Por Marco F. Suárez-Agudelo
La pandemia de COVID-19 se diseminó por el planeta sin dificultad y, sin distinción de países, cubrió en casi tres meses la inmensa mayoría de la población. La carencia de juiciosas estrategias de contención por parte de los gobiernos, resultó en un mosaico de decisiones incoherentes, pasando por el confinamiento total sin alternativas viables que ayudarán a solventar el diario vivir. Se acumularon las improvisaciones contribuyendo al caos. Fueron las personas, familias y comunidades quienes tendrían que hacerle frente de manera imprevista a una situación no planificada. La vida cambió. La vida continúa. Surgirán muchas historias. Aquí solo quiero adentrarme en una que demuestra las tragedias familiares destacadas por la pandemia de COVID-19, declarada en 2020.
Sara regresó a Bolivia quince meses antes del inicio de la pandemia. Había nacido y vivido en ese país durante sus primeros veinte años y ahora regresaba con tres hijos y un compañero. Se había separado del padre de sus hijos por maltrato, violencia familiar y constantes intimidaciones y amenazas que significaban peligro para su integridad. Después de cerca de un año sola, exploró en una aplicación de búsqueda de pareja y encontró un extranjero al que le fue negado su visado para ingresar a Chile. Estos dos eventos: las amenazas de su exmarido y la opción de consolidar su vínculo con la nueva pareja, la forzaron a retornar a Bolivia.
Diariamente, Sara recibía la llamada de su padre Eusebio Buitrago desde Santiago de Chile, en la cual intercambiaban las cuitas de cómo estaban sobrellevando la pandemia. Se constituyó en una llamada terapéutica, equivalente a dosis de mantenimiento, para paliar las tragedias cotidianas por resolver. En una de esas llamadas, el padre de Sara le informó que la empleada de la casa, Felipa, oriunda de Bolivia, tenía a su hija en el Hospital de Santa Cruz, internada por COVID-19. Le pedía el favor de dirigirse al hospital, confirmar su estado y solventar, si requería algún tipo de apoyo. Tan pronto sus responsabilidades lo permitieron, Sara se presentó en el hospital para averiguar por Yomara Quispe. Al principio, le negaron la entrada por las medidas de bioseguridad implementadas. Luego de insistir y explicar los detalles de su presencia, y su vínculo con la enferma, accedieron. Una vez allí, Sara solicitó hablar con el médico tratante a fin de hacer la tarea completa para informarle a la mamá de Yomara en Santiago, a través de su padre. En efecto, el Doctor Edgar Salgado agradeció la presencia de Sara, le compartió su preocupación en vista de que nadie se presentó desde que fue internada dos semanas atrás. El médico Salgado le informó del estado de salud, después de haberla visto en condición crítica en la Unidad de Cuidados Intensivos y haberla tratado y sedado por casi diez días. El doctor remató diciendo que había superado el COVID-19, pero que se avecinaba otra situación por resolver. Sara le manifestó al doctor su gratitud y de inmediato se interesó en indagar acerca de tal asunto mencionado. Antes de proseguir, el médico le preguntó a Sara: —¿La señora conoce a la paciente?—. La pregunta inquietó a Sara, mientras articulaba la respuesta: —No, Doctor. No la conozco. Ni siquiera he hablado con ella—. Sara prosiguió: —Vengo por encargo de su mamá que trabaja en Santiago en la casa de mi familia—. Mientras le respondía al Doctor, pasaron muchos pensamientos por su cabeza. Al llegar a la sala, Yomara estaba siendo atendida por la enfermera quien le solicitó esperar y, por esa razón, no había cruzado palabra con Yomara. Sara se sintió enojada con su padre. Por un momento pensó: —en qué lío me metió mi papá sin advertirme lo que me esperaba—. Podrían acusarla de algo que ella ni sabía qué era —¿cómo voy a salir de este apuro?—, se preguntó. Por supuesto, pensó en sus hijos y todo lo que significaba. Deseó escapar, pero no era la forma de enfrentar un problema. Estaba incómoda. Respiró profundo, dispuesta a averiguar con serenidad de qué se trataba. El doctor Salgado notó la molestia e incertidumbre de Sara y de inmediato pensó en la urgencia de notificarle la situación pendiente. Pero antes de que el médico alcanzara a pronunciar palabra, Yomara con vigor lanzó un gemido largo y llamó la atención.
