Servicios editorialesTalleres de creación literaria

Delirios de otrora

Por Manuel E. Rivera

Con mucha pereza, como ya se ha vuelto costumbre, salí esa noche. Ese día sí que los ánimos estaban bajitos, pero era tanta la insistencia de mi mujer, que decidí salir a darnos un aire… otro, pero este era especial, íbamos a ver tocar al artista con el que mi esposa trabaja, al que además conozco desde hace años, más de los que quisiera aceptar, así que la salida tenía ese tinte social laboral, que tanto me des-apasiona.

Como siempre, el frío de la calle me despertó y me dio esa ilusión de carga extra que arranca con los huesos acomodándose, recordando viejas épocas, pero que hoy ya no me ilusiona tanto. Lo piloteo, eso sí, porque si algo he entendido a lo largo de los años, es que la euforia en exceso termina en un guayabo insufrible, que la verdad no estoy dispuesto a padecer. Puede ser la rumba del que sea, como se lo expliqué a mi esposa, a lo que ella me respondió con ese ¡ajá! desdeñudo de siempre, que ya sabemos en qué termina: en un guayabo insufrible.

Llegamos al sitio, un bar de los de ahora, el cual por supuesto no tenía idea de que existía, pero que tooodos conocen y que está de moda. Nosotros en lista, gracias a Dios no tuvimos que hacer fila y mucho menos pagar cover, algo que desde siempre es una variable de éxito, y la asumí como tal, de ahí mi forma casi soberbia de entrar al sitio, como si fuera un patrón más. No es que yo sea así, de hecho en mi vida cotidiana estoy lejos de sentirme un patrón, pero esa noche, valga la aclaración, entre patroniado, como diría un personaje que conozco más de lo que quisiera conocer.

Por supuesto, teníamos una mesa reservada porque el sitio ya estaba lleno, aunque, como no todo es perfecto, la mesa era compartida con otras personas, invitados también, pero extraños al fin y al cabo. Total, llegamos a la mega mesa de doce puestos que estaba casi llena, quedaban apenas cuatro. Entre gritos de hola y risas formales de saludo, nos sentamos. La chica que tuvo a bien guiarnos, nos entregó la carta, la cual tomé de forma casi involuntaria, porque como dije, venía con la intención de no excederme en nada, menos en costos.

Y no era sino que nos sentáramos para que ocurriera lo que me venía temiendo, la confirmación de todos mis miedos; mi esposa, mi pareja, mi compinche, mi compañera de vida me dice: – Ya vengo, voy al camerino a ver cómo está todo, pide tú, que allá pido algo para mí -. Y sin más, pico en la boca, se paró y se fue. – ¡Una belleza! – Como diría alguien que conozco. Así que, siendo apenas las 9:00 pm pasadas, comienza otra noche para mí, la ya conocida noche del cusumbo solo. Igual qué, ya tengo callo. – ¡Mesera, un whisky doble con hielo por fa!!… ¡sí ese, el 12 años!!.- Ya qué hijueputas, pensé.

No recuerdo haber pronunciado palabra alguna mientras esperaba mi trago, creo haber mirado como un huevón al infinito por varios minutos, hasta que me concentré en la tarima… está buena, muy buena, pa qué… pulida… mela. Ya el set me lo conocía, pero hoy le habían puesto otro toque que me regocijó. La mano de mi mujer ahí, ¡con toda! Qué nota… ¿sí pilla? (jajaja, me río dentro de mí, y esa cara de huevón que se debió haber multiplicado). Justo en ese momento llegó como del cielo mi trago, cual salvavidas para este náufrago del ahuevamiento. Y no es sino que recibiera el wiskein en mis manos, su respectivo gracias a la mesera, y me lo mando para la boca con esas ganas, mi puchero de pato previo al anhelado primer sorbo de microsegundos, cuando escucho: – ¿y vos venís con la asesora del Verdulero? – ¿Oiga qué?, exclamo en mi mente y pienso para mis adentros: qué hijueputa precisión la de este man, no me joda. Eso sí, no paré el trago, ya eso iba con el camino asegurado, firme y sobre todo deseado, no lo para nadie, me lo mando y le hago una cara de esperame un momentico, y le respondo:    – ¡Sí, soy el esposo!.-

El mansito terminó siendo caleño, ¡como yo!, y creo que por esa razón fue que al final terminamos hablando con tanta confianza. Éramos dos caleños echando rulo, con lo típico: te acordás declaaaro… ¡ay! vos conocés a no sé quiensito… y fulano de tal que andaba dizque por el Vallado comprando no sé qué y paila etc. Suele suceder, si ambos tienen cierta dosis de calle, algo que para el 98,3% de los caleños es absolutamente normal.

