Por Andrés Felipe Giraldo L.
El gobierno de los Estados Unidos ha revocado la visa al Presidente de Colombia Gustavo Petro. Dicen que se la revocan por sus actos imprudentes e incendiarios. Petro lideró las protestas contra el genocidio en Gaza provocado por el Estado de Israel e instó a los soldados de los Estados Unidos para no hacer parte de esta masacre. Pidió que no cumplieran las órdenes de Trump sino las órdenes de la humanidad. Esto, después de haber expuesto en su discurso de la Asamblea de las Naciones Unidas todo lo que expresó luego en las calles frente a unos manifestantes. Ninguna sorpresa.
El gobierno de los Estados Unidos, el gobierno de Trump, que desde el primer momento de su mandato ha perseguido a los inmigrantes como si fueran delincuentes, que los ha maltratado y los ha expulsado de las maneras más crueles e inhumanas, destruyendo familias enteras y alejando a padres e hijos latinoamericanos, le ha revocado la visa al Presidente de Colombia. Ese gobierno que al menos dos veces ha vetado la proposición del Consejo de Seguridad de la ONU para que cese el genocidio en Gaza, le ha revocado la visa a Gustavo Petro. El gobierno de ese Presidente que ha querido interferir en las decisiones soberanas del poder judicial de Brasil imponiendo aranceles del 50% a ese país por condenar al expresidente Jair Bolsonaro por promover un golpe de Estado contra Lula Da Silva, le ha revocado la visa a un Presidente que defiende la soberanía de los pueblos latinoamericanos. El gobierno que ha asesinado personas en el Mar Caribe con el argumento de que están transportando droga, sin procesos, juicios, ni pruebas, lanzando misiles a seres humanos como si fueran cucarachas, ha decidido que Gustavo Petro no es grato en su territorio. El Presidente que dice que el paracetamol produce autismo, que dice que el cambio climático es una estafa, y que llama a Azerbaiyán y Armenia “Aberbaiyán” y “Albania” para referirse a estos países y a su proceso de paz, considera que el Presidente de un país soberano no es digno de entrar en su territorio.
El gobierno de los Estados Unidos ha descertificado a Colombia en la lucha contra las drogas de manera unilateral. El país que más cocaína y fentanilo consume en el mundo se siente con la autoridad legal y moral de calificar el desempeño de otras naciones en la lucha antidrogas con la nariz pintada de blanco. A Petro le quitaron la visa pero a Colombia le devolvieron la dignidad. Por primera vez en la historia el Presidente de Colombia no va a las Naciones Unidas a prestarse de siervo a los gringos y alza su voz con la voz de los pueblos que nadie escucha, de los pueblos que son exterminados, de las naciones que han sido intimidadas por el poder represor de los Estados Unidos que en manos de este gobierno dejó de ser el faro de la libertad y la democracia en el mundo, para evidenciar sin pudor a un régimen violador de Derechos Humanos, un bully económico del comercio internacional y el poder destructor del medio ambiente y del futuro en el mundo. Petro no ha perdido nada. La visa no le va a hacer falta. Ir a los Estados Unidos, a este Estados Unidos que se ha convertido por cuenta de sus propios ciudadanos que eligieron a este gobierno plagado de homófobos, xenófobos, racistas y supremacistas blancos, no debe ser del gusto de nadie que haga respetar sus orígenes, su soberanía y su dignidad.
