Por Andrés Felipe Giraldo
Advertencia: La columna contiene espóiler de la serie Breaking Bad.
Nunca fui muy bueno para eso de las modas. Mi único intento serio por estar a la vanguardia con el resto de mi generación se dio por allá a comienzos de los 90´s cuando los hombres contrarrestamos el copete Alf de las mujeres dejándonos un mechón largo que cubría la frente. A muchos de mis amigos de la época tanto en el colegio como en el barrio, la naturaleza les favoreció con un hermoso cabello liso y sus mechones eran una oda a la estética capilar del momento y el mismo les servía de hilo dental. En contraste, mi pelo castaño, achilado y crespo de la adolescencia, hacía que mi mechón se viera como una tarántula rubia luchando por su vida contra algún insecticida a la que, para que se viera larga, yo le halaba las patas a punta de gel con resultados entre tristes y ridículos.
En fin, toda esta parafernalia sobre mi trauma con el fallido mechón juvenil, es solo para decirles que llegué tarde a ver la serie Breaking Bad, cuando ya había dejado de ser moda en el mundo. La primera vez la vi entre 2017 y 2018 y la segunda, la terminé de ver esta semana. La vi completa dos veces atraído por una trama increíble, pero del todo posible. Porque siento, que con muchas variantes y matices, esta historia se repite de una u otra manera en Colombia con tantas personas que siempre encuentran justificaciones, cada vez más sofisticadas, para hacer el mal. Breaking bad es una expresión que se usa en los Estados Unidos para significar que en la vida de las personas que se vuelven malas hay un punto de quiebre, un momento específico o un proceso corto y letal en el que se transforman de seres humanos inofensivos a generadores de tristeza y dolor para los demás porque sus acciones son dañinas y perversas.
Juan Jacobo Rousseau sostenía que el hombre nace bueno y que la sociedad lo corrompe. Aunque esta frase se dice a la ligera y sin mayor contexto, algunas veces citando a su autor original y otras a Paulo Coelho, Breaking Bad ilustra de una manera cruda, directa, cruel y descarnada, cómo se da este proceso en una persona cualquiera, anónima, con una vida simple y modesta.
Walter White, el personaje que protagoniza la serie, no era más que un ser resentido que encontró en el cáncer que le diagnosticaron un detonante para desatar su ira contra la humanidad escudado en lo que el concebía como el amor por su familia. Empezó en el negocio de las metanfetaminas con aspiraciones limitadas con el propósito de garantizar una supervivencia cómoda pero no fastuosa para su familia. Esto, dentro del contexto de la clase media a la cual pertenecían en caso de que él les hiciera falta, algo muy probable, teniendo en cuenta su enfermedad. Sin embargo, en la medida que lo succionaba este sifón de dinero a montones y poder criminal, el listón de sus pretensiones fue subiendo hasta que ya no lo vio más, perdido entre las nubes de la ambición desmedida y la pérdida total de moral o ética, aunque esta fuera imperceptible para él sumergido en un mar de excusas y justificaciones en el que siempre estuvo, como no, su familia.
Walter White arrastró consigo a este torbellino de maldad a su entorno más cercano, incluyendo a su propia familia, por quien decía era su lucha irracional, y aprovechó las expectativas, flaquezas y demonios de un joven díscolo y manipulable como Jesse Pinkman, su socio, su partner 50 – 50 en toda esta historia, para satisfacer sus instintos más bajos y mundanos.
Walt liberó toda su maldad amparado en la muerte que se le venía, fabricó un reloj en retroceso para cumplir todo lo que no pudo cumplir en 51 miserables años de vida al precio que fuera, pasando por encima de quién fuera, con la clara intención de liberar su resentimiento y dejar una huella profunda, en realidad una cicatriz imborrable, en todos aquellos a quienes él odiaba, que, palabras más, palabras menos, era a toda la humanidad. White era un ser carente de empatía disfrazado de genio subvalorado. Era una persona humillada por sus propios desatinos que encontró en la venganza desproporcionada e indiscriminada la ruta de su redención.
La historia de Walter White en Breaking Bad representa millares de historias desperdigadas por todo el mundo de personas que solo necesitan una razón, mejor, una justificación, para volverse malos. En el caso de White fue el diagnóstico de un cáncer de pulmón a sus casi 51 años. En el caso de muchos colombianos ha sido el haber sido víctimas de la violencia. A Uribe, por ejemplo, el asesinato de su padre por razones que no han sido del todo esclarecidas lo convirtió en el vengador por excelencia del país contra la guerrilla. No voy a ahondar sobre los resultados de esta horrorosa gesta libertadora del justiciero paisa, porque ya están muy documentados y se me iría el hilo de esta columna. A Pedro Antonio Marín, más conocido como “Tirofijo”, el asedio estatal y el asesinato de sus amigos más cercanos por mano de las autoridades lo convirtió en el líder de la guerrilla más antigua de América Latina hasta que falleció de viejo en el año 2008. Es decir, entre una víctima y un victimario solo hay un disparo de diferencia. En el momento en el que la víctima decide equilibrar al Universo por su propio peso, ese peso se va contra toda la humanidad y rompe con la armonía de la sana convivencia, la justicia y la reconciliación. Notaremos pues que en la historia de la humanidad la violencia no es más que un péndulo de venganzas que jamás terminan y las acciones de los justicieros que se creyeron dioses.
