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Visita a Las Señoritas imprescindibles

Por Juan Sebastián Zapata Mujica. 

En Los recuerdos de la USEMI que yo viví, León comienza señalando algunos elementos que, para 1968, lo habían influido al llegar a la Sierra: el hippismo, la revolución cubana, los tangos y el nadaísmo, entre otros.

Ahora en el banquillo, he de confesar que las influencias tempranas que me llevaron, hace diez años, a estudiar sociología y que terminarían empujándome a conocer  la Unión de Seglares Misioneros (USEMI) fueron el ateísmo rabioso de la música punk, de los escritos de Fernando Vallejo y de la filosofía de Bakunin, el disidente más importante de la Primera Internacional de los Trabajadores.

Como le he comentado a algunos, ya adentrado en mi trabajo en la Sierra, cuando investigaba la importancia de la fauna nativa para la sociedad ikʉ, una tarde fui con mamo Bernardo a visitar un lugar con “huesos de arhuaco”. Era la primera vez que Bernardo me llevaba a un sitio donde había un entierro con tumas, objetos ansiados por el mercado negro, la arqueología y la guaquería. Sin duda era una muestra de confianza del mamo hacia mí. Hablamos de la muerte y los entierros. Fue entonces cuando él me dijo: “hace mucho tiempo hubo aquí unos bunachi (no indígenas), como ustedes; a una de ellas hace poco la trajeron en cenizas a Donachuí”. De entrada, pensé que se refería a Alicia Dussan y Reichel-Dolmatoff, pues habían sido antropólogos que unas buenas décadas atrás habían paseado por toda la Sierra preguntando de todo “como nosotros”. Sin embargo, Alicia aún vive y tenía mis dudas sobre el traslado de las cenizas de Reichel a la Sierra. ¿Quiénes eran entonces esas personas? En el momento no lo supe, pero me quedó grabado que había un león, un gallo y dos toros. El interés del momento por el tema de los animales hizo que eso quedara grabado en mi memoria.

Pasado el tiempo, estaba yo en uno de esos bloqueos de tesista cuando escribía Cacicazgos desvanecientes, el trabajo final de la maestría. Desesperanzado y sin norte alguno, casi por perder el tiempo, escribí en google “yosagaka”, cosa que ya había hecho antes sin obtener un solo resultado de búsqueda. Pero en esa ocasión me topé con los Cuentos en aluna y las conversaciones de León con sus amigos indígenas de hace cuarenta años  –que ahora son cincuenta y pico, pues el escrito es del año 2009–. En el aparte titulado La sabiduría en refranes y gestos, León habla de Apolinar Torres, el antiguo comisario de Donachuí. ¡Era el papá de mamo Bernardo! En el aparte titulado Un descanso en la casa de Francisca Torres, se hablaba del camino entre Atánquez y Donachuí, a través del cerro de Yo’sagaka. ¡Era la montaña de mi tesis, de mis sueños!

Ya para ese momento, había añadido vallenato, salsa, música protesta, rap, currulao y hasta música clásica a mis gustos musicales que antaño se reducían pobremente al punk. A Fernando Vallejo le había encontrado un montón de críticas posibles, sobre todo desde aquel conversatorio que tuvo con Alfredo Molano a propósito de los Acuerdos de Paz que entonces se cocinaban en la Habana. La filosofía cada vez me interesaba menos y me inclinaba más hacia la psicología y la economía, siempre desde un enfoque científico antropológico.

Fue así como siguiendo las huellas del puma serrano, di con León. Güía-yina al fin y al cabo Y en cascada aparecieron en el mapa con más claridad Beatriz y Sofía, las Toro; Amparo, la Gallo, que había hecho las sillas, mesas y camas que aún hoy se usan en Donachuí. Supe entonces que las cenizas que habían ido hacia aquella aldea ikʉ eran las de Gloria Uribe y que además ese equipo estaba compuesto por Leila Betancur, Noel Olaya y muchas otras personas.

