Por Andrés Felipe Giraldo L.
Hoy me obligo a escribir. Hoy fuerzo a mi voluntad contra el teclado una vez más. Hace tiempo no pasaba por acá. He permanecido en el confort de los 280k de Twitter que solo me exige pensamientos, pero no estructuras ni argumentos. He evadido pensar porque tantos anzuelos en mi mente han herido mi creatividad. Entre la euforia de la libertad y las dudas de la soledad, he preferido dejar a las pausas de inspiración, a mis latidos y mis respiraciones que cumplan solo con mantenerme vivo.
Soy un escritor que vive refugiado en las sombras de la tristeza que paraliza, del dolor que no cede, del sufrimiento de un deprimido diagnosticado que ha encontrado en su enfermedad una aliada y una excusa para rendirse a la tentación de la rutina, de los movimientos mecánicos que me llevan a todos los espacios predecibles a reproducir las condiciones del mercado para sobrevivir, un vil asalariado de media petaca que calienta la silla con el culo mientras le dan ordenes e instrucciones. Soy el fantasma de una vida que marchita mientras duermen mis anhelos.
Una vez más mis complejos y mis inseguridades han tomado el mando de mi cabeza. Las mareas de nostalgia inundan mi tranquilidad. Trazos de melancolía reposan en la firma que estampo a diario en las cuentas que debo pagar. Soy el pecado original de la desidia. Tan viejo y otra vez no sé qué hacer con mi vida. Por eso estoy acá, rogándole a las musas ebrias que me den un poco de palabras para drenar mi alma y que, así no lleguen a ninguna parte, me den un poco de liviandad.
Estoy acá reflejado opacamente en la pantalla porque un amigo me lo ha pedido. Es más, me lo ha exigido. Me ha dicho que es un desperdicio que no escriba mientras el tiempo sigue pasando sin que florezca aunque sea la hojarasca de un libro. Y sí, yo le di de nuevo excusas, que estoy triste, que me siento solo, que me falta algo, que llegar a la casa vacía y en silencio mengua mis energías. Me sugirió que canalizara mi tristeza en el papel, como siempre lo he hecho, que responda mis dudas así sea con preguntas, pero que, maldita sea, escriba. El maldita sea me lo dijo como esa muletilla que se usa para llamar la atención, para hacer énfasis, para que despierte de este letargo que se está alargando más de lo que puede soportar mi vida.
Y por eso estoy acá, a regañadientes, tratando de exprimir la tinta de la pluma que se niega a darme ideas. Por eso estoy acá, aferrado a este flotador de naufrago en el mar de la incertidumbre, de la inmovilidad, de la inercia que me trae una y otra vez acá a escribir sobre nada.
Pues bien, este solo era un reto. Era el compromiso de forzar la voluntad aunque haya que despertarla de la resaca, es el primer paso que necesito para rehabilitar mi inspiración, para que la próxima vez que esté frente a este computador no sienta el peso de la obligación y del compromiso sino el gusto por hacer lo que amo. Es como madrugar, al principio lo odias pero lo empiezas a entender cuando te caen las primeras gotas de agua de la ducha.
Tengo que seguir adelante con todo y mis demonios, cargar con el pasado y sus equivocaciones, con un presente confuso, gris y parco y con un futuro que depende en gran medida de mí. Debo seguir escribiendo a pesar de mí, romper mis dedos contra este teclado hasta que me sangre la madre de las uñas sin resistirme y sin preguntar por qué. Debo entender que este es el vínculo que tengo con la vida, con las personas, con los afectos y toda esta tristeza que me acorrala, que me secuestra, con la que negocio a punta de palabras para que me dé la libertad aunque sea a ratos.
Estoy acá obligado, retando a mi voluntad, cumpliéndole a un amigo. Estoy acá traicionando todo lo que soy, todo lo que pregono, porque escribir se me debería dar tan natural como despertarme y tomar el café. Pero no, estoy estancado en este valde pandito de autocompadecimiento, sintiendo lástima por mí y por la soledad que he provocado, maldiciendo mi suerte cuando suerte es lo que he tenido con la gente que aún me tiene paciencia y no me ha mandado a la mierda.
Siento vergüenza por estar acá obligado cuando esta debería ser la rutina más placentera de mi existencia. Siento no tener más excusas que mi propia debilidad. Siento que tenga que hacer esto tan postizo cuando debería fluir como parte de mi naturaleza. Pero acá estoy, cumpliendo la sentencia, asumiendo el reto, prometiendo una vez más que volveré a este teclado y a esta pantalla reconciliado conmigo mismo. Este es solo el principio de un camino que me tiene que llevar de lo que debo a lo que quiero. Un camino imperceptible que me hará más escritor que persona. Esta vez vine obligado. Espero que sea la última vez.
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