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Amor, depresión y toxicidad de Sara

Por María Paula Amorocho

Tomando un delicioso café, en una tarde de abril del año 2019, Sara estaba sentada en su sillón favorito, pensando y divagando sobre su vida, mirando hacia la ventana de su balcón.

De repente, escuchó una notificación en su celular. Era un mensaje de WhatsApp, enviado desde un número desconocido. Ella estaba asombrada porque rara vez le llegaban este tipo de notificaciones. Abrió el chat y fijó su mirada en el nombre, era   Manuel: un “amigo cercano” al cual conocía desde la universidad. Al leer el texto sintió un vacío en el estómago, su corazón empezó a palpitar rápidamente, se le nubló la mirada, sus mejillas se sonrojaron. Era un mensaje anhelado por ella, después de varios años. Leyó en voz alta, sacando a flote su dulce voz:

“Sara, el día de hoy me levanté con la convicción de escribirte. No sabes las conversaciones largas y aburridas que tuve que pasar con tus amigos más cercanos para pedir tu número telefónico. Nos vemos el viernes 23 de abril en “5/19”, el café de siempre, a las 6 pm. Con cariño, Manuel.”

 Sin embargo, él no sabía que ella ya no vivía en Bogotá desde la pérdida de su padre, un hombre catedrático que educó a la mitad de las personas de Belén, un pueblo de Boyacá. Ella se trasladó a vivir allí para cuidar a su madre, con el fin de cumplir con la última voluntad de su padre. Entre los recuerdos familiares, su padre siempre contaba la historia de aquella noche de casino y juegos de azar en que su abuelo le ganó la Notaría de Belén al titular del despacho en una apuesta. Al cabo de unos años, su abuelo falleció. Tiempo después, su padre también moriría, por lo cual quedó a cargo de la Notaría como heredera, en una época en donde estos cargos aún se podían endosar. 

Sara tenía 32 años, era una mujer alta, acuerpada, de tez blanca, ojos negros y cabellera color miel, de profesión abogada —siguiendo la línea de su abuelo y de su padre—, criada bajo las costumbres de la familia tradicional católica, la aguapanela, las arepas boyacenses y los cubios; era una mujer reservada y de emociones extremas, pero se caracterizaba por su terquedad, rebeldía y perseverancia. 

Se fue de casa a los 18 años para estudiar en la capital, sin imaginarse en ese momento que Bogotá fuera una selva de cemento. Veía que los peatones se botaban a la calle sin precaución, como si fueran inmunes a cualquier accidente. Las personas vivían de forma acelerada y con caras alargadas de tristeza y preocupación. Nadie la saludaba, para ella ese simple gesto de descortesía era incomprensible y de sumo irrespeto.

Nunca olvidará ese primer día en la Capital, un 21 de enero de 2006, cuando llegó a la pensión estudiantil y en las escaleras vio un grupo de jóvenes  que estaban sentados allí. Solo fijó la mirada en un chico de tez blanca, cabello liso, ojos color miel, vestido con una chaqueta  y pantalón de jean. Sus miradas se entrecruzaron, ella quedó intimidada por su mirada profunda, sintió como si se conocieran de una vida pasada. Su nombre era Manuel, un chico de familia humilde que obtuvo una beca universitaria en un programa estatal, lo cual le dio la oportunidad de estudiar en la Capital. Se caracterizaba por su humor negro, así como por su inteligencia, astucia y valentía. Él era el tercero de ocho hijos.

En esta pensión de estudiantes la recibió doña Ana, la dueña del lugar. Ella le mostró la casa; era un lugar de dos pisos, antiguo, con habitaciones pequeñas y zonas comunes compartidas. Sara entró a su habitación —era fría, oscura y pequeña; con una cama sencilla, paredes blancas y una ventana mediana con vista hacia la calle—, empezó a desempacar su ropa, a doblarla en un armario pequeño que estaba allí y preparó todo para el día siguiente. Su primer día de Universidad.

