer que durante décadas ha puesto el pellejo para denunciar la podredumbre y la corrupción en un país en el que los corruptos mandan, es una canallada. Y más canallada que la encerrona venga de un politiquero que se ha valido de los vicios tradicionales del poder local y nacional para escalar en una carrera que tiene más oscuros que claros como Benedetti. Sin duda, es mucho más respetable Duzán como periodista que Benedetti como político.
Debemos ser lo suficientemente suspicaces para detectar el sesgo político de cada periodista. Debemos ser agudos para notar que ese sesgo influye en sus aproximaciones a la realidad. Debemos ser lo suficientemente amplios para tomar lo que consideramos riguroso de ese periodista y desechar lo que claramente responde a unos intereses que transgreden la imparcialidad y que ocultan una realidad más profunda. Y si nada de eso es suficiente, estamos en todo el derecho de cancelar a ese periodista dentro de la costumbre que hemos vuelto habitual de cancelar todo lo que no nos gusta, con o sin razón. Nadie está obligado a seguir a quien no quiere, y eso no merece mayores explicaciones. Pero sí debemos ser un poco más justos a la hora de confundir los sesgos con la corrupción.
María Jimena Duzán hizo una entrevista desde la afinidad personal y política. En lo personal, creo que eso le quita cualquier valor periodístico a su esfuerzo y el resultado no queda más que como un informe de gestión de la alcaldesa sobre la pandemia. Pero eso no incide ni una pizca en la admiración profunda que le tengo a la periodista capaz de enfrentarse a las mafias que dominan al país con tanto valor y dedicación. Creo que tengo el discernimiento suficiente para saber diferenciar cuándo un trabajo periodístico tiene una influencia que vicia el producto. Y tengo el criterio suficiente para identificar el interés que mueve a un camaleón político como Benedetti, a quien si algo le falta, es autoridad moral para denunciar la corrupción.
Fotografía tomada del canal de Youtube de María Jimena Duzán.
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