Por Andrés Felipe Giraldo L.
En primer lugar, lamento dar por sentado que Carlos Fernando Galán va a ganar las elecciones para la Alcaldía de Bogotá. En primera o segunda vuelta, no lo sé. Preferiría que sea en segunda para que sienta que al menos una porción de la sociedad bogotana se le va a oponer. Y la razón es sencilla: No tiene competencia. Parecerá una apreciación severa teniendo en cuenta lo que representa Gustavo Bolívar como esperanza de la izquierda y la convicción que tienen algunos de que va a ganar. Pero yo soy un poco más realista. Bolívar es un candidato taquillero (carismático para algunos) y popular en sus dos acepciones (viene de abajo y es famoso). Pero no va a ganar por dos razones principalmente. La primera, porque no tiene los conocimientos necesarios para administrar a una ciudad tan compleja como Bogotá ni por formación ni por vocación. Desde que fue Senador mostró grandes vacíos en el conocimiento que debe tener un estadista para gobernar. Este detalle no es menor, porque muchos podrán admirar su honestidad, su lealtad con Petro y su estilo sencillo y cercano a la gente; pero esto no lo hace apto para gobernar. La capacidad es un requisito indispensable en la gestión de lo público y si bien muchos dirán que han gobernado peores o que no roba, estos no son motivos para darle el voto. Al menos no para la gran mayoría de los bogotanos que lo ven con desconfianza por sus limitadas aptitudes en este sentido. Y la segunda, porque genera mucha resistencia entre el biempensantismo capitalino y la gente divinamente que nunca estuvo con los jóvenes en las protestas de 2021 que él apoyó (no que patrocinó, como lo afirman sus competidores). Por eso toda esa gente de “centro” se le está sumando a Galán o a Oviedo, mucho más moderados en el discurso y sumisos al sistema.
Sin embargo, la derrota que se avecina tampoco es culpa de Bolívar. La verdad es que la izquierda padece una crisis de liderazgos preocupante, y por eso las personas capaces de esas huestes no son muy conocidas, y las que son conocidas, gravitan alrededor de Petro, que ha preferido aúlicos sobre contradictores, dándole espacios de visibilidad a tipos incondicionales como Morris o Bolívar y ha descabezado a cualquiera que se le revela o que le hace sombra. Pero este es otro tema, que abordaré en otra columna, cuando pase la coyuntura de las elecciones.
Dicho esto, quiero referirme específicamente lo que significa que Galán sea el próximo alcalde de Bogotá, sin duda una mala noticia, porque Galán representa la continuidad más rancia de las malas decisiones que han afectado el desarrollo de la ciudad y el aliado más seguro de los corruptos, politiqueros y pusilánimes que se han sumado a su campaña y a los cuales, el delfín, les debe sendos favores.
Galán siempre ha posado de ser un candidato honesto e independiente, desde que inició su carrera política de la mano de Germán Vargas Lleras en Cambio Radical. Sin embargo, como lo ha demostrado Ariel Ávila en varias investigaciones, Galán fue supremamente funcional al apetito burocrático y electorero de su partido otorgando avales cuestionables para luego hacer espectáculos de contrición inútiles porque ya no podía retirar dichas credenciales a candidatos tan nefastos como al exgobernador de la Guajira, Francisco “Kiko” Gómez”, a la postre condenado por el asesinato de un contradictor político.
Sin embargo, Galán se retiró de ese partido cuando la cosa se puso fea en 2018 y saltó del barco en pleno naufragio de Germán Vargas Lleras, quien después de ocho años de campaña, usando la chequera del gobierno Santos, se quemó de manera estrepitosa en las elecciones presidenciales de ese año. Pero Galán no se retiró por alguna razón ética o moral, simplemente sabía que su famiempresa política, el Nuevo Liberalismo, de su hermano Juan Manuel y él, recuperaría su personería jurídica, como tantos otros partidos y movimientos que fueron desaparecidos por la violencia del narcoterrorismo, la guerrilla y los paramilitares en el último cuarto del siglo XX. Así pues, ya tendría una fábrica de avales en el propio comedor de su casa, en donde Juan Manuel y él fungirían como emperadores de los restos de su padre. Y es que los hermanos Galán se han formado políticamente exprimiendo sin pudor la imagen y el recuerdo de Luis Carlos Galán Sarmiento, símbolo de la lucha contra el narcotráfico y mártir de sus propias causas, pero no han honrado dicha imagen con sus actos, porque no son más que necrófagos que posan de honestos en el discurso mientras que en la realpolitik, como dirían los alemanes, se alían con lo más putrefacto del poder tradicional, los clanes electorales en las regiones y los corruptos reconocidos de siempre.
