Hola Dios. Esta es una conversación más contigo. Como todas las anteriores. Yo te hablo y yo no sé si Tú me escuchas. La verdad, no sé ni siquiera si en realidad existes. Pero yo he decidido inventarte, hacerte a mi imagen y semejanza, que escucho atentamente aunque parezca ausente. Ya me persigné, que es como mi forma de marcar tu número. En un dial que va de mi cabeza a mi pecho. Y tu extensión es la 2046. Supongo que estás al otro lado de la linea. Atento.
Te llamé para decirte que opté por no dudar de tu existencia porque creo que Tú pusiste en duda mi existencia. Sí, casi me muero, y como buen católico, me acordé de Ti justo cuando es innecesario. Cuando ya no le podemos hacer bien a nadie. Comprendí muchas cosas en el lecho de enfermo. Comprendí que tienes métodos un poco crueles para recordarnos quién está al mando. Está bien, lo acepto, Tú estás al mando. Y te agradezco esta nueva oportunidad en la tierra. Pero creo que debemos establecer las condiciones de nuestra relación. Porque si bien Tú me puedes llevar cuando quieras, yo puedo desinventarte cuando yo quiera. Pero como no voy a dudar más de tu existencia, esta será la última vez que haga esta amenaza.
Para empezar, quiero que nuestra relación no se llame “religión”. La religión es una congregación de idiotas que no se inventan un Dios. Se inventan un dogma para hacer en nombre de un dios cualquiera lo que se les da la gana. Lavan cerebros, extorsionan conciencias, piden dinero, reúnen incautos, gritan, oran, vociferan en masa atraídos como las mariposas por el fuego y la historia nos dice que matar es una costumbre natural en quien defiende su religión. Yo no quiero una religión. No quiero más idiotas al lado mío recitando oraciones escritas como planas de escuela. No quiero vecinas mojigatas envueltas en pañoletas discretas. Putas de noche, santas de día. No quiero procesiones de multitudes siguiendo misterios, ni ritos de domingo que me interrumpan el fútbol. Quiero un contrato exclusivo. Sólo Tú y yo. Tú eres mi Dios. Yo soy tu creyente. No hay iglesia ni templos, no hay ritos ni monjes, no hay biblia ni mandamientos. No hay comunidad ni religión. Sólo Tú y yo. Yo creo en ti. Sólo yo. Nadie más. Y como no hay religión no trataremos de convencer a nadie más. Porque no hay más cupo. En nuestra relación sólo cabemos los dos.
No hablaré contigo de rodillas ni agacharé la cabeza para buscarte. No seré sumiso. Pero seré humilde. Creeré en tu poder, pero no en mi debilidad. Seguiré cuestionando tu perfección y Tú seguirás insistiendo en ella. Tendrás todo el tiempo para escucharme y yo creeré que cada vez que te hablo me escuchas. Dejaremos de llamar a los errores pecados y no habrá confesión ni culpa. Habrá reflexión y cambio. Y por supuesto, nuevos errores. Pero no más pecados. Esa palabra no estará en nuestro diccionario.
Sobre la creación del Universo, del hombre y su destino entablaremos discusiones en las que tendrás que aceptar los argumentos científicos. El resto serán especulaciones. Tan válidas las tuyas como las mías. Pero dejemos ya el cuentico de Adán y Eva, de Caín y Abel, de la serpiente y la manzana… nadie te pudo haber ridiculizado más al inventar tanta babosada. Sobre Jesús diremos que fue un buen hombre, tan hijo tuyo como yo, con un contrato que sólo Tú y Él conocieron. Tan válido y fructífero como el nuestro. Pero su perdurabilidad en la historia y su influencia en la humanidad es su mérito. No tuyo.
