Por Andrés Felipe Giraldo L.
El domingo 19 de junio de 2022, cuando Petro ganó las elecciones, la revista Semana abrió su panel informando que el dólar se cotizaba a 5 mil pesos en las casas de cambio del aeropuerto. Evidentemente descompuesta, la actual youtuber caída en desgracia, Maria Andrea Nieto, dio esta impactante noticia al país. Solo le faltó explicar por qué el dólar cambiaría de precio un domingo, previo a un lunes festivo, cuando las cotizaciones jamás se alteran los fines de semana. Jamás. Así empezó la campaña de bulos y desinformación más atroz que la prensa tradicional de un país haya maquinado contra un gobierno elegido popularmente en toda la historia republicana de Colombia.
Uniéndose a estos coros, el pastor aleluyo-uribista Oswaldo Ortiz, aseguró entre lágrimas que el dólar llegaría a 10 mil pesos. Eso no solo no sucedió, sino que el dólar ha bajado de precio significativamente con respecto de lo que lo dejó Iván Duque en 2022, muy por encima de los 4 mil pesos.
De la Venezuela que nos prometió la oposición si ganaba Petro, solo nos queda el delirio de sus propias elucubraciones. Ninguno de los profetas del caos acertó en sus predicciones y esos que prometieron irse para Miami si la izquierda llegaba al poder, no nos cumplieron. Y si alguno cumplió, seguramente ya lo deportó Trump.
Si algo ha decepcionado de Petro es que su gobierno en líneas generales no ha desentonado con los gobiernos convencionales de la derecha en algunos aspectos. Manchado por la corrupción, plagado de nombramientos cuestionables y marcado por alianzas convenientes, que tampoco han servido para pasar las reformas, no tendría mucho que reprochar de los gobiernos clientelistas que caracterizan nuestra precaria democracia. Sin embargo, nadie puede decir con un mínimo de fundamento que el de Petro es un gobierno dictatorial, que se va a perpetuar en el poder o que ha llevado el país al caos. Por supuesto hay quienes lo siguen repitiendo, pero a menos de un año de finalizar su mandato, es cada vez más claro que muchos de los que dicen que Petro es un dictador (o que la democracia peligra), hoy están recogiendo firmas o implorándole a algún partido de la derecha que los deje postular para participar en las elecciones. Hasta el decadente y patético Jorge Enrique Robledo, en sus balbuceos seniles, se ha imaginado a Petro parapetado detrás de su escritorio el 7 de agosto de 2026 con un fusil para que no lo desalojen de la Casa de Nariño. Robledo ya hace mucho tiempo dejó de dar rabia para dar pesar. Porque hasta la oposición sabe que Petro no se va a perpetuar en el poder, que no hizo nada para modificar la Constitución en ese sentido y que el único que sí lo hizo fue su líder, hoy condenado, Álvaro Uribe Vélez, él sí, un verdadero peligro para la democracia.
En lo económico Colombia está aún mucho más lejos de ser Venezuela. La inflación está controlada, el desempleo baja mes a mes y, como ya lo dije antes, el dólar marcha estable en el mercado cambiario. Además, los niveles de crecimiento económico son sostenidos y la agricultura, como nunca antes, jalona el desarrollo en un país eminentemente rural. Podrán decir que nada de esto es mérito de Petro, que todo es gracias al Banco de la República y a los magníficos líderes gremiales que tenemos en Colombia, o al Congreso, que vive atravesado como vaca muerta en los rieles de las reformas. Podrán decir lo que quieran, pero es claro que para un mandatario irresponsable es muy fácil afectar la economía aunque se le activen todos los controles de las instituciones y de la sociedad civil. Y Petro no lo ha hecho. Ha mantenido una economía estable a punta de decisiones responsables, un manejo técnico de la cartera de hacienda y bajo el respeto absoluto de las libertades del mercado hasta donde la ley lo permite. No ha expropiado, no ha estatizado bienes privados ni ha restringido libertad alguna para minar la confianza de los inversionistas. Los empresarios lo atacan y lo seguirán atacando, porque ha desnudado las grandes injusticias provocadas por la desigualdad en Colombia, pero no a costa de perseguir a nadie.
Gustavo Petro no ha sido Chávez ni Maduro, y Colombia corre más peligro de ser la Chile de Allende, la del golpe de Estado de la extrema derecha, que la Venezuela de Chávez. Colombia es la misma Colombia de siempre con la esperanza de un cambio. La misma Colombia de siempre pero ahora con la expectativa real de que la izquierda tenga opciones para ganar las elecciones de manera legítima. Y eso no gusta a muchos que se sienten usurpados, que piensan que el poder y el Estado solo les pertenece a ellos, por eso no es raro ver a Uribe y a Vargas Lleras uniendo fuerzas para erradicar a la izquierda de la lucha política. Los dueños de esa hacienda llamada Colombia reclaman el derecho sagrado a dominar su feudo como siempre lo han hecho, como amos y señores.
El gobierno de Petro ha sido un gobierno revolucionario en la medida de sus posibilidades que son pocas, porque la inercia de la historia favorece ampliamente a la derecha. Pero sembró una semilla que tiende a germinar en nuevos liderazgos que se empiezan a perfilar y que unidos podrán crear una fuerza consistente. Colombia con Petro no se convirtió en Venezuela. Lejos de serlo. Pero por fin cambió ese paradigma con el que se gobernó Colombia por más de dos siglos, esa manguala entre los cacaos económicos y las familias políticas que se apropiaron de todo el espectro político. Ellos se seguirán sintiendo amenazados y seguirán instalando esa narrativa perversa y falaz de que los gobiernos de izquierda son gobiernos dictatoriales y empobrecedores. Entonces se limitan a dar ejemplos como Cuba, Venezuela o Nicaragua pero no reparan en esos países que ahora disfrutan de una alternancia sana y enriquecedora como Chile, Brasil o México en donde la izquierda dejó de ser la eterna oposición y los parias del Parlamento para ser una opción válida de gobierno y de poder con resultados positivos no solo en lo político, sino en lo económico y en lo social.
Colombia ahora es la Venezuela que no fue. Un país con muchos problemas pero con un escenario político más amplio en el que la izquierda llegó para permanecer en una contienda amplia, incluyente y deliberante. A la extrema derecha se le convirtió una obsesión “acabar con la plaga” o “erradicar al comunismo”, pero la verdad es que esta tendencia política no es una anomalía histórica sino un derecho a que la gente pueda elegir entre opciones verdaderamente distintas. En eso consiste la democracia. De lo contrario, los verdaderos dictadores estarían allá y no acá.
Llegó el momento de que las controversias políticas se resuelvan en las urnas y no a los balazos. Nunca más exterminarán a la izquierda como lo hicieron con la UP o van a matar a todos los candidatos presidenciales de la izquierda como en las elecciones de 1990. Ahora la izquierda tiene vocación de poder y de eso no se vuelve. Y no porque Colombia se haya vuelto como Venezuela, sino porque Colombia después de Petro no volverá a ser la misma de antes.
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