¡Pero ojo! Eran misioneros… “como los capuchinos” pensaba yo con recelo. El ignorante prejuicio rápidamente se vino abajo cuando empecé a escuchar por boca de los más mayores de Yo’sagaka y Donachuí las palabras de reverencia y respeto hacia USEMI, diametralmente opuestas a las palabras que espoleaban el recuerdo de los capuchinos.

Mamo Bernardo estaba sumamente interesado en ponerse en contacto con León y tras cuatro años de constantes invitaciones a Bogotá, fue la primera vez que por iniciativa propia dijo que estaría dispuesto a salir de la Sierra, todo con tal de hablar personalmente con el gran amigo de su papá.

León, a su vez, llegó a contemplar la opción de ir hasta Valledupar, pues había recibido mil invitaciones desde la Sierra. Yo ya me imaginaba convenciendo a León de subir hasta Chemesquemena, pues ahora se sube hasta ese pueblo por una carretera bastante buena. Allí podía imaginar la épica reunión de gorros blancos de la zona oriental arhuaca para recibir al único güía-yina chiva gʉeya querido por los indios.

Por el momento la pandemia ha suspendido esta reunión, pero adelantando una conclusión, si algo enseña USEMI es que la alegre terquedad no debe ser abandonada nunca, pues echa raíz y florece.

Cuando Leila, Astrid, Sofía y León aceptaron que fuéramos a Medellín a conocernos, avisé a mamo Bernardo por celular. A los tres días había llegado a Bogotá para acompañarnos a conocer a Las Señoritas, incluido León, que habían trabajado hombro a hombro con Apolinar en Donachuí, así como con los mamos de Maruámake, Seynimin, Simonorwa y tantas otras partes de la Sierra. Tras seis años de amistad con mamo Bernardo y dos años de planear la visita a USEMI, finalmente llegó el momento.

En El Retiro, primera parada, conocimos a Sofía. De entrada nos dimos cuenta que el documental debía llamarse Las Mujerzotas en vez de Las Señoritas. Ella es muy inteligente, libre, alegre, enérgica y decidida. Haberla conocido fue como haber tomado una dosis muy alta de inspiración.

Concluido el primer encuentro con ella, Bernardo “lagrimeó en sus ojos” y “sin hallar ni qué hacer” decidió usar el tapabocas como tapaojos para ocultar su llorosa emoción. Más tarde, me dijo que lo único que pensó fue que esa mirada de Sofía era la misma que muchas veces se posó sobre sus abuelos, su papá y su mamá. Eso lo conmovió muchísimo.

Tras Sofía, Bernardo conoció a León, con quien ya había hablado varias veces por celular. El encuentro fue a solas, pues Daniel –Siki–, Dussan y yo debíamos ir a buscar hospedaje.

Al mamo le impactó mucho el cuidado que la familia de León estaba teniendo con él para protegerlo del covid. Quedó muy satisfecho con todo lo que hablaron. A mí me da la sensación, especialmente con este integrante de USEMI, que todo fue muy rápido e hizo falta tiempo. Ya será después en Chemesquemena…

Según me dijo León, algo que le impactó mucho a Bernardo de su visita a Bogotá fue el estilo de vida solitario de mi papá. Estoy seguro que muchas otras cosas le llamaron la atención y suscitaron en él pensamientos nuevos. Eso me alegra mucho: que el mamo haya conocido cómo viven las personas que por tanto tiempo lo han visitado a él y los suyos.

Hay un gesto muy típico de los indígenas ikʉ para expresar corporalmente la soledad: el dedo índice erguido señalando hacia el cielo, acompañado de alguna palabra pronunciada en voz baja, casi susurrada, aludiendo al hecho mismo de la soledad. El dedo, sin compañía, representa al individuo solo en el universo, es una imagen ciertamente dramática, pero que expresa bien lo que es vivir solo para un ikʉ. Así fue como Bernardo le contó a León sobre mi papá.

Hablando sobre Sofía, Bernardo me preguntó si ella había tenido hijos y si vivía sola. Ambas respuestas él las conocía, pero las formuló para abonar el terreno de una sentencia del todo significativa: dedo índice señalando hacia el cielo, Bernardo dijo “jodaaa, o sea que ella sí es señorita, pero de verdad de verdad, no, no, no”.

