Por Andrés Felipe Giraldo L.
29 de junio de 2025. Aún falta un año, un mes y poco más de una semana para que Petro culmine su mandato. Un mandato marcado por agrios enfrentamientos entre ese sector que se hace llamar oposición, pero que en realidad hace parte de la facción que ha gobernado a Colombia durante toda su vida republicana, contra un gobierno de izquierda que se les coló en el Palacio presidencial. Apellidos que han estado en la Casa de Nariño, como si esta les perteneciera, ahora posan de revolucionarios dispuestos a jugársela por lo que llaman democracia. Y como no, si hasta ahora, esa ficción le hace creer a la gente que el pueblo es quien gobierna, dicen que está amenazada, cuando por fin alguien del pueblo gobierna. En Colombia no existía una democracia. Solo había una plutocracia con elecciones en donde la gente votaba por el oligarca de su preferencia.
No se cansan de llamar dictador a Petro, sin ninguna consecuencia y con toda libertad, algo impensable en cualquier dictadura. Y le llaman dictador porque ante las minorías legislativas que le hacen imposible gobernar con un Congreso adverso, y la rama judicial, por fin preocupada por aplicar la ley que siempre había ignorado para los gobernantes, amenaza con la movilización popular cada vez que el establecimiento se encarniza en su contra. Por ejemplo, el miedo a la consulta popular llevó al parlamento a revivir la reforma laboral que practicamente había sido desechada sin siquiera haber sido debatida. Petro apeló a convocar al pueblo con todo en contra. Incluso, contra ese mismo Congreso que, habiendo hundido la reforma, también le hundió la consulta. Y la consulta funcionó, evidentemente, porque solo mencionarla puso de nuevo a la reforma en los debates y salió aprobada con la mayoría de puntos que quería el gobierno. Es como si un fantasma se hubiera apoderado de la política en Colombia que llenó de pánico a quienes han visto a Petro llenando plazas públicas y movilizando por las calles a millares de personas, ahora con una propuesta concreta que le daría vida a un mandato que han matado desde el 7 de agosto de 2022, cuando le juraron a Petro que no terminaría su gobierno. No solo está terminando su mandato, sino que se le ve robusto en las manifestaciones populares. Hasta la república independiente de Antioquia, que según muchos de sus habitantes le odia, lo tuvo que ver frente a una plaza de la Alpujarra abarrotada de gente que lo recibía con un entusiasmo que pocos políticos provocan ya, mucho menos un Presidente en ejercicio.
A Petro lo han desahuciado políticamente desde hace mucho tiempo. Sobrevivió incluso a la destitución arbitraria del procurador Ordoñez cuando fue alcalde de Bogotá y los medios, como ahora, lo calificaban con una desaprobación altísima, porque para nadie es un secreto que las encuestas solo son validaciones de lo que los dueños de los medios quieren proyectar. Por eso esta pésima alcaldía de Carlos Fernando Galán es bien calificada. Las encuestas se hacen a la medida de las necesidades de quien las paga. Y sin embargo, Petro siguió vigente, tan vigente, que hoy es Presidente. Y como Presidente le han hecho un mandato imposible, como cuando era alcalde, pero a gran escala. Y de una manera similar. Un Congreso que lo desprecia, lo ningunea, lo reta y lo confronta con saña, unos medios de comunicación tradicionales que lo detestan, lo difaman, lo tergiversan y lo atacan permanentemente, unos gremios que lo aborrecen porque ven amenazados sus privilegios con esas prerrogativas fastidiosas que se llaman derechos, y una extrema derecha oculta en la clandestinidad, aliada con un narcotráfico cada vez más golpeado en sus finanzas, que lo quiere ver muerto a como dé lugar, porque ya se dieron cuenta de que ni siquiera el atentando contra uno de los suyos logró el efecto de desestabilización y caos que esperaban. Porque son muy obvios, criminales y no tienen límites.
Petro no tiene más poder que el que le da la gente del común, que es mucha gente y por lo tanto, al final, mucho poder. Despertó una conciencia de clase tan estigmatizada por las élites en Colombia, que lograron hacer creer a gran parte de la población que era mejor ser un súbdito, recibiendo las migajas de la aristocracia, que pertenecer a una clase organizada y beligerante que lucha en pro de sus derechos. Los biempensantes de Colombia se refieren al “odio de clase” como si fuera un mero capricho teórico que se usa para avivar el conflicto, y no como una realidad evidente para un país en extremo desigual, en donde el 1.2% de la población acapara el 50% de las tierras productivas, en donde las clases trabajadoras son explotadas por una miseria y en donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez son más pobres. El llamado “odio de clase” solo es un despertar social que en el fondo es el pilar que ha mantenido a Petro en su cargo a pesar de las arremetidas del establecimiento que ha combinado todas las formas de lucha para derrocarlo sin éxito.