Así pues, Carlos Fernando Galán en realidad no es ningún político honesto y mucho menos independiente. Nadie que se precie de ser honesto podría surgir políticamente de la mano de un cacique tan inescrupuloso y marrullero como Germán Vargas Lleras ni de usar una famiempresa política como plataforma inagotable de nuevos apetitos electorales.
Sobre la incidencia de Carlos Fernando Galán en la vida de Bogotá hay una mácula imborrable. Fue él quien revivió el cadáver político de Enrique Peñalosa, vapuleado en cada elección presidencial, para que se postulara en 2015 como la némesis de Gustavo Petro, que terminaba su mandato de burgomaestre aterrizando de barriga después de una injusta e ilegal destitución de un Procurador fanático, que tuvo que ser rectificado por el Consejo de Estado y por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Carlos Fernando lideró la campaña de Peñalosa y luego conformó el equipo que evitó su revocatoria, liderado por Andrés Villamizar Pachón, primo hermano de los hermanos Galán. Peñalosa 2.0, ese que ahora revienta el teclado en X para hacer parte de la oposición estúpida, que compara a la Argentina actual con la de hace 100 años hablando de la “argentinización de Colombia”, es un Frankenstein de Carlos Fernando Galán, quien hoy está de nuevo en su ataúd político dando gritos desesperados porque Petro logró lo que él siempre quiso: ser Presidente de Colombia, algo que jamás sucederá con el malo de Peñalosa.
Sin embargo, a Carlos Fernando Galán esta vez el balón le quedó picando en el área chica con el arquero jugado. Después de dos candidaturas fallidas, por fin la suerte le va a acompañar sin mayor resistencia. Su imagen de moderado e independiente, que no es más que eso, imagen, su carisma que derrite a las tías indecisas, sus buenos modales que lo llevan a hacer meaculpas insustanciales, pero nunca a renunciar a sus privilegios sociales y políticos, y la capacidad que tiene para arrastrar al biempensantismo capitalino divinamente ala caray, célebre por preferir las buenas maneras sobre las buenas causas, esta vez le van a dar la victoria. Pero será una victoria costosa.
Carlos Fernando Galán llegará al Palacio de Liévano debiendo hasta el apellido. Las adhesiones actuales lo obligan a encubrir el legado nefasto de Claudia López, quien ha querido, con algunos brotes de insurrección, hacer del Partido Alianza Verde su propia famiempresa política con la complicidad de Angélica Lozano, pero no la han tenido tan fácil. El Partido Alianza Verde tiene unas disidencias que se han convertido en un verdadero dolor de cabeza para el matrimonio López-Lozano, que seguirán dando la pelea desde el Concejo de Bogotá y el Congreso de la República. Inti Asprilla, Diego Cancino y Luis Carlos Leal se han convertido en un trío de Mosqueteros contra la hegemonía del Claudismo-Lozanismo en esa colectividad, lo que seguramente hará que supure pus en la nueva administración de Galán. Las enormes grietas de la primera línea del Metro de Bogotá le van a estallar a Galán en la cara, primero, porque él es el gestor de que Peñalosa haya tirado impunemente los estudios del Metro subterráneo a la caneca para dar paso a este trencito cañero alimentador de Transmilenio como acertadamente lo califica el concejal del Polo, Carlos Carrillo, y segundo, porque él se ha comprometido a seguir con el trazado elevado que está en el contrato sin posibilidad de reconsiderar soterrar una parte por el congestionado y caótico centro de Bogotá, obras que van a paralizar la ya muy paralizada movilidad en Bogotá. El descontento popular va a ser más que evidente, porque las afectaciones de estas obras no tendrán precedentes en la vida de comerciantes, habitantes y transeúntes que verán cómo llenan de polisombras su cotidianidad y cómo se levanta ese adefesio de Metro elevado, un capricho que Peñalosa contrató en los estertores de su mandato con un consorcio chino cuestionado en todo el mundo por corrupción, que ya ha encendido las primeras alarmas negándose a pagar las sanciones por sucesivos incumplimientos en la entrega de los diseños de ingeniería de detalle. Lo que se le viene a Galán con esa obra no está escrito, ni siquiera en sus hipócritas meaculpas.
