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Catatumbo, que te tumbo

Por Andrés Felipe Giraldo L.

El golpe ya dejó de ser blando. Y por primera vez noto a Gustavo Petro con la guardia bajita para enfrentar esta amenaza contra la democracia que se ha instalado desde que empezó su mandato. Desde que Maria Fernanda Cabal anunció a un auditorio de garaje (de esos que le encantan porque las tres personas que asisten la aplauden como focas convulsionando), que el propósito de la derecha era no permitirle al Presidente estar los cuatro años en la Casa de Nariño, la amenaza hay que tomársela en serio. Porque no está hablando cualquier hija de vecina. Esas palabras las dijo la líder natural del ala más radical del Centro Democrático, que es el partido más radical de la extrema derecha. Es decir, este fue un anuncio desde el extremo más extremo, ese extremo que no tiene límites y que considera a la violencia como parte integral de la combinación de todas sus formas de lucha. No en vano Cabal se despacha con frases como “cuando el Ejército entra a un lugar es a matar”. De ese calibre es su respeto (irrespeto) por los Derechos Humanos, y su total desconocimiento de la Constitución Nacional, que prevé que el Ejército es para todo lo contrario, proteger la honra, vida y bienes de todos los colombianos.

Dicho esto, no es descabellado pensar que la actual coyuntura que une la toma de posesión de Maduro en Venezuela, con la crisis humanitaria del Catatumbo, desemboquen en la tormenta perfecta para cumplir todos los deseos de Mafe y sus amigos. No es casual que un día aparezca Uribe pidiendo una intervención militar para derrocar a la dictadura en Venezuela, y al otro día todo el Catatumbo esté teñido de rojo por la sangre de este fratricidio infame que mezcla, no solo varias organizaciones armadas ilegales, sino a dos países hermanos. Para comprender mi teoría de la conspiración (porque sé que eso van a decir los fascistoides), debo empezar por aclarar por qué la “oposición inteligente”, que reúne a lo más brutal de la sociedad política, económica y feudal, está sacando provecho de estos dos fenómenos para derrocar al Presidente.

En primer lugar, debo hablar desde el conocimiento de un fenómeno que no empezó la semana pasada, ni el año pasado. Ni siquiera empezó en este siglo. El conflicto salvaje en el Catatumbo se remonta a la segunda mitad de la década de los 90s, cuando unos paramilitares envalentonados por sus “triunfos” en el Urabá antioqueño y en el Magdalena Medio decidieron meterse al corazón de las finanzas y las operaciones del ELN y gran parte de las FARC. Lo que sé no es por fuentes secundarias. Hablé personalmente con muchos de los protagonistas de esta historia, desde las víctimas hasta los victimarios. En noviembre de 1999, a la tierna edad de 25 años, empecé a trabajar en el Programa de Protección a Víctimas y Testigos de la Fiscalía General de la Nación. Primero, como asistente administrativo, me encargaba de hacer todos los trámites que los testigos no podían hacer por su precaria condición de seguridad. Después, pasé al área de investigaciones y seguridad, en donde debía evaluar los casos para conceptuar sobre la viabilidad de que fuesen incorporados (o no) al Programa. En estas dos labores, tanto como asistente como investigador, tuve la oportunidad de conversar con personas que vivieron en carne propia la génesis de esta tragedia que se vive en el Catatumbo. Reitero, no accedí a los testimonios filtrados de los textos. Yo hablé con varias de estas personas.