El man me contó que era músico, que conocía a mi mujer hace rato porque ella lo había asesorado para su proyecto artístico y que además, era amigo del Verdulero, el artista que tocaba esa noche. Y ahí comenzamos a hablar ya de otras cosas, más personales que el rulo caleño, lo cual recuerdo me comenzó a incomodar, pero dada la conquista que llevaba el licor en mis venas, no le puse reparo a eso. Más bien me abrí, con toda confianza.

Así pasamos bastante tiempo, yo ya iba por mi tercer wiskacho y completamente adaptado a la rumba, cuando regresó mi mujer como un maremoto, diciendo que nos acomodáramos, que ya iba a comenzar el concierto. Miré el reloj, ya eran la 11:30 pm y dije para mis adentros: – Jueputa ya era hora -. Sin embargo, cómo será mi inocencia, que por mi cabeza no pasó ni un solo reclamo por el hecho de haber estado dos horas y media solo en un bar al que ella me invitó.

En fin, nos acomodamos y así comenzó el concierto, mi nuevo amigo caleño se me sentó a la izquierda y mi mujer a la derecha, y así, con trago y todo, logré dividir mi cerebro prácticamente en tres: el concierto, lo que parecía un interrogatorio por parte de mi nuevo amigo y lo que me decía mi mujer, que casi siempre estaba referido a detalles del concierto tipo: cómo se movió aquí o allá, eso lo ensayamos la semana pasada, eso se lo marqué yo, etc.

El Verdulero sale a escena con su pinta: el “famoso calle pero elegante”,  comienza a cantar, me voy enganchando y mi nuevo amigo interrumpe esa conección con otra pregunta:

– ¿Vos de dónde conocés al Verdulero.?

– De la universidad – le respondo.

– ¿En serio? Vos conocés a ese man desde hace tanto tiempo.- Y yo me quedo pensando en esos días, pero también en la precisión que tiene este mansito para cortarme el feeling.

– Pero vení, contame cómo es eso, ¿estudiaron juntos o qué?

– Más o menos, compartimos clases y el man tocó, cantó más bien, en mi tesis de grado – le respondo, ahí como queriendo salir del tema y soyarme el toque.

– No jodáaas, qué chimba, ¡vos sos músico también! Ah, qué chimba pri – Me responde este man, y yo que siento el impulso de que me va pegar una interrogada áspera.

Sisa – le respondo cortante y mirando el toque.

– ¿Ve y cómo es eso?, ¿vos lo llamaste para tocar y el man se montó de una?

– Sí claro, de hecho, al man le gustó tanto que por eso es que terminamos montando una banda.

– Una bandaaaa, nooo qué, cómo así ¿vos tocaste con ese man en una banda? no jodás, jajaja, ¡qué parcheee! – me responde este caleñazo con una sorpresa descrestante, de la que no sabés si es real o fingida, porque tanta empatía pone a dudar a cualquiera, aunque me la tomé con buena energía y me sonreí mientras miraba la moña.

El concierto continuaba y así de la nada se acabó el primer tema, ni lo sentí. Me dio medio piedra pero – todo bien – me dije a mí mismo. En esas mi mujer me dice – escucha esta intro -. Reconozco la canción y veo que el Verdulero busca con su mirada a alguien en el público, claro, y la encuentra, pienso que soy yo y todo, volteo a mirar a mi lado y no, era mi mujer quien intercambiaba esa mirada de complicidad. Después el man ahí sí me mira y se ríe. Bueno, y yo pues me río, pero no entiendo la risa, debe ser por la canción.

– ¿Ve y cuánto duró esa banda? – pregunta El Preciso. Yo lo miro, hago cara de memoria. La verdad no lo tengo tan claro.

– Como un año, creo – Y me sumerjo en la música de forma casi inconsciente. La energía de los conciertos es fascinante, sobre todo cuando eso ocurre.

