Columnas de opiniónPeriodismo

El populismo necesario

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Hace un par de meses estuve discutiendo con Juan Montoya en Twitter sobre el significado del populismo. Él me preguntaba si para mí la palabra populismo tenía una connotación negativa y que si no lo estaba confundiendo con la demagogia. Revisé un poco los conceptos y la definición de demagogia no tiene ambigüedades. Palabras más, palabras menos, la demagogia es el arte del engaño político a través del discurso. Por ejemplo, criticar el Metro elevado en campaña y decir que es lo peor que le pudo pasar a Bogotá, para terminar firmando los contratos en la administración, agradeciendo con emoción al gestor del proyecto, es demagogia. Y quien engaña es un demagogo. Una demagoga, para este caso. En cambio, la palabra populismo tiene diversas interpretaciones. Usualmente se usa en tono peyorativo para señalar a los políticos que exacerban los sentimientos populares con fines electorales, lo que en algún momento se llamó “para el pueblo pan y circo”. En la discusión con Juan me quedé con esa interpretación negativa sobre el populismo, pero las dudas que surgen con la reflexión me han venido persiguiendo.

Después de leer algunos textos y artículos al respecto, he notado que la palabra populismo simplemente se relaciona con el afecto por lo popular, sin sesgos. Se usa para señalar todas aquellas manifestaciones que apelan al pueblo con intenciones políticas, algunas veces con el fin de manipular, pero en otras con el claro propósito de llamar a la reflexión y la movilización popular sobre asuntos que son de interés general. Es decir, la palabra populismo no tiene una connotación negativa per se, pero se ha convertido en una expresión común para descalificar a los críticos o contradictores de una autoridad. Por eso no es extraño escuchar a Claudia López hablar de “populismo de izquierda” y “populismo de derecha”, con el fin de equiparar a sus opositores como males equivalentes y, de paso, desacreditar las críticas en contra de su administración.

Sin embargo, es claro que en un país como Colombia existe un populismo necesario. Para Maurice Duverger los partidos políticos son los puentes entre la ciudadanía y el Estado. A través de los partidos los ciudadanos deberían canalizar sus intereses, fines y necesidades de acuerdo con la bandera de cada partido o movimiento político. Pero no cabe duda que los partidos políticos en Colombia han roto ese puente entre la ciudadanía y el Estado y se han dedicado a representar los intereses de las élites. La mayoría de ciudadanos no se sienten representados por los partidos políticos, que se dedicaron a montar gigantescas maquinarias electorales con el fin de cooptar el poder regional y nacional para unas minorías poderosas, acaparadoras y vergonzantes, que exprimen los recursos del Estado y legislan para favorecer intereses particulares. Es así que la ciudadanía en general y el pueblo en particular se han quedado sin representación política. La mayoría de la gente siente repugnancia por la política que se ha convertido en el escenario por excelencia de la corrupción. Esta apatía se traduce en una desconexión entre la política y los ciudadanos, los partidos cada día están más lejanos en el imaginario colectivo como gestores de causas sociales y el Estado, lejos de ser la instancia en donde se vela por el orden y el bienestar de la sociedad, no es más que una superestructura de opresión de los ricos sobre los pobres, tal como lo definiera Marx.

Es decir, existe un vacío de representación y mediación entre el pueblo y el Estado. Algunos aprovechan este vacío para exacerbar la demagogia con el fin de escalar políticamente. En campaña se les ve apelando al pueblo, repartiendo volantes entre los ciudadanos del común y haciendo reminiscencias sobre esos orígenes populares de sus luchas sociales. Una vez llegan al poder, se convierten en déspotas intocables, arietes del establecimiento y gendarmes represivos a los que no les importa pisotear al pueblo en nombre de la autoridad y el orden. En otras palabras, la demagogia es la carroza sobre la que cabalgan los traidores de clase.

