Por Andrés Felipe Giraldo L.
A dos semanas de las elecciones presidenciales, cruciales, desde muchas perspectivas, no queda más que apretar los dientes y confiar en que el país va a tener los bríos suficientes para dar por fin ese giro de tuerca que nos saque de dos siglos de inercia histórica en los que el país ha sido gobernado por las mismas familias, como si todavía fuera un feudo que se hereda y no una república democrática.
De un lado, está todo el establecimiento agazapado detrás de la desagradable figura de Federico Gutiérrez, un Uribe desaliñado, malhablado y chabacano, que ha unido lo más rancio, tradicional y corrupto de la política en Colombia a su alrededor con ese discurso de autoridad y represión que tanto les gusta a los sectores reaccionarios del país. Del otro lado, está la oportunidad del cambio hacia un país un poco más justo, que si bien no será la gran panacea, porque Colombia no se va a transformar de un día para otro, podría marcar el derrotero de un futuro más promisorio para todos.
Se vienen dos semanas de intensa lucha, en las que el establecimiento sacará lo más ruin de su repertorio para llenar de miedo a los electores ajenos y de rabia a los propios para “salir a votar berracos”, como ya lo hicieran en el plebiscito por la paz, en donde a punta de desinformación, noticias falsas y coacción a los electores lograron ganar esas votaciones por un estrecho margen, lo que ha costado sangre por camionados, como le gusta a Uribe. Esto, por la fallida implementación de los acuerdos de La Habana, que han sido destrozados por el gobierno del homúnculo sin carácter que está sentado en la silla de Nariño, sin merecerlo, los últimos cuatro años.
Es muy triste que de los 30 años que lleva de vigencia la Constitución de 1991, dos tercios de ese tiempo la política nacional haya estado permeada por el uribismo, una ideología, si es que se le puede llamar así, retardataria, camandulera, discriminadora, acaparadora y violenta; que expresa lo más rancio de una colombianidad arribista y de doble moral, que sigue gobernando con la biblia por encima de la Carta fundamental y que representa una colonialidad de hacendados y siervos, en el que sus militantes hacen propuestas tan absurdas como dividir un departamento en dos para poder segregar a los indígenas que tanto les molestan.
Lo que se juega en estas elecciones no es una revolución bolchevique, como muchos la quieren pintar llenando de temor a los más incautos, porque lejos estamos de ello. Apenas le estamos apostando a la reivindicación de la nueva Constitución que no hemos podido disfrutar a plenitud porque ha sido una lucha contra la corriente en la que cada derecho allí consagrado ha debido ser refrendado por la Corte Constitucional ante el rechazo de unas mayorías en el Congreso que se niegan a aceptar que Colombia está cambiando.
Esta columna la dejaré breve, como un panfleto al aire, como un manifiesto simple que llame a la reflexión necesaria para dejar al uribismo en lo más escondido de los anaqueles de la historia, como una vergüenza histórica que debemos superar, como un error que nació de la reacción popular ante el hastío contra una guerrilla insensata que colmó al país de oprobio, tristeza y desesperanza, cuando se dedicó a atacar al pueblo que tanto decía defender y que se degradó a lo criminal. Pero nos equivocamos, y resultó peor la cura que la enfermedad, porque esa enfermedad se enquistó en el establecimiento como una respuesta violenta del statu quo que elimina a todo aquel a quien amenace sus privilegios.
Estamos a dos semanas de iniciar un cambio prometedor. Estamos a dos semanas para ver germinar, por fin, a la Constitución de 1991. No pedimos más. Exigimos que la democracia se le abra también a una izquierda que se está jugando su derecho a gobernar en las urnas, una izquierda que ha sido sistemáticamente estigmatizada, relegada y exterminada como si fuera la culpable de todos los males de una sociedad a la que jamás ha dirigido.
El país tiene que dejar de ser la hacienda de unos pocos que hacen con ella lo que quieren como si fueran sus dueños. Es hora de que esta tierra con dos océanos, tres cordilleras, todos los climas tropicales y una Amazonía extensa sea de todos. Es el momento de zafarnos de una vez por todas de la colonia, de las castas y la religión que han hecho de Colombia esa sociedad injusta y desigual a la que nos sometemos por ignorancia y por miedo. Es hora de llegar al presente, que no es más que un país reconciliado y de oportunidades para vivir sabroso. No es más. No estamos detrás de una revolución violenta. Solo exigimos que la izquierda también pueda gobernar en democracia, si es que la democracia en Colombia de verdad existe.
*Fotografía tomada de El Tiempo.
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