Me sorprendió que la banda hubiera logrado esa magia. Cuando abro los ojos, porque los cerré, inmerso en esa sensación que genera el alcohol y la música entremezclándose en delicado mood… En fin, cuando abro lo ojos, me encuentro directo con los ojos del Verdulero, y el man vuelve y se ríe. Yo nuevamente me río sin entender y pienso, qué será la joda de este man.

– ¿Y por qué se acabó? – Pregunta mi amigo con un grito, en lo profundo de esta espesura sonora.

– ¿Qué? – pregunto confundido, aunque entendí la pregunta de mi amigo, lo que no entendía era qué respuesta le iba a dar.

– ¿Qué por qué se acabó? La banda… con el Verdulero – preguntaba este man insistente, mientras yo pensaba cómo debía responder esa pregunta.

– Porque el man se aburrió… – mi interlocutor me mira como raro y yo continúo – se aburrió de la falta de compromiso de la banda, de invertir e invertir y que no pasara nada, de componer en grupo y que no se hiciera todo como a él le gusta, de la falta de moñas, no sé, tantas cosas se juntaron. Terminé y me sentí medio desahogado.

– ¿Y vos también ya estabas aburrido? – pregunta este man que no se mama de corcharme.

– No, yo estaba contento y dispuesto a seguirle dando hasta lograr el éxito juntos como banda… jajaja – Me río no sé por qué, tal vez porque me causa emoción ese ímpetu de otrora, la añoranza de esa fuerza, me conmueve y me da gracia.

Y justo en ese momento, como en conexión temporal sonora, suena “Me fui”, y el Verdulero me mira y da como una venia sin señalarme. Me siento aludido y pienso: – ¿Esta gonorrea me está dedicando mi propio tema?- Mi mujer se me acerca, me toma del brazo y me dice suavemente, con mucha alegría, como para los dos: – ¡Manuuu, qué chimbaaa! – Y yo le respondo: – Sí mi vida, está sonando lindo…-.

– ¿Y terminaron rayados? – pregunta mi nuevo pana, siguiendo con el interrogatorio.

– Pues, más o menos, nos dejamos de hablar muchos años, no porque estuviéramos bravos, sino porque tomamos distancia, cada uno tomó caminos diferentes.

– ¡Ah, sí! Eso me contó el hombre una vez que estuvimos parchando juntos, que él se encerró unos años a preparar su cocinado, que en ese encierro se aperó de los aliños, las especies y los ingredientes para lograr su sonido, mejor dicho, que básicamente se encerró a encontrar la receta que le diera sentido a su música, así más o menos fue que entendí.

Y yo pensaba, cómo sería el hijueputa interrogatorio que este man le hizo al Verdulero para que le contara todas esas cosas, porque con eso él es muy reservado, aunque ya para ese momento me había pillado que mi nuevo amigo tenía espíritu de confidente, con una habilidad asombrosa para metérsele en el rancho a la gente, y sin que uno se percatara, ya le iba soltando detalles guardados con llave.

Aplausos, y en esas llega mi mujer con un vasao de wisky que recibí con gusto e inclusive desparpajo. Me faltó hacer yuujuu, totalmente integrado a la fiesta, quién me viera. El ritmo de la fiesta se ponía bueno, por lo menos esas eran mis sensaciones. Ya estaban tocando otro tema, lo reconocí y en ese momento me giré a la tarima, el man me estaba mirando y nuevamente hace su arabesco raro y pienso – ¡Ah! Me las va a dedicar todas pues-.

– ¿Y hace cuánto se volvieron a encontrar? ¿Fue por lo del trabajo de tu mujer? – pregunta mi gran pana, sacándome del sopor alcoholizado.

– No, hace como tres años nos volvimos a ver, de hecho comenzamos a trabajar.

– ¿Cómo así?, ¿a hacer música juntos?

– Pues sí, yo le escribo las canciones y se las ayudo a producir, bueno, algunas.

– No jodaaas, ¡qué putería, parce! – contesta este man con esa alegría que me sorprendía.

– Pero como te digo, no es que sea mi trabajo, yo no vivo de la música, yo trabajo en publicidad y mercadeo, mi colaboración en la música del Verdulero es un hobby. Una obra de caridad si se quiere, pero del man hacia mí, jajaja – me río como un pendejo, una vez más.