En estas conversaciones, formales dentro de los procesos de incorporación, e informales dentro del trato humano de un funcionario público con el usuario del sistema, me pude enterar de muchas cosas que hoy, en retrospectiva, toman sentido a raíz de los nuevos acontecimientos. Me explico: La crisis del Catatumbo no es un hecho aislado ni actual. Tiene múltiples orígenes que hunden sus raíces en un proceso de paz con las FARC fallido, deficiente y destrozado por el gobierno de Iván Duque, que incumplió sistemáticamente y con dolo los compromisos firmados entre Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño en 2016, porque, a pesar de que existían todos los seguros constitucionales y legales para hacerlos cumplir, Duque actuó más como militante del NO en el plebiscito, que como Presidente de todos los colombianos. También en la absoluta desideologización del ELN que hace mucho, muchísmo tiempo dejó de ser un movimiento insurgente para ser simplemente un cartel de las drogas con unos líderes muy hábiles para manipular las buenas intenciones de los gobiernos de turno. Pero no solo de este gobierno. De todos los gobiernos. Le hicieron conejo hasta al implacable de Uribe quien consideró seriamente la posibilidad de subsidiarlos para que dejaran de secuestrar por allá a comienzos de siglo. El ELN aún apela a la nostalgia revolucionaria y a las ideas socialistas para engañar a quienes aún creemos en la vía negociada de la paz. Sin embargo, la ecuación en ese proceso tiene que cambiar de manera urgente. Con el ELN no hay espacio para el diálogo. El único camino que le queda a esa guerrilla vacía de ideales es el sometimiento a la justicia, la verdad, la reparación y el compromiso de no repetición. En otras palabras, la rendición. Seguir dándoles concesiones inmerecidas es seguir prolongando indefinidamente su fortalecimiento económico, social, político y militar. Pero este es otro asunto que trataré en otra columna. Por ahora vuelvo al tema principal, el golpe ya no tan blando que le quieren dar a Petro. 

Por último, la actual crisis en el Catatumbo está estrechamente relacionado con el accionar de los grupos de narcotraficantes que operan a lado y lado de la frontera con Venezuela, que implica no solo a actores ilegales, sino que, para colmo de males, se entrelaza con la institucionalidad de los dos países en niveles alarmantes. Solo hay que ver cuántos gobernadores y alcaldes de Norte de Santander, los anteriores y los actuales, tienen serios cuestionamientos de tipo ético, político y hasta penal. Sobre Venezuela no me puedo referir y no porque no quiera, sino porque en realidad tengo impedimentos para hacerlo. Por eso me abstendré de ahondar en ello sobre lo que solo daré datos generales y de contexto sobre los cuales la información es pública y al alcance de todos. En todo caso, la dinámica de los grupos de narcotraficantes ha cambiado ostensiblemente en esa región y si bien, ya no podemos hablar de grupos paramilitares en el sentido estricto del término, sí existe una clara connivencia entre los narcotraficantes y las autoridades de los dos países. Eso está documentado en sentencias judiciales, notas de prensa soportadas en fuentes fidedignas e informes de inteligencia que ya han sido desclasificados.

Regresaré a mis fuentes de finales de siglo para explicar la evolución de este fenómeno: Salvatore Mancuso se ha cansado de explicar en Justicia y Paz y en la JEP cómo fueron las incursiones de los paramilitares en el Catatumbo, en donde se desplegó la fase más violenta del accionar de este grupo con masacres terribles y memorables como las de Tibú, la Gabarra y Sardinata entre muchas otras, además de múltiples homicidios selectivos contra autoridades, policías, periodistas, sacerdotes, líderes sociales y un interminable etcétera de casos que ya reposan en los anaqueles de los tribunales correspondientes. En otras palabras, a nadie le puede caber duda de que lo que hoy sucede en el Catatumbo se gestó desde hace décadas y que en los gobiernos de Uribe y Pastrana se activó la bomba que hoy le está explotando a Petro en las manos por la intransigencia y mala voluntad de Duque para avanzar en los acuerdos con las FARC y por haber cerrado una frontera que es imposible de cerrar, porque esta frontera ha creado sus propias dinámicas que no puede controlar nadie. O al menos nadie desde la legalidad.

