Por Andrés Felipe Giraldo L.
Cinco meses después de haber tomado posesión del cargo de Consejero de Relaciones Exteriores en la Misión Diplomática de Colombia en Azerbaiyán, he mantenido una prudente distancia del debate político en Colombia e incluso cerré la cuenta de X en la que contaba con más de 50 mil seguidores para evitar discusiones que consideraba incompatibles con mi función de servidor público. Sin embargo, he estado reflexionando sobre este mutismo voluntario y esta autocensura impuesta en nombre del bien común y he notado que mi silencio es mucho menos útil que mi voz. Es decir, considero que es prudente no involucrarse en debates amplios y hostiles como los que se presentan en redes sociales, pero renunciar al derecho a la libertad de expresión es un error (y además un mal ejemplo). Lo que enriquece una democracia es justamente la deliberación y el fortalecimiento de la capacidad para discutir con argumentos y contrastar puntos de vista.
Hace siete años comencé a escribir columnas de opinión cada domingo a título personal, en medios de difusión individuales y sin ninguna remuneración, con el ánimo de compartir mis pensamientos sobre diversos temas, especialmente de política. Lo hacía con la única intención de que otras personas pudieran leer mis textos de coyuntura, además de los textos literarios que escribo al ritmo del corazón, sin agenda y sin un propósito diferente al de drenar mi alma. Esta dinámica de escribir columnas dominicales generó una disciplina encomiable, única en mi vida.
No soy una persona de rutinas ni de rituales; por eso, la disciplina me es esquiva, y comprometerme con algo de manera sagrada es muy difícil para mí. Las columnas de opinión cada domingo se convirtieron durante estos siete años en mi actividad más relevante, porque a partir de ellas empecé a ganar reconocimiento y un número de lectores que no imaginé. Gracias a esta actividad totalmente voluntaria y sin ánimo de lucro, logré visibilidad y mi voz se hizo fuerte en un mar de opiniones. Mi estilo se posicionó desde la mordacidad, el sarcasmo y un análisis informado que supo combinar la exposición de hechos de actualidad con notas ácidas, lo cual me permitió entrar en conversaciones abiertas con personas realmente influyentes en el mundo de la opinión política en Colombia.
Escribir cada domingo se convirtió en un compromiso ineludible, y si las palabras me traicionaban, era realmente frustrante. Pasé por valles de inspiración, y cuando lograba retomar la pluma para seguir escribiendo con regularidad, me sentía como si me levantara de una larga rehabilitación. Escribir es necesario para mí. Opinar es importante para mí. Sentar posición sobre los diversos temas de la realidad nacional es un derecho al que no puedo ni debo renunciar, porque la libertad de expresión y de opinión son derechos constitucionales que no están (ni deben estar) restringidos para los servidores públicos. Más allá de nuestra investidura, somos seres pensantes, deliberantes, activos políticamente y seguimos siendo parte de una sociedad por la que trabajamos.
Entiendo mi posición y las restricciones que me impone el ejercicio de mi cargo. Pero la sociedad también debe entender que los funcionarios públicos no somos robots y que pensar, sentir y expresarnos son derechos irrenunciables propios de una democracia amplia, como se precia de ser la democracia colombiana, al menos en el papel. No puedo seguir fingiendo que soy ajeno a una realidad que me afecta y de la que soy parte, una realidad que me incluye a mí y a las personas que quiero.
Por eso, después de una prolongada reflexión, de conversaciones de madrugada con mi esposa y de morderme la lengua durante cinco meses, he decidido volver a escribir columnas de opinión, procurando mantener un balance entre el contenido y el tono, de manera que mis escritos conserven cierta compostura, sin renunciar a expresarme con tanta libertad como sea posible y como los parámetros de la prudencia (que no es una de mis virtudes) me lo indiquen.
Porque creo que tengo derecho a manifestar abiertamente que hago parte del proyecto político que gobierna a Colombia en este momento y asumir la responsabilidad que esto implica. Quiero que mi servicio a los colombianos sea coherente con lo que se predica desde la Casa de Nariño y así, hacerme parte de una visión global que busca dignificar al ser humano, por lo que me esfuerzo a diario en mi ejercicio profesional. También tengo derecho a defender este proyecto político al que pertenezco, sin perder mi capacidad crítica (que no he perdido jamás en los siete años que llevo escribiendo columnas), porque entiendo que hago parte de una idea de país y no de una secta de adoctrinados, y así me he mantenido.