Yomara había despertado hacía unas horas. Permanecía soñolienta y desorientada, pero se percató de que ella era el tema de conversación. La visita se preocupó por ella, pensó. Yomara apenas identificó al Doctor Salgado. Sara, al percibir la atención de Yomara, la saludó con cordialidad y de inmediato le anunció que traía un mensaje desde Santiago, de Felipa —Felipa Quispe, su mamá—. Sara le reiteró el nombre ante la indiferencia inicial que fue trocada al escuchar la palabra mamá y rompió a llorar. No se conocían. Yomara sollozando atinó a decir: ‘yuspagara” (gracias en aymara), y siguió llorando. Las dos mujeres se tomaron de las manos. De los ojos de Sara también brotaron lágrimas. Sara la consoló y le dijo que pronto estaría bien, que lo peor ya lo había superado y que pronto saldría del hospital. Sin aparente motivo, Yomara arreció el llanto y movió la cabeza de lado a lado en actitud negativa. Sara recordó que tenía pendiente concluir una conversación iniciada con el médico Salgado que se encontraba completando algunas formas, observando de reojo el encuentro entre las dos mujeres. El llanto de Yomara confundió a Sara y con sus ojos interrogó al Doctor Salgado suplicando respuestas. El Doctor captó el mensaje, tomó del brazo a Sara y la invitó a salir de la sala. Sara, con prisa, se despidió de Yomara y le prometió que volvería al otro día. Yomara no paraba de llorar. Las dos mujeres transpiraban vacilaciones. Afuera de la habitación, el Doctor Salgado, sin preámbulo, le contó a Sara que Yomara estaba embarazada y en término para el parto. —Solo tendremos que esperar que no se complique y que la criatura supere la afección de la mamá—. Podrán imaginar el desasosiego y sorpresa de Sara. En una de las llamadas su padre le había comentado que Yomara tenía cinco hijos y le preocupaba su enfermedad y el destino de sus hijos al ser una madre soltera.
La noticia del embarazo de Yomara tomó por sorpresa a Sara y pensó: para entender lo que ocurre tenemos que comprender que es un fenómeno cuyas causas están fuera y dentro de nosotros. Asumió que su padre no sabía. Dudó, al suponer que era lógico que Felipa estuviera enterada. Esta duda le causó recelo y concluyó que no tenía toda la información y debía esperar. La preocupación era la incertidumbre que acompañaba al parto por las complicaciones implícitas del COVID-19 padecido por la mamá.
Entregada la primicia, el Doctor Salgado se despidió de Sara y continuó realizando su trabajo con la promesa mutua de verse al día siguiente. Sara ofuscada quedó sin plan. Sopesó abandonar el hospital y transmitir la noticia o calmarse e intentar averiguar detalles del suceso. Optó por quedarse y hablar con Yomara. Regresó a la sala de donde momentos antes se había despedido. Yomara la miró inquieta y de inmediato adivinó que su secreto quedó develado. No le importaba la reacción de Sara, una desconocida. La preocupación real era cómo iba a recibir la noticia su mamá. En su interior, lamentó haberla ignorado y no haberle comunicado antes su embarazo. Descubrió que no se le había pasado por su cabeza compartir esas intimidades y recordó el abandono de su mamá y no se arrepintió de su proceder. Recapacitó y dedujo que estaba en problemas. Eran sus pensamientos, mientras se aproximaba Sara al borde del lecho. —Estaba hecho— y esperó un reproche de Sara, pero ella misma se respondió —Ella, Sara, No tiene nada que decirme—-. Sin embargo, estaba nerviosa y no estaba dispuesta a responder preguntas a una desconocida que transmitiría todo a Felipa. Había decidido no hablar con su mamá, por lo menos por ahora. La enfermera le había dicho a Yomara que una embarazada con COVID-19, probablemente, perdería el hijo. Yomara, en el fondo de su corazón, anhelaba este desenlace e inculpar al virus y así salir del embrollo sin culpa. Si se daba esta situación, ansiaba sin duda hablar con su mamá y esperar lástima y consuelo de madre. Se puso alerta y esperó a que Sara empezara la diatriba. Pero no sucedió. No pronunció palabra. Yomara miró con sorpresa a Sara quien hacía unos instantes se había despedido cordialmente y brindado consuelo. Esperaba de Sara una tormenta de recriminaciones. Sara, aún choqueada con la noticia del embarazo de Yomara, reaccionó al inicio con rabia. Segundos después recapacitó y ella misma se preguntó ¿Por qué estoy molesta? A fin de cuentas no es mi problema. Me limitaré a informar lo ocurrido.
