Esto que les voy a contar es una trivialidad, una frivolidad casi, quizás sin importancia. Debo empezar por decir que me causó entre risa, desconcierto y curiosidad, ver cómo una frase dicha por cualquiera, por un don nadie como yo, por ejemplo, puesta en la mente y en la boca de una figura de credibilidad mundial de manera arbitraria y ficticia, súbitamente se puede convertir en uno de esos postulados memorables que podrían pasar de repente a un libro de historia. Este es mi cuento:
El 27 de junio escribí un tuit con una mezcla de sentido común y vehemencia, con la intención de criticar a esos gobiernos que escudan los resultados de su mala administración en los problemas que les dejó su antecesor, como si fueran asuntos insalvables, imposibles de mejorar o corregir. Lastres, que llaman. Acá está el tuit:
En fin, para esta historia no es relevante el debate político que se pueda derivar de ese comentario. El asunto es que hoy, 9 de julio, alguien me arrobó en un tuit de Rafael Correa en el que haciendo remembranzas citaba una frase genial de Ángela Merkel con el objetivo de referirse a la mediocridad de su sucesor y ahora su principal enemigo público, el actual presidente de Ecuador, Lenin Moreno. Me causó intriga saber por qué un desprevenido seguidor de Twitter me quería hacer partícipe de una discusión entre Rafael Correa y Lenin Moreno. Cuando abrí el tuit, la frase que yo había escrito el 27 de junio estaba copiada casi al pie de la letra con unas pequeñas modificaciones y entre comillas. En el fondo de mi frase aparecía el rostro sereno y risueño de Ángela Merkel, una mujer a quien por cierto admiro sinceramente.
Pues bien, mi frase ya no era mía, era de Ángela Merkel. Y Rafael Correa hacía eco de esa frase. Estaba aún riéndome de la situación cuando un profesor a quien aprecio mucho tuiteó el mismo meme con una presentación maravillosa en la que resaltaba las cualidades de estadista de la canciller Merkel. Alguien le hizo notar que esa frase la había escrito yo hace unos días y como es natural en él, que es un caballero, me ofreció disculpas y borró el tuit. Entonces, yo retuitié el tuit de Correa e hice mofa de la situación. Escribí como comentario de ese RT: “Un honor para mí que me esté plagiando “Ángela Merkel” y que además me esté dando RT Rafael Correa” seguido de emoticones de risa. Casi al instante, un usuario me reviró con esta frase: “no es plagio, muchas personas en el mundo piensan igual que uno, pero de esos muchos solo algunos tienen el privilegio de darlos a conocer (sic)”. Y sí, tenía razón. ¿Pero Ángela Merkel pensando igual que yo? ¿Con las mismas palabras? ¿Por la misma época? Demasiadas coincidencias. Además, el español de Ángela Merkel debe ser tan fluido como mi alemán. En algo era implacable el corresponsal: “algunos tienen el privilegio de darlos a conocer”(sus pensamientos). Aunque no sean de ellos.
En esta lucha dura de los nadies por hacer respetar los enclenques derechos de autor de los otros nadies, en medios tan precarios como Twitter que es el espacio en donde se publican las opiniones no pedidas de los nadies, algunos empezaron a darle RT a mi tuit original para decir que yo era el creador de esa frase. Los incautos me empezaron a escribir cosas como “Ey, esa frase ya la dijo Ángela Merkel, ¡copión!” “¡Oye! ¿Tú quién te crees? ¿Ángela Merkel?”. Pues bien, ahora yo, un pobre mortal, un nadie, soy alguien que se quiere hacer notar a costa del ingenio y la perspicacia de la imponente canciller alemana, que a estas alturas ni siquiera sabe que ha dicho una frase genial para muchos, y que sus palabras ya fueron traducidas al español. De hecho, no creo que se entere jamás. Para algunos, la verdad cruda es que yo me copié una frase de Ángela Merkel y la quise hacer pasar como mía. Plagié una frase que Ángela Merkel nunca dijo.
Así he pasado parte del día. Debo decir que me siento agradecido porque no tenía muchas cosas para hacer hoy. La verdad, tengo muchas menos ocupaciones que Ángela Merkel que en este momento debe estar diciendo alguna frase trascendental, una de verdad, que a lo mejor va a pasar desapercibida.
Entre los documentos que me compartieron para mostrarme cuántas vueltas ha dado la bendita frase, un columnista mexicano citó esas palabras en una crítica que le hace al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Obviamente escribió que la frase era de la canciller alemana, lo que seguro le habrá dado más estatus a su columna. Con este preámbulo habrá descrestado a más de uno: “Antes de entrar en materia, recobro una cita de la canciller alemana Angela Merkel: “Los presidentes no heredan problemas. Se supone que los conoce de antemano, por eso se hace elegir para gobernar con el propósito de corregir esos problemas, culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre”. Acá está la columna: https://amp.elfinanciero.com.
Para concluir mi diatriba, a esta hora no sé si sentirme halagado u opacado. Halagado porque parece que escribí una frase digna de Ángela Merkel y hasta Rafael Correa se comió el cuento. Opacado, porque salvo los que notaron que yo escribí esa frase hace dos semanas, muchos difícilmente creerán que es mía. No sé a quién se le habrá ocurrido la maravillosa idea de tomar una frase cualquiera perdida en una red social, cambiarle dos o tres cositas y ponerla entre comillas con la imagen de Ángela Merkel. A mí me mató, pero la frase quedó inmortalizada. Así debe pasar con millones de frases que se le habrán ocurrido a muchas personas y que en realidad no son tan geniales (la frase de esta historia no creo que lo sea), pero que puestas con el rostro de la persona adecuada, con un fondo solemne, se vuelven memorables, solo porque esas personas ya son importantes, famosas, viven en la retina de la gente. Y los nadies no. Los nadies solo tenemos frases de ocasión que se pierden en las redes sociales, en los blogs, en los papelitos que tenemos ahí para escribir a mano las ocurrencias.
A lo mejor me quede ahí con ese orgullo anónimo y quizás algún día le cuente a algún nieto en confidencia que Ángela Merkel fue una gran canciller alemana, pero que esa frase que aparece con ella en ese libro no es de ella, que en realidad es mía. Quizás ese nieto me mire y se ría y piense que su abuelo ya está loco. Pero si mi nieto se ríe, ya habrá valido la pena haber escrito esa frase, no importa que no me crea. Esa es la vida de los nadies. Nos conformamos con poco y vivimos en las sombras.
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