– ¿Cómo así?, ¿el man se desapareció y volvió hace tres años a invitarte para que le hicieras música?

– Pues para el man fue más que una invitación, era su forma de pagar una deuda que él siente que tiene conmigo. Porque, según dice, quien abandonó la banda fue él, no yo. Y el que abandonó la música fui yo, no él. – hubo un silencio en la conversación que permitió que la música entrara en primer plano, pero yo quedé incómodo con el tema.

– Bueno, no la abandoné del todo – retomé – toco con mi mujer, y en general mi vínculo con la música sigue vivo a través de los proyectos que ella trae a casa, en los que me puedo sumar como músico. Por eso creo que el man exagera. Pero bueno, cada loco con su tema. – Traté de cortar, dejando la idea clara, buscando que se cerrará la conversación por ese lado.

Lo cierto es que cuando terminó la banda me dio duro al principio, tanto esfuerzo que de la nada se termina, sobre todo porque era algo en lo que ya me había proyectado, recuerdo que fue una desilusión muy fuerte. Después de eso intenté vivir de la música de otra manera, hice cosas para publicidad, trabajé en cortos, documentales, pero me aburrí pronto, no soporté. El hecho de hacer música a la medida de otros fue muy difícil para mí, más cuando el otro no es músico y, como queriendo justificar su sueldo, pide ajustes conceptualoides tipo: no sé, a mí me parece que le falta como realzar la sensibilidad del personaje. Y así. O cuando el trabajo era chévere, soyado, enriquecedor y demás, pagaban re mal o no pagaban, y uno se iba “de gratis” por puro y físico amor al arte. Entendí que en la música el que quiere seguir sus sueños le toca saber comer de la que sabemos… o ser de familia pudiente. Y ni así el camino está asegurado. De ahí mi respeto tan profundo a todos los músicos de este país que logran vivir y sobrevivir haciendo música, benditos, qué verracos. Porque triunfar en la música hoy en día no es un asunto de talento, es un asunto de billete y alguito de talento, entre más se tenga de los dos, más probabilidades habrá de lograr algo.

El panorama era duro por esos días, estaba al ras con ras, lo que entraba ya se debía, el apriete era fino. Llegaba mi primera hija y por cosas de la vida, mi relación con el deporte y otras experiencias laborales, que ya había logrado acumular, el destino me puso en el camino de la publicidad y el mercadeo. Pero no como músico, sino como ejecutivo, otra cosa, el otro lado de la historia. No me disgustó, el esfuerzo era soportable y me supe adaptar con rapidez. Aprendí, crecí, avancé y encontré mayor estabilidad, pero sobre todo, menos incertidumbre. Eso consumió gran parte de mi tiempo, por eso, el único vínculo que conservé con la música fue a través de mi esposa. Y la verdad ya estaba confortable, porque me pude relacionar con la música sin el estrés del dinero. Hasta que se me volvió a aparecer el Verdulero, después de casi diez años. Se me apareció para dañarme la cabeza y a convencerme de volver a trabajar con él.

Arrancó “Pan pal circo” y yo ya sabía que el cierre estaba próximo. Era esta, otra y sale. Y la ñapa, que ahí sí ni idea con qué iba a salir el artista. En ese momento mi amigo, ya en un nivel de alicoramiento feliz, es decir, un escalón antes del trabalenguas, como yo, que ya estaba empezando a danzar con el idioma, dijo en voz alta, después de meter un chiflido de gamba nivel barrio fino:

– ¡Uff, esta canción me soya un resto pana! Es brutal, dice mucho.

– Sí, pero se queda corta, tenía más carne, el man la peluquió. – No sé ni por qué dije eso, qué sapo.

– Pero yo la siento sobria, que dice lo justo, oís, como para no entrar en lo radical ¿sí me entendés?

– Sí, es verdad, se le abona lo políticamente correcta, yo soy de otra línea en ese sentido. Cuando la escribí estaba emputado, ¿sabés?, pero después el man la peluquió y la mandó por el reggae.

Sisas, le aplicó el principio de la inoculación – dice Mister Precisión, porque esta vez le pegó al perro con toda, eso fue precisamente lo que me dijo el Verdulero cuando transformó la canción. Para el man era mejor y más efectivo que toda la energía de la rabia se transformara en soye, con eso se tenía la posibilidad de inocular más mentes; dejar brotar la rabia per se en la música, para él no era algo que considerara meritorio.