La madre de Yomara, al conocer la noticia, de inmediato armó viaje para apoyar y soportar a su hija en este inesperado trance. Pero había un detalle que frustró la iniciativa de Felipa. Las autoridades de los países habían cerrado las fronteras y por lo tanto el tránsito de personas estaba prohibido. Hacerle entender a Felipa esas decisiones y explicar los porqués asociados con la pandemia fue un gran desafío. Felipa no comprendía que esas medidas se implementaran y recordó que siempre pudo moverse a donde le diera la gana y que nunca fue impedida ni siquiera en los tiempos de dictadura, explicaba ella. Esta ausencia fue suplida por el uso del whatsapp. Era la única opción para estar enterada de su hija y de su futuro nieto, y con resignación ahogó su angustia. Felipa se lamentaba porque Yomara había siempre ignorado los consejos de madre y ahí estaban los resultados. En medio de esas vicisitudes, Felipa reflexionó y con sollozos balbuceó a su patrón: —He sido una mala madre. Todo lo sucedido a Yomara ha sido el resultado de los abandonos vividos. Ahora no hay oportunidad de retroceder y corregir. Una vez más le he fallado a mi hija—-. Eusebio la miró como diciéndole —Ya he escuchado esos lamentos antes y no ha pasado nada—. Prefirió callar y con un suave movimiento de cabeza, asentir. Felipa, una vez más, le prometió a Eusebio que le ayudaría a su hija así fuera lo último que hiciera.
Es conmovedor entender cómo la vida de cada individuo está ligada a las frustraciones, miedos y esperanzas de otros. Es un hilo delgado casi invisible con mucha fortaleza; cuando se rompe puede causar estragos que perduran el resto de la vida. La vida de Yomara estuvo matizada por las carencias afectivas de Felipa y el abandono de su padre.
Al fin, Yomara tuvo su parto. Hubiéramos podido concluir, como siempre se hace en estos casos, que el varón recién nacido era sano y hermoso. Pero dadas las circunstancias vividas, no encajaba esa condición. La criatura nació, como el médico esperaba, con COVID-19. Casi de inmediato se lo quitaron a la madre y lo pusieron en una incubadora. Los conocidos de Sara que supieron de la novedad, comentaron que colocar el recién nacido en la incubadora era un acto de piedad y un paliativo, mientras en horas se desencadenaría el resultado que esperaban. Contra todos los pronósticos, la criatura superó con creces las primeras 24 horas y luego las 72 horas y ya había empezado con furor a chupar y reclamar la leche de su madre, que recibió en cortos periodos, cuando lo acogía su madre. A la vista del personal de salud que asistía a la criatura, se veía saludable y solo las pruebas de laboratorio daban cuenta de la presencia del virus. Al cabo de dos días, el médico declaró que no podían tener más tiempo a la criatura en la incubadora porque no la necesitaba y porque había otros pacientes en peores condiciones. Su mamá aún no podía abandonar el hospital y no era prudente que madre e hijo estuvieran más tiempo del necesario juntos.
Ante la decisión que impedía la permanencia del bebé en el hospital, Sara con generosidad ofreció tenerlo en su casa unos días, mientras daban de alta a Yomara. Así el recién nacido llegó a casa de Sara. Dos semanas más tarde, Sara, los hijos y su compañero enfermaron. Se confirmó por laboratorio la presencia del virus con manifestaciones benignas, sin ninguna complicación. Una vez recuperados, Sara retornó al hospital para devolver a la criatura a quien habían forzado a tomar leche de tarro, ante la imposibilidad de llevarlo al hospital para recibir la leche materna. Yomara estaba a punto de ser dada de alta del hospital. De esta manera, recibiría a su hijo y regresaría a su cotidianidad.