Por lo descrito, en mi inagotable imaginación que todo lo arregla en la mente y que es inútil para el mundo real, supuse qué habría sido de la vida de Walter White si hubiera elegido otro camino, si un mínimo grado de empatía hubiera asomado en el espacio entre su pecho y su espalda invadido de cáncer y lo hubiese llevado a actuar de otra manera, quizás pensando en hacer el bien y no el mal. Supongamos que cuando vio a Jesse Pinkman saltando por la ventana de su amante para huir de las autoridades, no hubiese visto una fábrica de anfetaminas que lo haría millonario, sino un exalumno desubicado al cual podría ayudar a cambiar el rumbo. Por supuesto, sonará ridículo suponer eso a estas alturas. Para algunos el resultado es simple y obvio: Breaking Bad jamás habría sido escrita y seguramente esta historia estaría alimentando el sermón de alguna iglesia cristiana entre vítores y aleluyas. Sin embargo, voy a seguir imaginando con la misma terquedad que me llevó a cargar la tarántula de Todd en mi frente durante uno o dos años cuando despuntaba la última década del siglo pasado.
Hacer el bien o hacer el mal corresponde a la toma de decisiones. Esto no implica necesariamente que las buenas intenciones no terminen en hechos indeseables, con resultados nocivos e inesperados. Pero en términos generales, la percepción sobre lo bueno y lo malo corresponde a una serie de valores ligados a la moral y a la ética de cada persona y hacer el bien se decide. Así como hacer el mal. Si Walter White hubiese considerado la posibilidad de hacer el bien, con todas las posibilidades que tenía a su alrededor, quizá no hubiera dejado mucho dinero, pero sí un legado digno de ser perpetuado a través de la familia que decía proteger, proveer y defender, sus cientos de estudiantes, sus amigos y conocidos y la comunidad de Albuquerque al sur de los Estados Unidos en donde se desarrolla la trama de la historia. Estos insumos le habrían permitido a sus sobrevivientes tener una vida sin lujos, pero mucho más digna y ejemplar que los jirones en qué quedó convertida por cuenta de haber encontrado justificaciones suficientes para hacer del mal una forma de vida. O mejor, una forma de muerte.
Las personas que trasciendieron los tiempos y las culturas y a los que la historia les agradece por haber contribuido a una sociedad más empática, humana, armoniosa y pacífica, fueron personas que pudiendo hacer el mal, eligieron hacer el bien. Jesucristo, Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela, solo por poner algunos ejemplos, fueron personas que prefirieron el bien al mal, la paz a la guerra, la vida a la muerte, así el costo fuera su propia vida, su propia libertad, su propia dignidad o su propia tranquilidad. Esa es la diferencia entre el egoísmo y el altruismo. En el último capítulo, cuando White se le aparece por última vez a su esposa, por fin reconoce que el móvil de todas sus acciones fue un tremendo egoísmo que lo hacía sentir poderoso y vivo. Por primera y única vez se zafó de las excusas y las justificaciones. Y no tuvo que dar más explicaciones, porque era evidente que al menos en el ocaso de su vida, tenía que decir una verdad, para que la serie tuviera alguna moraleja.
El bien no necesita justificaciones ni excusas. Se justifica con los resultados que están a la vista e impactan positivamente la vida de los beneficiados. El bien no necesita discursos ni explicaciones. Simplemente se manifiesta en el bienestar de las personas y se soporta en sus propias bondades que están bien acompañadas por el silencio que da paz y satisfacción. Por eso me impresionó tanto Breaking Bad que la tuve que ver dos veces completa, para intentar comprender cómo una persona aparentemente común, normal, anónima e inofensiva, terminaba convirtiéndose en un ser terrible dispuesto a todo para saciar una sed interminable de sentimientos rancios y perjudiciales para él mismo y para todo su entorno. Por eso la maldad se llena de nombres y apellidos rimbombantes para disimular la perversidad de sus intenciones como “seguridad democrática”, “el que la hace la paga”, “revolución o muerte”, “patria o muerte”, “por la razón o la fuerza”, “make America great again” o muchos más que no son más que demagogia maldita para darle racionalidad y sentido a la maldad sistemática de una persona o de un establecimiento que busca satisfacer los intereses particulares de una minoría y los privilegios de una élite por encima de los derechos de todos.
Por eso es necesario hacer una introspección profunda y meditar sobre la cantidad de justificaciones sobre las que gravitan nuestras acciones. Si debemos recabar demasiado para justificar lo que hacemos, algo debe estar fallando. Quizás esa introspección profunda nos lleve a encontrar las verdaderas intenciones de nuestras acciones y quizás halar ese hilo de Ariadna en el laberinto del Minotauro de nuestra propia maldad nos ayude a salir de ella. En otras palabras, así como existe un breaking bad en el que nuestros principios se van al carajo mientras se deshacen entre la ambición y el egoísmo que nos hace perder la conciencia sobre los demás, es probable que exista un breaking good que nos permita retomar el rumbo y nos exorcice para empezar a actuar de una manera diferente, pensando en el bienestar de nuestra comunidad y no solo en el nuestro. De mi parte, ruego que mi breaking good llegue pronto para trabajar de la mano de jóvenes en mis proyectos más nobles y así canalizar toda esa energía desorientada hacia fines positivos y benéficos para la sociedad en su conjunto. Ruego nunca encontrar una justificación para empuñar un arma o llevar a otros a que las empuñen. Ruego que ese breaking good le llegue algún día a personajes tan nefastos para Colombia como Álvaro Uribe Vélez, quien ha vivido casi setenta años justificando su maldad convenciendo a millares de borregos que aún le creen, así como Walter White lo hizo durante todo un año pudriendo todo lo que lo rodeaba sin ningún beneficio.
Ojalá el breaking good nunca pase de moda, como pasó de moda mi mechón rebelde cuando un día decidí cortarlo con una tijera sostenida por mis propios dedos. Me trasquilé, sí, pero jamás una tarántula rubia agonizante como la de Todd volvió a colgar de mi cabeza.
Fotografía tomada del siguiente enlace web: https://www.yaconic.com/breaking-bad-pelicula/
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