Por Juan Francisco Florido
La primera vez que yo, nacido en 1990, conocí o tuve contacto con la vida, obra y milagros de Les Luthiers, ya habían pasado casi cuarenta años de su propia historia. Más allá de las anécdotas, los chistes malos que mi padre burdamente les plagió (los buenos los iba a descubrir a posteriori) y algunos CD copiados (o como ellos los llamaban, compact daisc), yo no me había dado por enterado ni siquiera de que ellos existían. Al encontrarme con el material que tenía mi padre en su colección de compact daiscs, mis primeras impresiones fueron digitales. No les encontraba gracia, ya sea porque era muy pequeño o porque el material era solo de audio. Mi abuelo, que para entonces estaba vivo, tampoco les encontraba gracia, precisamente por lo mismo. Pero mi papá consideraba que la falta de video en temas grabados como «Ya el sol asomaba en el poniente», «la Bossa Nostra», «Teresa y el oso» y «la Chacarera del ácido lisérgico» también llamada «conozca el interior» (tradicional alucinógeno OP 24 en LA mayor euforia) no iban en desmedro de la calidad de sus obras. Todo lo contrario. Iban en desmedro.
Así fue hasta la aparición de un nuevo tipo de piratería: la del DVD. Para ese entonces, los juegos de palabras que pasaban de lo figurativo a lo literal ya me hacían reír tanto como a mi papá y me preocupaba tremendamente estar volviéndome viejo. Y eso que no tenía ni 16 años. Aún no alcanzaba ni siquiera a ser uno de esos jóvenes de hoy en día. Un día, de la nada, mi padre llegó de San Andresito con los espectáculos de Les Luthiers en DVD y me dijo lo siguiente: «Hijo, recuperemos el tiempo perdido». Pero en lugar de azotarme, destapó una caja, encendió el DVD y le dio play al video. A medida que iba comenzando le dije a mi padre, «Jamás me hubiera imaginado así a Les Luthiers» a lo que él me contestó «Tienes razón, hijo. Estamos viendo “Buscando a Nemo”». Cuando finalmente terminamos la película, colocamos el DVD del vigésimo aniversario. Fue maravilloso. Un millenial descubría a Les Luthiers en una grabación de su vigésimo aniversario, reproducida casi veinte años después. Estaba lejos de ganarme un título de «adelantado».
No obstante, siendo justos, la lógica del encuadre también les quitaba algo de encanto. Dentro de su torpeza altamente estudiada, todas las reacciones de los músicos eran hilarantes. Lastimosamente, no podía verlas todas. Solamente podía ver lo que la cámara elegía encuadrar. Y en muchos momentos, para mi tremenda molestia, el público anticipaba las risas a algunas reacciones que la cámara no mostraba. Además de la mala calidad de las primeras grabaciones, eso era lo que menos disfrutaba. Por lo demás, ver los instrumentos informales era mucho más fascinante que solamente escucharlos. Muchas cosas ahora adquirían sentido, como por qué había gracia en la confusión de «la bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa». Pasar del juego de palabras a la exactitud del chiste visual dentro de la ejecución de los músicos, o mejor dicho de las canciones, podía mantenerme muerto de la risa durante horas. También podía darme el lujo de ver, durante una maratón de un día de sus espectáculos, cómo cuarenta años de trayectoria habían sido la causa de más finura en sus chistes, más versatilidad en sus recursos técnicos, más creatividad en la invención de sus instrumentos y más manchas hepáticas en la calva de Marcos Mundstock, de lejos, mi favorito eternamente. Al decir que «el tiempo es un maní», definitivamente no mentían.
Con el paso de los años, me iba encontrando amigos fanáticos a los que identificaba gracias al uso indiscriminado de chistes de Les Luthiers. Algunos de ellos tenían su colección de discos originales y me los presumían. Mi respuesta, citando a Aparicio Aguaribay, era «¿Qué original ni qué original? A mí lo que me interesa es la reproducción». Y vaya que hubo re producción y recontra reproducción en los años venideros (siempre que se entienda a sus nuevas piezas como sus hijos y a las tandas enteras de sus recitales como una «reproducción en video»). Mucho de su material se comenzó a subir por YouTube, volviéndose aún un fenómeno mucho más grande, entretenido y asequible. Mientras más iban envejeciendo, los espectáculos eran mucho más multitudinarios como lo muestra el recital junto al obelisco de Buenos Aires y la presentación en Cosquín. Pasaron de ser música de cámara (no confundir con cámara de comercio, frigorífica o séptica) a ser prácticamente rockstars capaces de llenar estadios y fenómenos de internet. Para muchos de sus fanáticos más conspicuos se volvió un placer mantener conversaciones de horas enteras con sus diálogos y chistes, mucho antes de que Los Simpson, a su vez, lo pusieran de moda. Por eso mismo, las muertes de Daniel Rabinovich y de Marcos Mundstock, además de la retirada de los escenarios de Carlos Nuñez Cortés, todo lo anterior ocurrido durante esta época, fueron tan impactantes para mucha gente como un golpe al intentar entrar por la puerta grande mientras esta está cerrada. Si bien durante su trayectoria hubo cambios en la formación, los fanáticos de mi generación (aún conocidos como «los jóvenes de hoy en día» al menos por un par de años más) somos quienes más lo resentimos. Para nosotros, Gerardo Massana es un nombre importante, pero sin un rostro al cual podamos identificar y Ernesto Acher ya había dado un paso al costado, incluso antes de nuestro nacimiento. Además, nos resulta muy doloroso saber que jamás tendremos la oportunidad de ver sobre el escenario a Marcos y a Daniel. O, mejor dicho, a Ramírez y a Murena.
El motivo de esta nota es rendir un pequeño tributo a un enorme conjunto que, sin ellos saberlo, me permitieron acompañar una buena temporada de mi vida, me han inspirado a tratar de ser ingenioso y me han permitido alivianar un poco la lucha contra mi depresión, en especial, durante estos últimos años. Todo esto ahora que anuncian su última gira después de 55 años de trayectoria. Si bien puedo decir que yo era un infeliz, conocer los recitales de Les Luthiers en el puesto instalado en el hall del teatro me permitió dejar de sufrir. Para finalizar este valiente testimonio, debo decir que me siento en deuda con ellos por haber hecho parte de mi crecimiento, no solo como persona, sino como ser humano, a quienes espero ver, así sea de lejos, si es que contemplan a Rodrigombia dentro de su gira de despedida. Para ellos solamente me queda una palabra: mil gracias… Dos mil gracias.
NOTA DEL AUTOR: Antes de ser acusado de plagio por los lectores, he de reconocer que muchos de los chistes y los juegos de palabras del presente texto me son totalmente ajenos. Probablemente sean de Gunther Fragher.
*Fotografía tomada de lesluthiers.org
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