Por eso es necesario un populismo activo, sin ambigüedades, que surja del pueblo y para el pueblo, que trascienda el discurso y tenga la capacidad y la organización para tomarse por la vía democrática las instituciones del Estado. Un pueblo traicionado por los partidos políticos no tiene más alternativa que representarse a sí mismo. Por eso son tan importantes en este momento los liderazgos populares. Pero no esos noveles liderazgos serviles al poder y a sus propios  intereses, vacíos de propuesta y plenos de intereses, que una vez obtienen el éxito electoral rompen el vínculo con sus representados. Se necesitan verdaderos liderazgos populares que surjan de las luchas de todos los días, de los trabajadores cuyas condiciones son cada vez más precarias, de las madres cabezas de hogar abandonadas por el Estado, de las personas en condición de discapacidad que viven en las montañas y padecen día a día el martirio de transportarse, de los estudiantes que salen por miles de los colegios en medio de la incertidumbre por no tener cupo en una universidad pública ni plata para pagar una universidad privada, del campesino eternamente despojado, eternamente desplazado, eternamente masacrado. Se necesitan liderazgos que surjan de la tierra y del barro y no de los cócteles de los clubes. Se necesitan comunidades organizadas que sean capaces de reconocer, perfilar y apoyar a esos líderes con la convicción de que serán leales y que no van a olvidar de donde vienen cuando lleguen al poder.

Se necesitan esos líderes y el establecimiento lo sabe. Por eso asesinan a diario a los líderes sociales y ambientales, porque el establecimiento tiembla ante esos titanes surgidos del pueblo que aprendieron a reclamar del Estado el bienestar para sus comunidades porque no es ningún regalo, porque descubrieron que es un deber inaplazable y perentorio que deben cumplir las instituciones que se pagan con los impuestos de todos porque la Constitución les obliga. Cada vez que muere el líder social se cortan las alas de la revolución, se marchita la democracia, se le niega la posibilidad al pueblo de tener un mejor porvenir.

En este sentido, el populismo no solo es un deber, es una obligación. Es necesario prescindir de esa mediación conveniente a las élites de los partidos políticos para que el pueblo recupere las riendas de su representación política. Que sean los partidos los que deban hincarse para volver al pueblo y rompan las redes que los atan a esas élites explotadoras y corruptas que se adueñaron del país. Es imposible pensar en la revolución sin el pueblo. Es imposible pensar en el pueblo sin el populismo. Hay que quitarle la etiqueta estigmatizante al populismo para que la palabra recupere su dimensión social. Hay que convertir del populismo una fuerza de reivindicación social y desnudar a quienes usan el populismo para evadir la crítica. Quienes usen al populismo en su discurso, que sea para convocar al pueblo en el reclamo de sus legítimos derechos, para exigirle a la gente que cumpla con mística y convicción sus deberes ciudadanos. El populismo tiene que dejar de ser la manipulación del pueblo a través del discurso y debe ser comprendido en adelante como el antónimo del elitismo. Esta es la nueva configuración del populismo, el amor por lo popular, el compromiso con el pueblo, la organización de las fuerzas de la comunidad para tomarse las instituciones del Estado a través de la democracia.

Hay que perderle el miedo al populismo y hay que desnudar a los demagogos que usan el término para blindarse contra la crítica. Hay que reclamarle en las urnas a esos hijos del pueblo que se le entregaron a las élites y traicionaron a su clase para que no vuelvan a gobernar. Al menos no en nombre del pueblo. Que se quiten de una vez por todas la careta y que reconozcan que representan al establecimiento. Hay que dejarse de tibiezas y medias tintas para reconocer que en Colombia hay una base amplia, desposeída y oprimida que está cansada de mendigar lo que se le cae a los ricos y a los poderosos de la mesa. Es el populismo la fuerza llamada para estructurar la lucha de los oprimidos. El pueblo debe recobrar las riendas de su destino y la política es la herramienta, la democracia el escenario y la gente común la fuerza.

Hay un populismo necesario que emerge desde las bases sociales que han sostenido con sangre, sudor y lágrimas los privilegios de unas élites reducidas, explotadoras e indolentes. Luchar unidos, recuperar las banderas populares y movilizar los liderazgos sociales emergidos entre la precariedad y las necesidades es reconfigurar el populismo. Seamos populistas y llenemos de contenido social nuestros discursos. Y revelemos cómo esos que hablan de populismo en tono peyorativo para quitarle valía al pueblo son los mismos que se han valido del pueblo para llegar hasta donde están olvidándose de sus orígenes. El populismo vive y tiene que gobernar. Este es el populismo necesario. Seguir estigmatizando al populismo no es más que otra jugada de los demagogos que le temen al pueblo.

 

Comment here