Por fin, después de más de 200 años de vida republicana, Colombia es gobernada por la izquierda. Después del exterminio de todo un partido político del que fueron asesinados más de 6 mil militantes (la UP) y de tres candidatos presidenciales asesinados (Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro León Gómez), no llegamos al poder para callar. Por el contrario, llegamos a gobernar con la coherencia de luchar por los más desfavorecidos y con el lastre de 200 años de corrupción que aún nos arrastra. Siento que mi deber es aportar no solo desde el escritorio en el que ejerzo mis deberes consulares para apoyar a los colombianos que se encuentran conmigo a más de 12 mil kilómetros de distancia, sino también contribuir al debate público como lo he hecho durante los últimos siete años. Claramente, no son dos actividades incompatibles, sino complementarias. Además, no solo soy funcionario diplomático. También soy una persona, un ser pensante que tiene unos derechos que deben ser respetados.
Soy consciente de las dificultades que implica ser parte de un gobierno y opinar al mismo tiempo. También soy consciente de las responsabilidades que conlleva la opinión. Por eso me motiva más retomar estas columnas, porque no hay discurso más válido que el que se sustenta con el ejemplo. Ahora no solo soy un opinador al aire, sino un promotor de cambios desde una posición que me lo permite. Este es mi momento para actuar coherentemente y para pasar de la crítica a los hechos, porque no tiene sentido manifestarse sobre principios y valores si uno no los representa.
Así que esta columna es solo el anuncio de mi regreso a la deliberación política. Mi compromiso con el deber sigue siendo ineludible y aún más sagrado, porque estoy obligado a ayudar al gobierno a cumplir con los objetivos para los cuales me nombraron en una tierra inhóspita para la mayoría de los colombianos, pero con un potencial enorme y oportunidades que deben ser aprovechadas. Mi posición no es una mordaza; por el contrario, es una responsabilidad que no riñe con el derecho que me asiste para expresarme libremente, luchando por lo que creo justo y defendiendo un proyecto político en el que creo y del que formo parte. No temo que insinúen que escribo “porque me pagan” o que lo hago por adulación. Mi trabajo habla por mí y no tengo necesidad de aparentar simpatías que me surgen genuinamente. Conozco los límites que me impone la ley y, por supuesto, los respetaré, porque mi intención, entre otras cosas, es fortalecer mis argumentos con la responsabilidad que me impone mi investidura. Ese es el reto: no callar, como si me escondiera, porque ni quiero ni puedo hacerlo. Lo mío es opinar desde esta tribuna que hemos construido con mística para abrirle espacio a nuevos escritores y para sembrar textos de nuestra propia cosecha, incluyendo estos.
Hoy me siento como en la sala de mi casa, hablándole a un público pequeño y selecto con quienes me puedo sentar a discutir temas de actualidad con naturalidad y respeto. No tengo el alcance que me daba X con más de 50 mil seguidores gritando como un loco en la Plaza de Bolívar. Siento que mejorar la calidad de mis argumentos con las responsabilidades que me impone el cargo me brindará mejores insumos para contribuir al debate público. Quiero que mi voz sume, que explique, que sea franca y contundente como siempre, pero que además esté orientada hacia las propuestas que el país tanto necesita. Finalmente, mi tiempo en este cargo durará lo que tenga que durar. No tengo ambiciones más allá de cumplir bien con mi deber. Pero la persona trascenderá esta posición y las que vengan, y yo seguiré opinando porque esa es mi esencia y no la puedo traicionar. Nos veremos cada domingo con todo el ímpetu que requiere un país que necesita superar tantos problemas, en el que muchas veces no nos pondremos de acuerdo y tiraremos en direcciones contrarias. Mientras podamos aportar palabras y no balas, estaremos dando un paso fundamental hacia la paz. Este es mi aporte. Y acá estaré cada domingo. Hoy empiezo. Gracias por leerme.
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