Al llegar de clase, se encontró nuevamente en las escaleras de la pensión con este chico . Él se lanzó a saludarla y le dijo:

—¡¡¡Hola!!!, ¿eres nueva por acá?

—Sí, es mi segundo día por esta ciudad.

 —Ah, hola, mucho gusto, mi nombre es Manuel y hace un semestre estoy viviendo acá en la pensión de doña Ana. ¿Te gustaría ir a tomar algo?, yo te invito.

 —Vale, dejo mi maleta en la habitación y bajo, ¿te parece?

 —Sí, claro, yo te espero, toda la vida si quieres— y sonrió con picardía.

Manuel y Sara fueron a tomar una cerveza en un café popular en la zona, se llamaba” 5/19”. Era el lugar ideal al cual  Manuel llevaba a todas sus parejas, él era un hombre que tenía habilidades comunicativas muy desarrolladas para endulzar el oído de las mujeres y hombres de su edad. Le gustaba la farra y el trago; pero aparentaba ser un hombre estudioso y de casa.

Después de varias cervezas, Sara estaba anonadada de todo lo que tenía en común con él.  A ella, Manuel le estaba gustando. Al pasar los días, él tenía  lindos detalles, intercambiaban mensajes, pasaban las tardes juntos y, al cabo de dos meses, empezaron a ser novios de manera oficial.

La pareja se encontraba celebrando su segundo aniversario en el mismo bar de siempre. Después de haber tomado algunas cervezas, con el calor del licor en sus cabezas y cuerpos, se miraron a los ojos y Manuel empezó a acariciar a Sara de manera particular. Ella estaba nerviosa, porque era la primera vez que estaría con un hombre y estaba decidida a acabar con su virginidad, pero en su cabeza rondaban todas las conversaciones que había tenido con su madre de guardarse para su futuro esposo. Sin embargo, ella calló esas voces y recuerdos en el transcurso de la noche, los consejos de su madre se fueron desvaneciendo con el pasar de las horas y el licor.

Salieron del café 5/19 para un motel. Entraron a ese lugar mirando que todas las parejas que ingresaban eran mayores e iban con gafas o gorras para ocultar su identidad. La joven solo miraba a su alrededor asombrada de aquel lugar, apretándole la mano a Manuel. Los dos recorrieron el pasillo hasta encontrar la habitación 303; allí había una cama doble tendida de blanco, con pétalos de rosa y un espejo gigante en el techo. 

Para Sara esto era raro, se sentó en el borde de la cama, Manuel la abrazó y le dijo: 

—Bueno, ya estamos acá, déjate llevar.

Él empezó a besarla en el cuello, fue bajando hasta sus pechos. Ella en ese momento le dice a Manuel:

 —Espérate, no me siento cómoda, soy virgen y nunca he estado con un hombre.

—Tranquila, yo lo he notado desde que entraste a este lugar. Solo quiero que te dejes consentir  y  demostrarte mi amor por ti. Relájate, disfruta el momento…todo va a estar bien.

Ella  lo miró con angustia, pero con el deseo de estar con él. Manuel comenzó   a besarla, bajó por su pecho y su estómago, se acariciaron, se quitaron la ropa y se besaron apasionadamente. Muy pronto él entró en ella. En ese momento, Sara olvidó sus costumbres arraigadas y se entregó a la pasión, sin reservas ni tabúes, sin buscar su propia satisfacción. Al final de su encuentro, sintió dolor y remordimiento, pero por miedo al olvido y al rechazo, trató nuevamente de complacerlo ahora desde su instinto como mujer.

Después de pocos minutos Manuel separó su cuerpo de ella, sin abrazarla y dejándola sola en un rincón. Esa noche Sara lo intentó consentir, pero él la rechazó, diciéndole:” tranquila duerme, estoy cansado, lo siento”.  Sara le respondió al cabo de unos segundos “tranquilo, no pasa nada, tenemos una vida para estar juntos”. Manuel suspiró, se levantó de la cama, se vistió y le pidió que salieran del lugar a la pensión. Ella solo lo besó y salió con él, sintiéndose muy feliz de haber estado con la persona que creía era el amor de su vida.