De otra parte, Galán llegará al Palacio de Liévano apoyado en lo más rancio de la política que se le une sin disimulo. Hasta el uribismo le va sumando a cuentagotas ante la vergonzante candidatura de Diego Molano, a quien ni siquiera el propio Uribe quiso apoyar porque le quita votos en Bogotá. Y si hay segunda vuelta, hasta Robledo, con su miserable 2%, pedirá uno que otro puesto a cambio de su adhesión. Galán tiene su alcaldía endosada y no será fácil la repartija burocrática ante tanto apetito politiquero. La gobernabilidad se le va a complicar, porque además la traición lo va a acechar cada uno de sus días, porque él tampoco es un tipo leal. El mismo Vargas Lleras o Rodrigo Lara Restrepo, su competidor, pueden dar fe de ello. La oposición real a Galán no le va a venir ni siquiera de la izquierda o de los verdaderos independientes. La oposición a Galán le va a venir de cualquier parte porque cuando se negocia con tirios y con troyanos para llegar al poder no se le puede dar gusto a todo el mundo y en cualquier momento las facturas se cobran. La larga sombra de la corrupción de la administración de Claudia López lo va a superar y tampoco podrá tapar tanto entuerto. Ahí perderá a otras aliadas, que, expertas en gritos e intrigas, pronto harán parte del coro de detractoras de su aliado de ocasión.
Además, la seguridad también será un talón de Aquiles para Galán, quien cree, erradamente, que entre más Policía más seguridad. Ni Claudia López ni él han entendido que la seguridad en Bogotá no es una cuestión geométrica de policías por metro cuadrado, sino que, la inseguridad tiene unas bases estructurales que surgen de la misma situación social de la Capital en donde crecen la pobreza y la precariedad mientras aumentan la delincuencia organizada y el crimen en toda la ciudad, porque se ataca con policía la fiebre en las cobijas, sin considerar que en la Fuerza Pública también hay una corrupción creciente y que entre más poder se le dé a la Policía, también crece su capacidad para incidir en las redes de crimen y corrupción de Bogotá. El tema se está abordando por donde no es y Galán tampoco tiene propuestas alternativas que dejen de pensar simplemente en la capacidad de disuasión de una institución cada vez más corrupta y deslegitimada.
Galán puede estar pletórico porque por fin va a ser Alcalde de Bogotá, pero no está midiendo la dificultad del reto y su apellido en este caso no lo va a ayudar. Por el contrario, tener la responsabilidad de representar a Luis Carlos Galán, después de una vida de aprovechar el apellido para vivir del erario y de los privilegios de ser víctimas de alta alcurnia, ahora se enfrenta a un reto real que compromete la vida de al menos siete millones de personas. Galán no entiende que esto va más allá de ganar unas elecciones y ahora tendrá que gobernar en serio.
Le auguro otros cuatro años bien opacos a la Capital, con un alcalde que va a gobernar a la defensiva, que va a estar superado por una obra cuestionada y mal pensada como lo es la primera línea del Metro de Bogotá y con el sirirí de Claudia López que va a edificar su campaña a la Presidencia haciendo alarde de todo lo que ella hizo bien pero que a Galán le va a salir mal. López en su mitomanía permanente y su ausencia total de principios va a negar a Galán tres veces antes de que salga el sol. Además, los cambios, si es que los hay, van a ser mucho más lentos de lo que el candidato Galán supone. Mejorar la seguridad de Bogotá en tres meses es una quimera y además una afirmación irresponsable. Entre otras cosas, porque será mucho más visible la represión policial, de la que Bogotá ya está cansada, que una verdadera mejora en la situación real que le permita recuperar la confianza a los bogotanos para salir a la calle y sentirse tranquilos.
El Carlos Fernando Galán Alcalde se va a dar cuenta de que el Carlos Fernando Galán candidato no midió bien sus fuerzas, que hizo alianzas con enemigos sin escrúpulos y que Bogotá es mucho más que la gente divinamente ala caray que le da palmaditas en las espalda sin asumir ninguna responsabilidad. A Galán se le viene una soledad horrible que va a arrastrar con su partido y con las aspiraciones presidenciales de su hermano Juan Manuel. La era Galán será una época difícil para Bogotá y el último espasmo de los rezagos del galanismo tan mancillado, manoseado y malgastado por la ambición política de los hijos de Luis Carlos Galán que, por fin, se van a ver ante un reto en serio. Y por fin se van a dar cuenta de que necesitaban mucho más que el apellido para gobernar. La era Galán será la primera y última de un Galán en el gobierno y el entierro oficial, por fin, de Luis Carlos Galán. Para ver si por fin sus hijos lo dejan descansar en paz. Lástima que sea a costa de la Capital del país.
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