Por Andrés Felipe Giraldo L.
El Senado va a nombrar a Arturo Char como presidente de esa corporación, lo que lo convierte automáticamente en presidente del Congreso. La prófuga Aida Merlano (hace apenas unos meses) hizo unas sindicaciones gravísimas en contra de Arturo y de toda la familia Char relacionadas con la compra de votos en la Costa Caribe colombiana, delito por el cual ella ya fue condenada a 15 años de prisión. Además, Arturo Char es considerado “el rey del ausentismo” en el Congreso, con 32 incapacidades presentadas entre 2014 y 2018, de acuerdo con la veeduría ciudadana Trabajen vagos. Incluso, personas que conocen a la familia Char aseguran que Arturo está en esa curul casi que en contra de su voluntad, porque los demás hermanos Char ya están ocupados en otras lides políticas y empresariales, incluyendo a su hermano Alejandro, exalcalde de Barranquilla, que suena como precandidato presidencial del disputado partido Cambio Radical, al que también pertenece Arturo.
Aunque no sería difícil encontrar algún otro senador con similares o peores cuestionamientos para asumir la presidencia del Senado, el casi seguro nombramiento de Arturo Char es una afrenta de la clase política a toda la ciudadanía en una época en la que la corrupción ha colmatado la cloaca de la decadencia moral y política en Colombia. Indirectamente, es un espaldarazo para el propio gobierno de Iván Duque, también cuestionado por la compra de votos (en la Costa Caribe y Santander hasta el momento), para obtener la Presidencia en 2018. A través del nombramiento de Arturo Char, la clase política sentada en el Congreso está notificando al pueblo que las prácticas de corrupción consuetudinarias, que se han arraigado como una forma de hacer política en Colombia, como el clientelismo, el cacicazgo, la compra de votos y el constreñimiento al elector, entre otros, no solo no serán sancionadas ni ética ni judicialmente, sino que además serán premiadas con nombramientos de este calibre.
Por supuesto, el asunto no es una novedad. No son pocos quiénes han pasado por la presidencia del Senado con cuestionamientos antes, durante y después del ejercicio de ese cargo. Sin embargo, lo que sorprende e indigna es la actitud pasiva, resignada y casi que cómplice de amplios sectores políticos que ven en los escándalos de corrupción electoral casi que un mal menor, que no cuestionan la legitimidad del mandato de quienes han llegado de manera fraudulenta al ejercicio de cargos públicos de alto nivel, y que creen que simplemente es un asunto judicial que se resolverá en los paquidérmicos tiempos de la justicia en el que llegan los fallos (si es que llegan) cuando el daño ya está hecho y es irreversible. Acá vale la pena recordar que a Arturo Char le aplazaron la versión libre sobre los señalamientos en su contra de Aida Merlano para el 27 de julio, cuando ya será presidente del Congreso. Es imposible no leer esto con algo de suspicacia.
El autodenominado “centro” y la izquierda liderada por Gustavo Petro se han enfrascado en una disputa que tiene como eje la alcaldía de Claudia López, cuyo origen es el incumplimiento de unos supuestos acuerdos a los que habrían llegado en la campaña de las elecciones para Bogotá entre López y Petro. Esta pelea ha relegado a un segundo plano la gravedad de los hechos que tienen a Duque en la presidencia y que tendrán a Char en días como presidente del Congreso. Una amplia facción de “centro” (no sé exactamente qué facción porque tampoco podría identificar con claridad qué o quiénes son “el centro”) ven a Petro simplemente como un mal perdedor, dan por descontado que en todas las elecciones se compran votos y que aunque esto es reprochable, es normal, y que la única manera de revertir el asunto es en las urnas en 2022. Un contrasentido total, porque no habría ninguna razón para que en 2022 dejaran de robarse las elecciones como lo hicieron en 2018, y como ha pasado ya muchas veces en la historia de Colombia, si no se sienta un precedente ante la evidencia abrumadora que inunda la prensa y los columnistas independientes.
En otras palabras, mientras “el centro” y Gustavo Petro se enfrascan en peleas interminables por la gestión de la Alcaldía de Bogotá, lo poquito que queda de democracia en Colombia pende de un hilo, porque la derecha y la clase política tradicional se relamen viendo cómo los cuestionamientos cargados de evidencia, audios y testimonios, no les hacen mella, porque la justicia actúa con pasmosa y conveniente lentitud (mientras embolata los casos), y en la política los reclamos se ahogan entre los gritos de las facciones que ven esta lucha como un asunto personal y no social.
No entraré en juicios de valor sobre quién tiene la razón en la disputa sobre la Alcaldía de Bogotá porque no es el sentido ni la intención de esta columna. Lo que sí creo y abogo por ello, es que esto no puede hacer perder la perspectiva de la gravedad que implica que en Colombia se compren votos y se alteren resultados para llegar a la presidencia y al Congreso, y que de estas prácticas se aproveche la clase política tradicional para comportarse casi que como en una monarquía, para dejar impune e intacto el opaco e ilegítimo gobierno de Iván Duque, y que trepen a la presidencia del Congreso a Arturo Char, que no tiene más mérito para ese cargo que su apellido.
En otras palabras, considero necesario diferenciar el origen de las disputas entre “el centro” y Gustavo Petro y su movimiento para que unan fuerzas (así sea tácitamente), en una lucha que es necesaria: Cuestionar con rigor y energía la legitimidad de los cargos y los mandatos de quienes han sido elegidos de forma fraudulenta. En esta lucha no debería haber fracturas ni disensos entre los grupos y movimientos de oposición al actual gobierno. Y no es un asunto meramente político, además es un asunto moral, ético y legal, que no debería tener dueños, porque lo que se pretende proteger es la democracia misma.
La derecha, la política tradicional y el establecimiento están unidos. Ese es el mensaje que envía la clase política con el nombramiento de Arturo Char en la presidencia del Congreso. Y el mensaje es claro: Un candidato que ha sido elegido presuntamente con votos comprados y con toda la maquinaria política de un clan corrupto de la Costa Caribe, será designado presidente del Congreso por sus propios compañeros. Están ratificando que esa es la forma de hacer política en Colombia y que así seguirá siendo, porque ellos están en el poder, sin importar el cómo. Con eso la que sufre, la que se desdibuja, la que pierde espacio y margen de acción es la democracia, que languidece ante la impunidad judicial y la apatía ciudadana.
Por eso es necesario, urgente e importante concentrarse en lo fundamental: ¿Cómo se rescata la democracia y las instituciones de las garras de la corrupción? Ese no puede seguir siendo un asunto de facciones, cuya única victoria es ver la derrota del contendor, así eso represente la derrota propia. No podemos seguir siendo tan mezquinos, mientras la política tradicional atada al establecimiento corrupto tiene la capacidad para capitalizar estas disputas y fracturas para perpetuarse en el poder por los siglos de los siglos, con personas que más que funcionarios son símbolos de opresión como Arturo Char, quien será presidente del Congreso, a pesar de sí mismo.
Fotografía tomada de El Tiempo.
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