Las cosas con su novio  al parecer iban de la mejor manera. Él aparentaba quererla, hasta que un día dejó su celular en la cama y ella vio una notificación que decía: “Nos vemos en el mismo lugar”. Se le hizo un poco extraño, ya que había quedado con Manuel para que le ayudara con un trabajo de la universidad. Él llegó, vio su celular, ignoró el mensaje y empezó a portarse un poco extraño, porque ese mensaje que ella observó era de otro chico con el que Manuel salía.

Era un chico menor, que había conocido en su carrera. Lo que Sara no sabía, era que Manuel no la quería realmente, la tenía porque necesitaba dinero, ya que ella disfrutaba de una posición económica lo bastante buena para mantenerlo. 

Después de varios encuentros que la pareja tuvo, ella sentía que ya no era lo mismo. El desinterés era evidente. Él solo la quería para satisfacer sus necesidades económicas y sexuales. Cuando lo llamaban de ese número desconocido,  inventaba excusas y  salía corriendo con una ansiedad inminente.

Sara lo siguió sigilosamente desde la pensión hasta el bar. Manuel entró al lugar y se encontró con Luis, su “amigo”, se saludaron de beso, se abrazaron y se quedaron sentados en una mesa hablando. Ella, desde la ventana, lo observó, se veía feliz y enamorado, sacó su celular y les tomó una foto a los dos, logrando entender todo; él le estaba siendo infiel. Era la segunda en la vida amorosa de Manuel. Haciendo un gran esfuerzo, Sara logró calmar sus nervios y la tristeza, guardó su celular, de inmediato cogió un bus que la llevaba a la pensión, no paraba de llorar, sintió que la vida se le había desmoronado. Al cabo de media hora, llegó a la pensión, subió a su cuarto, sacó de su mesita de noche un cigarrillo y se lo fumó de a pocos. (Ella  sufría de ataques de pánico desde pequeña por una broma que le habían hecho sus compañeros de colegio). Desde esa noche, no concilió el sueño, en su mente no dejaba de pasar la escena de Manuel y Luis. Al cabo de una semana, su novio  llegó a la habitación de ella y le solicitó que hablaran.

—¿Podemos Hablar?

—Sí.

—Sara, la verdad yo te amo, me he desaparecido unos días por temas familiares, pero ya los arreglé; aunque si te soy sincero, no tengo para comer, el dinero que tenía se lo envié a mis hermanos, están pasando hambre.

Sara, al escuchar su relato, le respondió— Manuel, pero si soy tu novia por qué no me hablaste, sabes… siempre estaré acá para ti, no te afanes por dinero, yo te puedo prestar; quédate conmigo esta noche.

Manuel esa noche se quedó con ella. Sara  por dentro sentía que él la seguía engañando y usando. Pero no le importaba con tal de tenerlo a su lado.  Para aliviar su dolor y ansiedad, sacó un medicamento de su mesa de noche que años atrás le había recetado su psiquiatra, tomó media pastilla conciliando el sueño abrazada a él.

Al día siguiente, Manuel despertó y vio la caja del medicamento, el cual sabía que se utiliza para tratar la depresión y conciliar el sueño. Mientras Sara se encontraba dormida, tomó varias pastillas, bajó a la cocina y empezó a hacer el desayuno. Hizo dos huevos fritos y un jugo de naranja, añadiendo varias de estas medicinas a la comida, luego subió con el desayuno en aras de reiterarle su amor.

Ella seguía débil y adormecida, como pudo tomó el jugo y probó los huevos. Al cabo de una hora, Sara empezó a sentirse mal; el corazón le latía con lentitud, no respondían los reflejos de su cuerpo, minutos después se desmayó y perdió el conocimiento. Manuel la observó así de mal y salió de la habitación, pálido y nervioso; en su mente se repetía de forma continua “la maté, la maté…”.