– ¡Ah!, pero estás bien informado – le respondí con una sonrisa – en cambio yo creo que si una canción se compuso con rabia, debe sonar con rabia. Lo que el man hace es como un sarcasmo.

– ¡Por eso me gusta más! Jajaja – dice el pana riéndose y me canta el coro que justo le cae de perlas: “pan pal circo y circo pal pueblo, ¡ay!” – Se quedó cantando hasta el final de la canción, y yo… gozándome el reggaesito al que tanto le había hecho resistencia.

En ese momento tuve una epifanía muy interesante, me di cuenta de que al único personaje al que le puedo hacer música, sin rayarme de verdad, es al Verdulero, a pesar de que a veces me emputa el camino o por donde conduce mis composiciones, de alguna manera me gusta lo que termina sucediendo. Se me volvió una aventura cada tema, porque sé cómo comienzan, pero no se dónde van a terminar. Me puedo estar imaginado algo, pero este man no sé cómo logra ver otro camino, otra arista, que sin duda supera lo que yo me pude haber imaginado.

– Bueno mi gente, con esta me despido – dice el Verdulero en tarima – gracias a todas y todos por darse el vuelto, salir a ventiarse, pa´venir aquí a soyársela, siempre es un privilegio estar montado acá, con toda ma pipol – señala a los músicos – recuerden estamos como arroba VerduleroMusica en las redes sociales y haciendo presencia en todas las plataformas de streaming como Verdulero. Los quiero mucho mi gente, ¡hasta que nos volvamos a cruzar! – marca el tempo a los músicos y arranca “Es el Destino”.

Decidió dejarla arriba, pensé y me pareció bacano. Claro que ya estoy tan tomado que todo me parece una chimba. Mi mujer me saca a bailar, la gente se la estaba gozando, no éramos los únicos que estábamos en la pista, de eso puedo dar fe.

Se acaba la canción, la gente pide otra y el man les repite “Egomaniático”. Ahí sí los dejó sanos. Mi mujer dice: ¡Vamos al camerino! Yo tomé al Preciso del brazo y lo jalé para que nos acompañara.

Cuando llegamos al camerino, no habían llegado los músicos. Había varias botellas de agua en la mesa, tomé una y miré a mi esposa como pidiendo permiso, ella me hizo cara de que todo bien, estaba seco y me la bogué de una. El Preciso hizo lo mismo. Se escuchó en el fondo el final del concierto, los aplausos y el “chao mi gente” del Verdulero. Segundos después empiezan a entrar los músicos, Preciso y yo, los vamos saludando, los conocemos a todos, se va llenando el camerino. Mi mujer se hace en la entrada con los de seguridad haciendo de filtro, y justo al momento entra el Verdulero. Me encuentra con la mirada y al primero que se dirige es a mí, empieza a saludarme mientras se me va acercando:

– Señor Doctor Don Manuel E. Rivera, alias Manuverduro, cómo me le va, cómo me le pinta, qué es de su vida, de sus criaturas, de su trabajo. De su mujer no le pregunto porque últimamente la veo mas a ella que usted, pero sobre todo permítame le pregunto, ¿qué le pareció la moña? – me va preguntando, mientras me va abrazando.

– Pues… – le respondo con duda – entre buena y sabrosa, está bien encaminada, sin embargo, aún le falta un puntito para lo excelso… -Se me queda mirando, se ríe, y dice duro para todos los músicos:

Oee, que Manuel Rivera dice que todavía nos falta un punto para lo excelso.

– Yo te dije que nos faltaba ensayo, vale mía – dice por allá un pito.

– ¡Es que uno va a ensayar y no ofrecen nada! – Dice el de la percu y todos se ríen a carcajadas.

– Pa` la próxima te pongo jamoncito con zanahoria en trocitos y cremita de untar, mi bebé lindo – le responde el Verdulero al percu, mientras se acerca al Preciso y se saludan con un abrazo fuerte.

– Mi soooo, qué chimba verte, severo toque, me lo gocé mucho – le dice Preciso a Verdulero.

– Gracias mi pana, qué lindo que hayás venido.