Alzar la voz contra el genocidio de Gaza en todos los escenarios posibles no es un acto de atrevimiento. Pedirle a los jóvenes que integran los ejércitos más poderosos del mundo que no apunten sus fusiles contra poblaciones pobres, desarmadas y vulnerables no es ningún acto imprudente ni incendiario. Incendiario, literalmente, es arrojar bombas sobre miles de niños y niñas que mueren calcinados por el fuego o estripados por los escombros de las ruinas que se les vienen encima. Incendiarios Netanyahu y Trump que se imaginan resorts de lujo sobre la sangre fresca del pueblo palestino y que fantasean con playas para millonarios cuando aún se escucha el llanto de las madres y los padres que han perdido a sus hijos bajo toneladas de explosivos. Evidenciar la realidad no es incendiario ni imprudente. Tomar un megáfono para denunciar la barbarie frente a gente común como Presidente de una Nación es de un tipo firme en sus convicciones, parado en sus acciones, convencido de sus luchas. Este es el Presidente que al menos a mí me representa, del que me siento orgulloso, al que le di mi confianza cuando decidí votar para que por fin un gobierno que se hace proclamar como humano, actúe en consecuencia. No esperaría menos de Gustavo Petro y tampoco me extraña que un gobierno como el de Trump le quite la visa, porque le ha gritado a ese régimen en su cara y en sus calles lo equivocados que están, sin miedo, sin arrodillarse, sin detenerse a pensar en los asuntos pragmáticos que resuelve el tiempo. La historia va a juzgar a los pusilánimes y va a resaltar a quienes alzaron su voz con valentía. Y Petro estará para siempre en esa lista.
Mientras en el biempensantismo inmaculado de Colombia se preocupan por las formas, se avergüenzan por el qué dirán, les parece que es lo mismo el extremo de quien clama por la paz al extremo del que patrocina la guerra porque “son extremos”, tenemos un Presidente que sabe con claridad de qué parte de la historia está. Fueron una vergüenza los que negaron (y aún niegan) el holocausto nazi así como los que hoy niegan el genocidio en Palestina, o lo matizan, o, peor aún, lo justifican. Son una vergüenza los que atacan al Presidente de Colombia por pedir que cese ese genocidio de manera vehemente, directa y proactiva porque “esa no es la manera” mientras en Palestina se apilan los cadáveres por miles, ya tantos que nadie sabe, muchos de ellos niños, niñas, mujeres y ancianos a los que martirizan a diario en nombre del tal pueblo elegido que no existe, y si existe, no merecería ser elegido de ningún dios que valga la pena.
Petro nos ha dado una lección de dignidad. Se paró frente a los líderes de las naciones en la Asamblea de la ONU y frente a la gente común en las calles de Nueva York a pedir lo que cualquier demócrata, cualquier amante de la libertad y de la vida haría, repudiar a quienes matan impunemente a seres humanos indefensos y a pedirle a los gobernantes del mundo que por favor lo ayuden a detener el genocidio. Lo menos que podemos hacer los colombianos que descubrimos la dignidad a través de un verdadero líder es respaldarlo, apoyarlo y comprender que sus luchas no solo son justas y necesarias, sino urgentes y desesperadas. Mientras escribo esta columna siguen cayendo bombas en Gaza masacrando gente inocente y desarmada solo porque una nación decidió vetar la propuesta de un Consejo de Seguridad para detener esos crímenes indiscriminados y aterradores. El gobierno de esa nación decidió quitarle la visa a nuestro Presidente por gritar en una calle pidiendo que detengan esa barbarie. Esa visa ahora solo sirve para ir a un país gobernado por gente que odia a la humanidad, que está acabando el futuro y que nos está negando la paz. El Presidente de Colombia no necesita esa visa para hacerse escuchar, pero en cambio haberle quitado la visa la da más fuerza a su voz, porque el gobierno de los Estados Unidos quiere ocultar su intransigencia con la arbitrariedad.
Colombia es un país soberano y digno y el Presidente está para defender esa soberanía y esa dignidad. No importa que esos lacayos acostumbrados a arrastrarse por las migajas que se caen de la mesa del imperio para poder alimentarse se retuerzan en la bilis de su propia humillación. Petro no tendrá más oportunidades para gritarle al mundo que la humanidad se está yendo al carajo por culpa de esos gendarmes que prefierieron privilegiar al capital por encima de la vida, de la dignidad y de la integridad humana. Una visa es irrelevante cuando el mundo sin fronteras es el que está sufriendo su propia aniquilación. Una visa resulta insignifcante si es para ingresar al país que está acabando a partir de la estupidez, la soberbia y la mentira con la humanidad. Esa visa ya no es para ningún sueño.
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