Manuel bajó las escaleras agitado, tropezando con doña Ana, la cual al mirarlo   sospechó que algo había pasado en la habitación de Sara. Ana subió y golpeó de forma insistente, pero al no oír nada, utilizó la llave maestra de la pensión. Cuando abrió la habitación observó a Sara desgonzada en su cama con espuma en la boca.

De inmediato, doña Ana llamó a una ambulancia y llevaron a Sara de urgencias al hospital, durante el recorrido a la joven le dio un paro cardiorrespiratorio, debido a la sobredosis. Posterior a su ingreso en el hospital, le realizaron un lavado de estómago y varios exámenes médicos. El diagnóstico del médico que la atendió fue “sobredosis de Alprazolam” dejándola hospitalizada.

Desde ese lugar, llamarón a la madre de Sara notificándole del estado de su hija. La madre de Sara no tenía claridad de lo sucedido en la pensión .Después de esa comunicación,  la madre de Sara llamó inmediatamente al novio de su hija.

Manuel recibió una llamada de la madre de Sara y  le comentó lo siguiente —Su hija había estado ansiosa durante la última semana. Ella me pidió bastante dinero y ese día del suceso, después del altercado que tuvimos, cerré la puerta de su habitación, luego bajé desconsolado por las escaleras, le avisé a doña Ana del comportamiento tan extraño que había tenido conmigo y salí a la calle a tomar un poco de aire —.  Así mismo, le comentó que ella  era una mujer acosadora, celosa y manipuladora. En varias ocasiones, había sido muy claro con ella sobre terminar su relación de la forma más sincera y madura.

Le repitió que su amor por ella había pasado a un segundo plano. En realidad, no la quería más como su novia, pero ella seguía insistiendo en la relación. Manuel le aclaró a la madre de Sara que ella  le debía un dinero considerable, y le solicitó la devolución de este. Al escuchar esto la madre le agradeció  por su sinceridad y le pidió el favor de que le enviara la cantidad de dinero para depositarlo en su cuenta.

La madre pensó que lo mejor para su hija era alejarse de este joven y de la pensión por un tiempo. El médico le comentó que a su hija le diagnosticaron depresión con conductas suicidas, por lo que tenía que estar medicada e internada por varias semanas en  una clínica de reposo.

Con el pasar de los días Sara se sentía confundida y desubicada, no tenía claridad de lo sucedido, solo tenía el recuerdo de haber tomado un jugo que su novio le había brindado. En su estado solo podía pronunciar “MANUEL, MANUEL”. los médicos no sabían qué hacer con ella, no gesticulaba otra palabra y sus comportamientos eran extraños.

Al cabo de un año de estar en la clínica de reposo y después de un arduo proceso con terapias clínicas y psicológicas, Sara “”olvidó” a Manuel. volvió a su casa y empezó a estudiar de manera presencial derecho en la ciudad de Tunja, cerca de su pueblo natal, pero siempre bajo la vigilancia de su madre.  Asistía a sus controles médicos y terapias psiquiátricas, pero ella nunca entendió lo sucedido aquel día  en la pensión, ella se recuperó y le dieron de alta en la clínica.  

Al llegar a casa observó que su padre estaba padeciendo una enfermedad pulmonar, de repente la vida golpeó nuevamente a Sara y a su madre. Su padre falleció. Su muerte fue dolorosa, por lo que Sara estuvo tentada por los demonios de la ansiedad y la tristeza a tomar nuevamente el medicamento. Ella decidió ser fuerte, soportar el dolor y enfrentarlo junto a su madre.