En resumen, las críticas que hoy arrecian contra el gobierno por parte de la “oposición inteligente” y gran parte de los tibios biempensantes, que giran en círculos sobre las desgracias nacionales para encontrar votos en la sangre fresca de nuestros muertos, no es más que producto de un cinismo exacerbado, de una ceguera histórica infame, y de un oportunismo político tan ruin, que si algún día los más sensatos reflexionan, deberían sentir vergüenza por unirse a los coros que lo único que quieren es defenestrar a este gobierno, como ya lo dijera un curtido coronel retirado que ahora milita en la extrema derecha, pensando que el significado de esa palabra solo la sabía él.

Para nadie es un secreto que el deseo de la extrema derecha por derrocar del poder a Petro es real. Lo han disfrazado de muchas maneras pero cada vez son más evidentes. Parece que la paciencia se les está agotando porque el Presidente ya puede vislumbrar el final de su mandato que ya está más cerca que lejos. Y para muchos radicales de esa secta política llamada uribismo es una derrota que sea el propio Petro el que espere en la puerta de la Casa de Nariño a su sucesor, así no vaya a ser un copartidario suyo. A diario oímos esas voces energúmenas como la del concejal Guri, que en una democracia seria no sería más que un payaso promocionando almuerzos en una esquina de Medellín, o del caribonito presidente de ese mismo Concejo, miembro de una familia de gamonales y corruptos que vocifera con tono apocalíptico que Petro “no va a llamar a elecciones”, como si el Presidente tuviera esa facultad, haciendo gala de la más vulgar ignorancia, o a las gárgolas de Paloma Valencia y la propia María Fernanda Cabal, sacando comunicados todos los días exigiéndole cosas a Petro, que en realidad debió haber hecho Iván Duque, a quien la propia Cabal trata de lacayo y estúpido sin ningún pudor. De otro lado, sale la pseudoperiodista falangista Salud Hernández-Mora, a pedirle a los generales que no le obdezcan al Presidente, en una clara provocación que ralla con lo delictivo, de una persona que se ganó la nacionalidad colombiana más por su afinidad con la extrema derecha que por amor al país, pero que aún tiene ese pensamiento colonialista que nos ve como indígenas miserables sobre los que todavía debe indagar si tenemos alma o no. Y por último, entre tantos ejemplos que se me van a quedar por fuera, vemos al niño gordito dueño del balón que jamás maduró de Miguel Uribe Turbay, quien incapaz de renunciar a sus privilegios ganados a punta de ser nieto de Julio César Turbay Ayala, el expresidente más criminal hasta Álvaro Uribe, capaz de arrasar con millares de militantes de la izquierda desarmados por esa sola razón, diciendo que porque hizo un sobrevuelo en helicóptero ya conoce al Catatumbo y sus al menos tres décadas de conflicto de alta intensidad. Hágame el favor, el pequeño déspota cree que porque sobrevoló media hora una región ya la conoce. Si por sobrevuelos se pudieran arreglar los problemas del país, Avianca ya tendría todas las soluciones. Pero todos sabemos que Avianca y Miguel Uribe Turbay son solo dos problemas más.

Lo que está pasando es altamente preocupante y en lo personal me extraña que el Presidente Petro no se manifieste para expresar que toda esta andanada de críticas, ataques y suspicacias sobre el estado de conmoción interior, también hacen parte de lo que él llama el “golpe blando”, que para mí ya no es tan blando, por lo que he explicado y seguiré explicando.  

La solicitud de Álvaro Uribe, Iván Duque y en general del Centro Democrático para derrocar a Maduro, mediante una intervención militar, carga un veneno impresionante para Colombia. Si se abre la puerta de la intervención militar de fuerzas extranjeras, sea cual sea la motivación, desde Chile hasta México no habrá un solo país de América Latina que esté a salvo de que esto se pueda repetir. Y los uribistas, en su infinita ingenuidad y desbordada maldad, piensan que esta vez les podría salir una excelente promoción de 2 x 1, si logran afianzar el discurso de la extrema derecha de que Petro es cómplice de Maduro. Y acá, con el permiso de mis lectores, me debo extender en esta ya extensa columna. 