Sobre tu eternidad, omnipresencia y poder, Tú tendrás el monopolio de las respuestas. A mí la verdad no me molesta. No me interesan las respuestas. Con la certeza de que existes el resto no me importa. Como no me importa si existen universos paralelos o que hay en el interior de los agujeros negros. Procuro no matarme pensando en lo que nunca voy a saber. Entonces no perdamos el tiempo en ello. No le hablaré de ti a mi hijo. Le insinuaré que trate de encontrarte pero si no te encuentra no lo desampares. Él es una buena persona. Creo que no te debe interesar nada más. Si andas pendiente de cuántos y por qué creen en ti, sumarás soberbia a tu arrogancia y te darás cierto tufillo de estrella que no sale con tu bondad.
Nuestra relación no se basará en la convicción irreflexiva llamada Fe. Se basará en la Fe que es la convicción reflexiva de tu existencia. Convicción cimentada sobre la experiencia, el diálogo, los mensajes claros y cifrados que nos hemos cruzado. Como los que sentí mientras moría y Tú no me dejabas morir. Esas experiencias nuestras, íntimas, son las que llamaremos Fe. Y esa Fe no tendrá manuales ni interpretes. Será el voto de confianza mutuo que perpetuará tu existencia en mí y mi existencia en Ti.
Por supuesto, no edificaré templos para adorarte. De hecho, no pienso adorarte. Pienso amarte, contar contigo, tenerte presente en mi vida y acudir a ti cada vez que te necesite. Pero no te voy a adorar. No voy a asistir a espacios fastuosos y casi ofensivos con las necesidades inmensas de la gente para demostrarte mi amor. Mi templo será el bolsillo en el que te cargue siempre. Cambiaré el altar por un árbol bonito, una roca extraña, un arrollo o una quebrada, el pastizal que queda detrás de mi casa o el escritorio desde el que te estoy conversando.
Tu trascendencia en la historia será eso. Historia. No alabaré a los inquisidores que en tu nombre católico masacraron a los herejes. No alabaré a los musulmanes que en nombre de Alá masacraron a los católicos. No alabaré tu versión judía que en tu nombre masacran palestinos. No alabaré tu versión evangélica que en tu nombre vacían los bolsillos de los más desesperados. Ninguna versión tuya dada por la historia será tu versión autorizada. Sólo existe una versión tuya autorizada para mí. Esta. Esta que toma forma cada día entre Tú y yo. Esta exclusiva que no tiene historia ni religión, ni templos ni curas, ni espacio ni tiempo, más allá que el que ocupa mi insoportable levedad del ser.
Y sabes que estas condiciones son tan invariables como el clima en Bogotá. Sabes que Tú tienes el poder para cambiarlas cuando quieras y que yo tengo la soberbia para hacerlo también. Que seguramente Tú las cambiarás por mi bien y que yo las cambiaré por mi mal. Pero este contrato es vivo, dinámico, mutable… como Tú, como yo.
Tú dependes de mí, porque yo te inventé. Yo dependo de Ti, porque Tú me creaste. Vivimos en una simbiosis permanente de dependencia mutua. La diferencia es que Tú puedes vivir sin mí mientras yo sólo puedo aparentar que puedo vivir sin Ti. Pero bien sabes que no puedo, que no quiero, que eres la invención más preciada de todo cuanto pude haber imaginado. Estamos atados en este lazo exclusivo que nos une de punta a punta, el Uno al otro. Eres mi Dios y por lo tanto no te impongo. Pero tampoco te presto. Construimos nuestra relación cada día y la profundizamos en momentos límite como ese cuando la muerte me rozó. Eres parte de mi filosofía, de mi Fe, de mi ser, pero nunca de mi religión, porque sabes que lo sé, la religión es para idiotas. Y no me has hecho idiota y no te seguiré como si lo fuese.
Te he inventado para convencerme de tu existencia y me has creado para algo que sólo Tú sabes. Algún día me lo dejarás ver. O no. No importa. Me conformo con que estés y que estés al otro lado de la linea cuando te marque. Ha sido un placer conversar contigo. Como siempre.
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