El último día del mamo en Medellín fue para conocer a Leila y Astrid. Dada la premura del tiempo, la primera parte de la reunión fue un tanto a las carreras, por lo que también transcurrió a solas entre Bernardo y Las Señoritas. Leila dejó ver su emoción y rompiendo el protocolo del tapabocas le pidió a Bernardo destapar su cara para poder ver su rostro plenamente. Según cuentan, habían pasado varias décadas desde que un ikʉ visitó por última vez la casa USEMI, por lo que la visita del mamo parecía más una regresión del pasado que algo del 2021.

Leila es la alegría, la emoción y la determinación de darlo todo por cambiar las cosas. Astrid me pareció una persona formidable, muy entusiasta, apasionada y completamente entregada. Un par de mujerzotas.

Con amor y total colaboración, Astrid nos abrió las puertas del archivo y ese fue el flechazo final.

¡Cuántos textos produjo USEMI sobre la Sierra y cuántas fotos magníficas!, ¡qué cosa más extraordinaria! La mayoría de los escritos hechos en 1983, para la salida de USEMI de la Sierra, tenían la autoría de Beatriz Toro. Ella estudió matemáticas, filosofía y finalmente indigenismo. Descrita por quienes la conocieron como una mujer de presencia estoica, afectos sinceros y palabras precisas. Algo particularmente afín a la descripción que Reichel-Dolmatoff hace de los indígenas ikʉ, sobre todo de sus mamos. Esto da mucha tela para cortar pues, en la entrevista hecha a Beatriz por Cristina Echavarría, la entrevistada confiesa sentirse una india arhuaca.

Al ver, junto a Astrid y Leila, la grabación que hicimos del nieto de mamo Donki, el profesor Damián de Donachuí, Leila me hizo caer en la cuenta de que las palabras bunachi más dulces que puede pronunciar un ikʉ de Donachuí son “la señorita Beatriz”, dulzura que se repite una y mil veces en los recuerdos de Damián sobre USEMI.

Cada que encontraba crónicas de Beatriz, me alegraba, repasaba su firma con mi dedo y trataba de leerlas lo más rápido posible, pues para un par de días, el archivo de USEMI en la Sierra es simplemente infinito. Me cautivó la claridad del modelo pedagógico y cómo se detallaba paso a paso el deber ser de la educación en cada una de sus áreas. Para las ciencias sociales, Beatriz establece la enseñanza del parentesco como materia importante.

El haberse tomado tan en serio la antropología y las ciencias sociales en general, la necesidad de su enseñanza y la creación de un método para hacerlo entre los indígenas, hacen de Beatriz más que una pedagoga de los ikʉ, una pedagoga de quien todo el país debe aprender.

Pero no sólo fue Beatriz, ni los leones o los gallos… Bien nos lo dijo Mauricio Sánchez, antropólogo colaborador de USEMI, en una conversación virtual que tuvimos, la Unión Seglar de Misioneros es la confluencia de la teología de la liberación de Noel Olaya, la antropología “no muy cristiana” – como dijera Astrid – de Manuel Zabala, fecundando el espíritu misionero de Monseñor Valencia, a través de personas formidables como las que conocimos estos días en Medellín, como las que no hemos conocido aún y como las que ya murieron.

Desmigajado el prejuicio mío sobre los misioneros, USEMI me deja claro que la diferencia con los capuchinos es de época: la una era expresión del medioevo, fiel creyente en impartir el evangelio con la cruz y el látigo, la segunda es una expresión de la era moderna, fiel creyente en la investigación científica, el diálogo y la diversidad.

Astrid, León, Sofía y Leila mencionaron como dos autores fundamentales para USEMI a Paulo Freire y a Jean Piaget. De ahí la interesante síntesis entre conservar la tradición y desarrollar la cultura, algo que trabajaron a cabalidad con los ikʉ y de lo que las personas interesadas en el desarrollo humano tenemos mucho que aprender y debemos estudiar con juicio. Esto muestra que una parte importante del respeto y el amor de USEMI hacia los indígenas de la Sierra era también el hecho de ser críticos e interpelarlos, y no simplemente de “comerles cuento” a lo posmoderno.