Ha hecho carrera la hipótesis malintencionada que que Petro avala al gobierno de Maduro. Aunque Petro ha reiterado en múltiples ocasiones que las elecciones en Venezuela no son legítimas hasta que no se muestren las actas, que no reconoce el triunfo de Maduro, y que debe mantener las relaciones diplomáticas por puro pragmatismo humanitario, la “oposición inteligente” y los tibios biempensantes insisten en que esto representa un apoyo irrestricto al gobierno de Maduro. La mala leche que sale de estas deducciones perversas, tergiversadas y malintencionadas no sirve ni para kumis. Petro no avala al gobierno de Maduro, no lo apoya y no lo legitima. Mantiene relaciones humanitarias con Venezuela para que la frontera no vuelva a ser tierra de nadie, como cuando Duque cerró la frontera y eran Los Rastrojos los que pasaban a Guaidó de lado a lado del río Catatumbo. La frontera entre Colombia y Venezuela no se puede cerrar. Solo a un idiota se le pudo haber ocurrido hacer eso. O bueno, a dos, cada uno a distinto lado de la frontera. Pero es imposible actuar con toda la contundencia en la frontera sin la participación de las fuerzas militares de los dos países. Imposible. Eso que interpretan como “abrazos de apoyo” de Iván Velásquez a Vladimir Padrino López, en el que se le nota la incomodidad y la sonrisa impostada, no es más que la única opción que tiene la frontera de hallar un mínimo de paz.

Colombia no tiene la culpa sobre las decisiones que se tomen democrática o antidemocráticamente en Venezuela. El bien superior es la paz en el Catatumbo y para ello hay que trabajar con ese gobierno así no le guste al Presidente o a los ministros de Colombia. De nada sirvió trabajar con presidentes imaginarios como Guaidó o presidentes que no se pueden posesionar (así lo acompañen todos los dinosaurios de la derecha latinoamericana) como Edmundo González. Hay que trabajar con lo que hay por más que cueste porque no hay opciones. Disfrazar esto de complicidad para pedir una intervención extranjera que tumbe a Maduro, y que de paso tumbe a Petro, es de lo más maquiavélico que se ha podido inventar la derecha radical para usar como idiotas útiles a los tibios biempensantes, que siempre son tan idiotas y tan útiles. 

En fin, la crisis del Catatumbo es mucho más que la crisis actual. Es una historia de décadas que requiere una intervención militar (nacional y soberana) y social (sobre todo social) profunda. Muy profunda. Petro lo ha entendido y ha actuado en consecuencia. Tuvo la astucia de seguir la ruta por la cual va la desgracia del narcotráfico que empieza en el Catatumbo y termina en Haití, para regarse por todo el mundo, dejando magnicidios, crisis e intervenciones militares extrajeras a su paso. Petro está captando bien la esencia de lo que pasa en el Catatumbo, pero no ha notado que están aprovechando sus acciones para, ahora sí, tumbarlo a como dé lugar. 

Presidente, por favor póngase las pilas. Nadie lo va a tumbar con las mentiras que le inventan en Colombia. Lo quieren tumbar, por fin, logrando que una intervención militar en Venezuela lo arrastre a usted también. En el entre tanto, los coros del fascismo colombiano cantan coordinados de una manera aterradora para generar este ambiente de zozobra que impida notar cuando esto llegare a suceder. Me tranquiliza que Trump, aunque radical y excéntrico, jamás le va a caminar a los delirios del Centro Democrático en Colombia. Hasta él tiene límites. Quién lo creyera. La democracia en Colombia depende de la sensatez de alguien al que muchos (incluyéndome) consideran insensato. Y la razón es simple. La insensatez de la extrema derecha en Colombia es delirante. Pero por delirante peligrosa. Son los locos del pueblo arrebatados con un palo. Y hay que quitarles ese palo. Así, develando sin matices sus intenciones, desnudando sin miedo sus macabros propósitos. Acá mi aporte, Señor Presidente.

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