Yomara era un valle de lágrimas. La estancia en el hospital le brindó tiempo para pensar y optar por soluciones. La prioridad era recuperarse de su enfermedad. Pero el proceso había sido lento y sus pensamientos confusos. Sin embargo, se esforzaba por conseguir soluciones. El pensamiento recurrente era recuperarse, retornar a sus hijos y volver al trabajo. Pero a los hijos que se refería era a los que estaban albergados con los vecinos . El recién nacido, desde ya, no hacía parte de sus planes, consciente o inconscientemente, era lo que se alojaba en su ser. Desde el principio, rechazó al bebé.
Sara, ya recuperada del COVID-19, regresó al hospital para retornar el infante a su madre y una vez que dieran de alta del hospital a Yomara, terminaría su obra de misericordia. Ella retornaría a adecuarse a la nueva normalidad instaurada, informaría a su padre en Chile y daría por terminada su labor. Pero no fue tan simple. Las cosas no se desarrollarían como ella esperaba. Yomara se negó a aceptar al bebé. Con lágrimas en los ojos y sollozando le rogó a Sara que se quedara con el niño. —¡No estoy en condiciones de llevarlo conmigo! ¡No lo puedo tener!—. Sara, con fuerza replicó, y con energía le dejó saber que ella no podía hacer eso, que Yomara iría a la cárcel por abandonar al bebé y agregó que ni ella ni nadie podían aceptar recibir un recién nacido en esas circunstancias. Había leyes. Yomara estaba a punto de salir del hospital y no aceptaba ningún tipo de razonamiento. Se aferró a regalar a este hijo a otra persona si Sara no lo aceptaba. Sara no comprendía lo que estaba sucediendo. Para no armar un conflicto delante del personal del hospital durante el proceso de salida, aceptó que hablarían una vez estuvieran fuera del hospital. Y así lo hicieron.
Ya fuera del hospital, ante las súplicas de Yomara y la disyuntiva inminente de abandonar el niño, Sara aceptó llevarse nuevamente a la criatura durante una semana, mientras Yomara reorganizaba su vida, después de permanecer casi cuarenta días en el hospital, definía sus asuntos laborales y recogía a sus otros hijos. Yomara le agradeció a Sara ese gesto de comprensión y apoyo. Sara se preguntó en ese instante —¿Y cómo voy a estar segura de que Yomara no se desaparece y abandona a su bebé? ¿Dónde la podré ubicar?—Con eso en mente, Sara le exigió a Yomara la dirección exacta donde la podría localizar y le pidió que la acompañara al hospital para corroborar los datos que había entregado al ingreso, sacó una fotocopia del carnet de identificación, le tomó una fotografía cargando al bebé y la llevó a su domicilio para estar segura de que no se iba a desaparecer. Yomara se alojaba en una vivienda precaria, sus hijos le fueron retornados por las almas caritativas del vecindario. Se ocupaba en los oficios domésticos en varias casas donde la reconocían como una trabajadora honrada y servicial.
Las siguientes dos semanas el crío de Yomara fue atendido en el hogar de Sara como un acto de piedad y misericordia. Mientras tanto, seguían las deliberaciones entre Yomara y Sara sobre el futuro del bebé. Yomara seguía obstinada en abandonar a la criatura. Sara consultó, y el futuro del bebé era terminar en un centro de acogida del gobierno mientras las autoridades y su burocracia definirían el proceso de adopción y selección de los futuros padres; procedimiento que podría tomar entre uno o dos años. Todos estos elementos fueron compartidos con Yomara que nunca dio el brazo a torcer. Estaba dispuesta a entregar a su hijo. Sara no lograba entender cómo una madre podría rechazar a su hijo y tan fácil y cómoda liquidar el asunto. Se salía de cualquier esquema de conducta social que había conocido y vivido. Se sintió incapaz e ignorante para afrontar esta situación. Entre tanto, sus ojos vislumbraron la carita tierna e inocente de la criatura débil y desamparada.