Yatusa, mi so, firmes ante todo – responde Preciso.

– Mientras existan panas como vos, hay esperanza. Sí o no, viejo Manu – Va diciendo el Verdulero mientras me mira. En ese momento la verdad no entendí el comentario, y me lo tomé más bien personal.

– ¿Esperanza?, sí claro, la última que se pierde dicen, tan avispada ella. A mí la verdad no me toca el tema, yo a esa señora la despaché hace rato, por estorbosa, decidí vivir el día a día, adaptándome a su peso variable, con la alegría o la tristeza que traiga, prefiero adaptarme al presente que vivir pensando en que algún día “todo va a estar bien” – Terminé haciendo el gesto de entre comillas y recuerdo que hubo un silencio incómodo. En ese momento sentí que se me había ido la mano, es más, tuve cierto remordimiento por  haberme puesto tan pesado.

– ¿Y es que estamos mal? – pregunta el Verdulero, mirándome a los ojos con un gesto entre sorpresa y burla.

– Pues debe ser que a vos te parece bello lo que pasa con esta humanidad. – lo digo yo con una risa de sarcasmo.

– La verdad sí, estamos donde debemos estar. – Responde este man con ese convencimiento canchero.

– Y vamos derechito al barranco. A destortillarnos y llevándonos por delante la vida de todo un planeta, ¡gran presente!. – Le respondo con un sarcasmo aún más exagerado.

– Nos gobierna el miedo a la incertidumbre máster, así de sencillo. A primera impresión se ve así, pero se vuelve complejo en el trasegar del día a día, el famoso miedo que nos nubla las entendederas, hasta el punto de olvidar a qué vinimos– responde este man haciendo un gesto exagerado de profesor recitando.

– ¿Y a qué vinimos pueej? – pregunto yo de forma socarrona, retadora, y el señor este me responde cual filosofo de calle:

– ¿Que a qué vinimos? Pues a ganar mijo, en eso sí coincido con vos, en que el partido hace rato lo estamos perdiendo y por goleada. Lo más triste de todo es que creemos que estamos ganando, avanzando, creciendo. ¡Ah!, severas huevas, somos los mamíferos más atolondrados del planeta, con ínfulas de dueños de finca. Y no le hemos ganado a nadie. Claramente, en este momento tan oscuro, lo único capaz de brillar será nuestra propia esencia, tal vez por eso necesitamos tocar fondo como especie, para realmente entender la capacidad de nuestra luz, ¡somos capaces de iluminar el universo!, máster, para eso y por eso se nos concedió el vínculo directo con el amor, por que tenemos la capacidad de expandirlo. Es una gran paradoja tener un poder infinito con tanta fuerza y al mismo tiempo estar tan despistados como especie, ciegos ante nuestra propia autodestrucción. Pero, ¿sabés?, cada vez son más los que se están despertando. Lo duro es que muchos apagan el despertador y se vuelven a dormir, por eso toca estarlos sonando cada cierto tiempo.

– Ay, parce, vos sí sos muy positivo – respondo – bacano, me gusta tu postura pura post nueva era. – Y todos nos soltamos a reír.

– Verdulero, ¿y vos a qué le cantás? – pregunta el Preciso, en el momento preciso.

– Al amor y a la equivocación humana pana… porque el amor es lo único que nos puede salvar de esta equivocación. Y como te habrás dado cuenta no tengo un género. En mi música cada canción tiene su identidad, el sonido que le corresponde, ese es mi cocinado, mi sazón es amplia. Eso sí, esperando siempre que el sabor pueda ser degustado, porque cliente contento repite.

El Preciso y yo nos sonreímos, le sonó bonito pa´ qué – pensé-, y nos quedamos mirando al Verdulero fijamente. Para ese momento la mitad del parche ya se había ido o se estaba despidiendo, los otros estaban hablando entre ellos. Nosotros también nos empezamos despedir. Recuerdo haberme dado un abrazo muy fuerte con Preciso, mi nuevo gran amigo, y después repetirle la dosis al Verdulero. Estaba roto, fue un día pesado, trabajo en el día más concierto en la noche, ¡qué tal esta doble vida!, ni que fuera un pelao. Además es jueves y mañana es un día laboral más para este mortal.

Me fui
Pan pa circo
Es el Destino
Egomaniático

Comment here