Al volver a Bogotá quedé con una sensación muy extraña: siento que pasé cerca de un mes fuera de la casa, quizás por las extenuantes jornadas de rodaje. Pero aún más extraño es que siento como si hubiera vuelto de la Sierra y no de Medellín. Y es que, como dirán los ikʉ más enterados de la labor de USEMI en aquellos años, el kʉnsama ikʉ está constituido hoy en día por lo hecho por USEMI, así como por los elementos de tradición más antiguos como el pagamento, las kankurwas, etc. Lo que quiero decir es que el antropólogo que se disponga a desentrañar la cultura ikʉ de hoy en día, sí o sí debe tener en cuenta seriamente lo hecho por USEMI, pues ésta es parte constitutiva de la cultura ikʉ, particularmente de la zona oriental, ya que Donachuí fue el epicentro de su labor misional.

Astrid me contó que Monseñor Valencia no paraba de escribir y anualmente producía un libro de reflexiones escrito durante las reuniones, las horas de descanso y las jornadas de trabajo. Es por eso, quizás, y por la formación en etnografía  -también alentada por Monseñor– que USEMI produjo tanto escrito. Hoy en día, parte del material reposa en carpetas catalogadas como crónicas: crónicas desde Valledupar, desde Maruámake, desde Yugaka, desde Nabusímake, desde Donachuí, desde Atánquez, desde Medellín.

Algunas de ellas relatan temas que sólo eran relevantes para su tiempo, como, por ejemplo, la devolución de una camisa de talla equivocada, o el estado de salud de algún conocido o familiar. Otras, sin embargo, muestran en detalle la difícil relación entre las gentes que hoy componen la población del Resguardo Indígena Kankuamo y los indígenas kogi de Maruámake y Chendukua. Su publicación sería un sacudón muy importante para aquellos que hoy se reivindican “indígenas en proceso de reetnización” porque gestionan y administran dinero público a través de la figura de resguardo, pero viven el día a día sacando provecho de su mayor capacidad, en comparación con los indígenas ikʉ y kogi, para moverse en la ciudad y relacionarse con la burocracia. Su publicación sería otro espejo, como La gente de Aritama, en que los atanqueros aborrecerían observarse, pero de cuyo reflejo sacarían valiosas reflexiones. También sería de gran provecho para todos los que nos interesamos en investigar la Sierra y sus gentes. Sería un material de consulta obligatoria de la misma categoría que la obra de Reichel-Dolmatoff, ni más ni menos.

Otras crónicas tratan el tema de los conflictos que hubo para elegir un cabildo gobernador arhuaco que dejara satisfecho a todos. De los regaños a las autoridades, las negativas de estas a asistir a asambleas o a notificarse en Valledupar. Su publicación sería muy oportuna para aquellos que hoy se disputan la administración de recursos para el Resguardo y se rasgan las vestiduras diciendo que algo así nunca antes había sido visto entre los ikʉ.  

La reedición de las cartillas y documentos pedagógicos, y la publicación de las crónicas servirían, en fin, para que algunos sectores del movimiento indígena, que creen haber conquistado todos sus logros sin mutuo apoyo con otros sectores sociales, vean que muchas manos solidarias han trabajado siempre junto a ellos, arriesgando su vida, incluso, como lo hizo USEMI. Las Señoritas estuvieron amenazadas en Valledupar por cierta familia al negarse a influir en los indígenas para que votaran por determinado candidato en las elecciones de la capital del Cesar. También recibieron amenazas varias veces en Atánquez por proteger a los indígenas de la estafa, el engaño y la explotación.

Aún hoy la música punk me hace vibrar como ninguna otra. Encuentro placer en tomar del veneno de Fernando Vallejo y sé que el pensamiento de Bakunin tiene aportes muy interesantes. Pero he aprendido que el tigre no es como lo pintan, y no todas las misiones fueron ni son iguales. Sigo siendo ateo, aunque cada vez menos rabioso y más reflexivo.

Todas las fotos fueron proporcionadas por el autor del artículo.

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