Entonces, Sara optó por compartir el dilema con el doctor Salgado y en conjunto encarar y debatir un futuro para la crianza. Era un asunto muy delicado que exigía prudencia, sensatez y ética. En principio el médico rehusó inmiscuirse en tan delicado asunto. Sara desconsolada le imploró al doctor un consejo, una salida, un qué hacer en esta situación. El doctor Salgado eludió a Sara y le manifestó que lo mejor era aplicar la normativa dispuesta por el Estado en esos casos. Abatida por el hecho sucedido, desvió su atención y pensó en lo difícil de ponerse en los zapatos de Yomara. Sara no tenía toda la información, las cosas habían ocurrido muy rápido. Ella recapacitó: Yomara con cinco hijos se siente impotente de aceptar una responsabilidad adicional. Es comprensible. Siguió elucubrando: una mujer con cinco hijos sabe a lo que se está exponiendo. ¿Por qué no usó anticonceptivos? Acaso, ¿Será producto de una violación? ¿Cómo fue la relación con el padre del bebe? ¿Los hermanos son del mismo padre? Todas estas preguntas sin respuestas le brindaron una comprensión solidaria con la actitud de Yomara. El mundo es complejo. La conducta humana es compleja.
Sara mantuvo informado a su padre y le recomendó abstenerse de compartir con Felipa los detalles de la indecisión del futuro del niño.
La circunstancia del posible abandono del hijo de Yomara fue una prueba muy difícil para Sara y su familia. El hecho de haber convivido con el pequeño había generado empatía, cariño y afecto. El plazo se venció y Sara acudió a retornar a la criatura a Yomara. Ella nunca, siquiera, había considerado la opción de acogerlo. Tenía muy claro que no lo podía aceptar y así se lo hizo saber a Sara. Esta determinación la hizo flaquear y aceptó tener al nené en casa una semana más. Este hecho desencadenó por primera vez la remota opción de que Sara y su familia admitieran de manera permanente al niño. Sara exploró con su padre la opción, aceptada por sus hijos y su marido. Eusebio dio un grito al cielo cuando Sara se lo planteó. Le enumeró un sinfín de inconvenientes y casi le ordenó que no tomara esa alocada decisión basada en emociones fortuitas y pasajeras, e inclusive, le mencionó que ya no estaba en edad para asumir este tipo de responsabilidades, que iban a marcar el futuro de la familia. Le suplicó que sentara cabeza y tomara control de sus verdaderos hijos. Qué necesidad tenía de contraer esa carga que la distraía de sus verdaderas obligaciones. Escuchada la diatriba, Sara ignoró los argumentos de Eusebio y con mayor fuerza decidió con todas sus energías resolver y lograr su cometido de amparar como madre al hijo abandonado de Yomara. Sentía que el destino le había puesto ese angelito en su camino y no lo iba a desconocer por nada del mundo.
Sara, dos meses antes de iniciarse la pandemia, había formalizado la relación con su pareja. Ahora constaba que tenían tres hijos y no tenían un trabajo estable, hecho que a luz de las normas no los hacía elegibles para la adopción de menores. Gracias a su experiencia y habilidad había percibido el confinamiento como una oportunidad. Fortaleció su emprendimiento y siguió preparando tartas, pudines y demás delicias pasteleras que vendía, e hizo una clientela fiel en el condominio en donde residía, con sus tres hijos y su pareja, ahora su esposo. Los clientes del condominio supieron de la bondad de Sara con el pequeño albergado y se manifestaron de manera generosa y solidaria. Llovieron los regalos, juguetes, muebles para el cuarto del bebé y cochecitos usados en buen estado para hacer cómoda la permanencia del que podría ser un nuevo miembro de la familia.
En aras del infante, la sensatez y la conjunción de eventos obraron a favor. Sin escándalo y con cautela, el doctor Salgado emitió el registro del recién nacido designando a Sara como su progenitora, brindando a la criatura una oportunidad diferente. En consecuencia, se registró el menor como Eusebio Felipe Hansen Buitrago, en honor a sus abuelos. Yomara agradeció la acción, se sintió gratificada cuando Sara le anunció que podía visitar al niño regularmente.
Imagen tomada de: pxhere.com
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