Después de unos años, y tras los tristes eventos ocurridos, Sara estando en su habitación tomando café, recibió un mensaje de Manuel. Ella quería responderle inmediatamente, pero recordó todo lo sucedido en la clínica de reposo y, mucho tiempo después de su doloroso proceso para lograr entender el engaño, las mentiras que él le dijo solo por dinero y sus intereses mundanos.

En ese momento, ella sacó de su mesita de noche una carta que había escrito el primer día que había llegado a casa, después de salir de la clínica de reposo.  La abrió y la empezó a leer en voz alta:

“Sé que mi mente no dejaba de contemplar la posibilidad de algún día tenerte conmigo de vuelta. Pero las circunstancias y el universo me reiteraron, que no me convenía tenerte.

Manuel, la realidad duele, “tú y yo” no somos compatibles, o si lo fuéramos tal vez empezaríamos de nuevo una relación de odio, mas no de amor.

Solo te pido que vueles tan alto como tus sueños lo deseen, pero hoy sentada en mi sillón favorito le pido a Dios  que me  separe de ti y me quite la idea de un “nosotros”.

Esto me está doliendo más que la punzada en mi estómago que tuve aquel 23 de agosto, después de la prueba de embarazo que me realicé, cuando sentí la sangre correr entre mis piernas e inmediatamente concebí la  idea de que ya no iba a tener un hijo tuyo. Todas las circunstancias anteriores a ese momento son las que me hacen reflexionar que debo deshacerme de ti.

Solo te agradezco la primera vez que fuiste sincero conmigo; esa noche que me quitaste la virginidad, ese día estaba indecisa sobre  si entregarme a ti.  Yo con 18 años, una mujer de pueblo que nunca había tenido relaciones sexuales, frente a un hombre de 22 años con la experiencia necesaria entre moteles, mujeres y polvos bisexuales cazados en las noches bogotanas.

Manuel, debo ser sincera contigo y conmigo, esa noche sentí qué era tener sexo, porque amor no lo fue. Solo nos entregamos a la pasión, pero yo me entregué a una relación que yo sola construí con mis demonios de celos y caprichos heredados de mi madre y mi abuela. No las culpo, porque de eso la vida se encargó o se estará encargando en este momento.

Esa noche sentí tu cuerpo con el mío como si dos almas se unieran sin fin y en mi cabeza apareció la canción de Pipe Peláez, “El amor más grande del planeta”. Me parece chistoso recordarlo, pero esa canción habla del amor más grande del planeta y de cómo se unieron sus almas para siempre, ¡¡¡pero qué va¡¡¡, lo que querías era calmar tus demonios sexuales y yo, pensando que esa relación tendría un final feliz.

Después de unos días tú ni me escribías, era como si te diera pena afrontar que te habías acostado conmigo. Empecé a sospechar que algo no estaba bien, tú tan frío y distante conmigo; empezó una pesadilla  de aprender a ser mujer,  una pena  que me sigue acompañando. con la duda de la primera vez y con el dolor todavía existente en mi cuerpo, mi vagina y mi ser. Sentí que gané un problema contigo al enamorarme e ilusionarme por un hombre que tenía en un pedestal junto a la virgen de Chiquinquirá.

Fuiste mi  maestro de vida en el amor,  pero hoy digo que eres un asco de hombre… mentiroso, egoísta, aprovechado, consumidor de atención. “Te maldigo a ti y a tus próximas generaciones, si es que sales de ese Closet de mierda en el que vives todos los días. Solo quiero que desaparezcas de mi vida, ni me hables ni me perturbes mi paz”.

Solo dejaré esto por acá y seguiré viviendo feliz con otros de mis demonios que me acompañan desde el día en que salí de la clínica de reposo, pero son mejores que tú.”

Sara guardó la carta y envió la siguiente respuesta, a través de WhatsApp: “Manuel, este NO es el número de celular de la persona que está buscando”. No quería saber más de un tipo que le hizo demasiado daño, la engañó y le hizo creer que estaba enferma, cuando el único enfermo en esta historia era él.

Fotografía tomada de Pixabay.

 

 

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