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¿Para qué escribir?

Por Francisco Javier Méndez

A veces siento que escribir no vale la pena. ¿Para qué? Si ya todo está dicho. Si cuando me siento frente al computador, con un archivo de Word en blanco, me doy cuenta de que la posibilidad de decir algo nuevo es mínima, comparada con la certeza de que todo lo que escriba ya fue escrito o pensado por alguien antes. Me parece pretencioso creer que con tantos seres humanos que han pisado el planeta tierra mis opiniones, conjeturas y reflexiones sean novedosas. Me paraliza la idea, siempre presente en mi cabeza, de trabajar horas, semanas o meses en un texto, para finalmente descubrir que en el fondo es una copia inconsciente de las frases que he leído de otro autor o que lo que narro ya descansa en algún libro que ni siquiera sé que existe. Quizás todas las frases ya hayan sido escritas. Quizás todas las melodías ya hayan sido compuestas. Quizás todas las películas ya hayan sido grabadas. Quizás lo único que hacemos es repetir lo que otros ya hicieron modificándolo un poco, pero sin aportar nada nuevo.

Puede ser que la originalidad no exista o puede ser que esta sea patrimonio de un selecto grupo de genios del que yo no formo parte. También existe la posibilidad de que yo, experto en procrastinar mis obligaciones y sueños, haya desperdiciado mi tiempo y mis privilegios en asuntos banales, en vez de preocuparme por los grandes problemas de la humanidad y por el oficio de plasmarlos en letras.

Se podría decir que soy demasiado perfeccionista, demasiado inseguro, demasiado perezoso o las tres cosas al tiempo. Es cierto que soy bastante ansioso y que tengo una imaginación sobreexcitada que me obliga a consumir gran parte de mi energía solucionando escenarios catastróficos inexistentes. Sin embargo, no considero que mi vida sea algo tan extraordinario como para que alguien sienta interés por ella. Por otro lado, tampoco me considero un tipo erudito, pues mi poca capacidad de concentración me ha impedido leer al ritmo que hubiese querido.

En fin, ya sea porque como seres humanos estamos condenados a repetir ideas ajenas adornándolas un poco o ya sea por mis propias limitaciones, el caso es que nada de lo que escribo me parece realmente novedoso. Pero no por eso voy a dejar de escribir. No, todo lo contrario. Después de mucho cavilar, y de bajarme del pedestal en el que yo mismo me tuve durante gran parte de mi vida, me he dado cuenta de que es precisamente por lo común y corriente que soy que vale la pena expresar mis emociones y pensamientos. Porque si lo que pienso y siento es compartido por alguien más, eso puede llevarnos a sentirnos menos solos. No sé cuántas veces  he  encontrado en libros historias de  problemas que creía  únicamente yo había vivido, que en su momento me atormentaron por suponer que eran tan personales que nadie los iba a entender. Esto me ha pasado con mayor frecuencia con textos de personas cercanas o de estudiantes del curso de Linotipia, donde me he sorprendido constantemente leyendo acerca de personajes con los que me identifico bastante.

Se nos ha dicho hasta el cansancio que somos únicos e irrepetibles y esto es parcialmente cierto. Cada ser humano tiene una trayectoria biográfica particular, repleta, en apariencia, de vivencias propias. No obstante, basta con mirar detenidamente a la gente que nos rodea para darnos cuenta de que nuestra vida no es tan original como pretendemos y que dichas vivencias propias solo varían en detalles, siendo en el fondo muy parecidas a las vivencias de otras personas. O al menos, esa es mi percepción del asunto. En principio, es difícil lidiar con la sensación que produce la revelación de que no somos tan especiales como creíamos.  Con el pasar del tiempo, esta revelación puede ser liberadora, pues nos permite escapar de esa eterna adolescencia del hombre contemporáneo en la que nos sentimos solos e incomprendidos. Además, puede liberarnos de la presión de tener que sobresalir constantemente.

Ahora bien, esto no es una apología al plagio ni a la mediocridad. No se trata de que ahora vaya a copiar conscientemente cosas que he visto en otro lado o que vaya a ser completamente autocomplaciente a la hora de escribir. Simplemente, se trata de poner de manifiesto que no tengo que haber vivido una vida extraordinaria ni tener ideas completamente revolucionarias o novedosas para poder publicar mis textos. Quizás logre algo con esto de la escritura, quizás no. El punto es que si llega el día en que alguien lejano se sienta identificado con mis palabras, puede que sea un alivio para ese hipotético lector y para mí saber que tenemos cosas en común, incluso, siendo completos desconocidos.

Fotografía tomada de Pixabay

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