Por eso es perceptible un ambiente enrarecido e inusual. Los grandes grupos económicos, los apellidos eternamente presidenciables, los gendarmes de los medios de comunicación cada vez más metidos en política y los congresistas corruptos de mandatos eternos se sienten amenazados por este despertar social al que aún le queda poco más de un año en la Presidencia. Desconocer al Presidente de manera desafiante y grosera no les ha servido para deslegitimar su mandato. Intentar torcer a las Fuerzas Militares para que desobedezcan al Presidente no se ve como una jugada inteligente sino como un intento de sedición para el que los mandos militares no se van a prestar. Este no es el gobierno que encumbró a Zapateiro, el mandadero cruel dispuesto a hacer el trabajo sucio de Diego Molano, sino el de un ministro serio y comprometido como Pedro Sánchez, quien tuvo la gallardía de parar a los medios cuando intentaron ridiculizar al Presidente como lo hacen siempre, quien se ha mostrado leal y efectivo, conocedor de esas disidencias militares que operan desde las sombras de Acore para complotar junto con los dinosaurios reaccionarios que no aceptan tener un inquilino en la Casa de Nariño, porque no aceptan que Petro es el Presidente. Nada les ha funcionado, los días siguen pasando y, lejos de mostrar síntomas de debilidad, el gobierno de Petro es cada vez más fuerte.
Los profetas del caos que auguraban que Colombia se volvería como Venezuela tienen que ver con frustración que el peso se fortalece, el desempleo baja, las tierras regresan a sus legítimos dueños y Colombia recupera su dignidad ampliando sus socios en el exterior pudiendo debilitar por fin esa odiosa dependencia de los Estados Unidos, cada vez más hostil con los latinos, cada vez más decadente convirtiendo el sueño americano en una pesadilla llena de xenófobos e idiotas de los que es mejor presindir porque además son una amenaza para la humanidad. Colombia no solo no se convirtió como Venezuela, sino que dejó de ser esa Colombia dormida, conforme y discriminadora incapaz de reivindicar sus derechos porque se incrustó en el inconsciente colectivo que todo lo del pobre es robado.
Hasta los más ingenuos saben que la idea de una consituyente en los estertores de este mandato es sencillamente imposible. Legalmente es inviable, los tiempos son insuperables y en el fondo todos sabemos que la Constitución del 91 es buena, tan buena, que hasta los más conservadores están dispuestos a defenderla en esta coyuntura. Pero a Petro le encanta notarlos asustados, porque sabe que sus iniciativas no son gritos sin eco. Si Petro dice constituyente, la idea toma fuerza solo porque él la dice. Solo le basta decir una palabra para instalar la agenda de la opinión pública. Si Petro insinúa algo sobre la reelección, algo que ni siquiera quiere, sabe que al minuto tendrá a la oposición echando babaza por la boca, con los ojos desorbitados diciendo que Petro es un dictador que se quiere perpetuar en el poder. Yo creo que a Gustavo Francisco eso le divierte. Mientras la oposición inteligente se sigue rasgando las vestiduras dándole alas a las ideas absurdas que Petro lanza al aire solo para ponerlos a hablar, las reformas que parecían muertas reviven, las plazas se le llenan y hasta las encuestas le mejoran.
Petro los nota asustados porque los tiene asustados. Pero no se preocupen. Petro es un demócrata y en las elecciones de 2026 podrán votar por los candidatos de su preferencia sin mayor sobresalto, como ya sucedió en 2023 con las elecciones regionales. Quizás la izquierda pierda las elecciones en 2026 porque en Colombia el miedo suele poner Presidente y los tibios seguirán azuzando el temor al dictador para captar los votos de la derecha más radical a la que en el fondo pertenecen. Pero Petro los seguirá asustando porque seguirá vigente en la política, no con el sectarismo de Uribe que dejó en el logo del Centro Democrático su silueta, pero sí como una fuerza cohesionadora de una izquierda fragmentada que por fin está encontrando su identidad en metas más ambiciosas para las que hay que unirse.
La democracia en Colombia nunca había gozado de tanta salud como ahora. Por fin la izquierda está legítimamente en la contienda con vocación de poder, de gobierno y de perdurabilidad. Por eso los noto asustados. Antes la izquierda no era más que una fuerza marginal digna de ser aniquilida por las fuerzas oscuras del establecimiento. Pero sobrevivió. Y sobrevivió para asustarlos. Porque no se irá nunca más.
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