Por Andrés Felipe Giraldo L.
Apenas corre el año 2021. Es decir, todavía quedan 78 años y algunos meses para que se termine el siglo. Sin embargo, y aunque la mayoría de los que están leyendo esto no van a presenciar ese acontecimiento, incluyéndome, puedo afirmar sin asomo de duda que Claudia López es la decepción política del siglo.
No soy bueno para hacer predicciones, mucho menos en política, pero cuando López se lanzó al Senado en 2014, pensé para mis adentros, “Colombia ha perdido a una gran líder y ganó una mala política”. No me equivoqué. Aunque su arranque fue fulgurante y cumplió las expectativas de hacerle frente al uribismo en el Congreso de la República, la ambición se le notó desde el primer momento. Y la ambición no es mala per se, por el contrario, es el motor de los grandes logros. Pero la ambición de Claudia López ya daba visos de codicia. Su gran papel en el Senado la perfiló en un ramillete inmenso de precandidatos presidenciales sin opciones y al final terminó aceptando la vicepresidencia de un Fajardo que se autoproclamó candidato de una terna conformada por ellos dos, más Jorge Robledo, quien sumisamente regresó al Senado, su nicho durante décadas.
López le había ganado la precandidatura por el Partido Verde, entre otros, a Navarro Wolff, quien decidió apoyarla lealmente como lo hacen los buenos perdedores. Lo que pasó en esas elecciones presidenciales ya es historia. Fajardo y López perdieron el paso a la segunda vuelta por poco menos de 300 mil votos con Petro, votos que sacó Humberto De la Calle, quien con ese mordisco frustró las posibilidades del “centro” de comprobar si verdaderamente eran los únicos capaces de ganarle a Duque. Nunca lo sabremos.
Sin embargo, López no se quedaría de brazos cruzados. En una jugada maestra decidió apoyar a Petro (con condiciones y restricciones que se firmaron sobre mármol), mientras Fajardo se fue a ver ballenas, seguramente blancas. Esta movida, sin duda, la perfiló políticamente para las siguientes elecciones presidenciales. Pero se atravesó la Alcaldía de Bogotá.
Una persona que hizo parte de la campaña de Navarro Wolff a la Alcaldía, me afirmó que existía un pacto entre López y Wolff, y que ella apoyaría su candidatura en reciprocidad por el apoyo que Wolff le dio a López en las presidenciales. Sin embargo, me dijo textualmente “pero en política no hay nada dicho y lo que amanece, cambia en la noche”. Así fue. El pobre Navarro ya tenía sede de campaña, ya había empezado su correría por la ciudad y ya había empezado a hacer las cuentas de la lechera cuando López saltó al partidor de los candidatos y en una encuesta, que sabrá dios cómo se hizo, le ganó la candidatura del Partido Verde a Navarro, quien una vez más, con el rabo entre las patas, debió abandonar su aspiración de ocupar un alto cargo de elección popular, habiendo hecho antes una gran gestión como alcalde de Pasto y gobernador de Nariño en el Ejecutivo y como representante y senador en el Legislativo. Si algo le sobra a Navarro es capacidad. Pero le falta dignidad. López, en su discurso de candidata, aprovechó para ungir a Fajardo como “el próximo presidente de Colombia”, y hasta ahora ha hecho todo lo posible para que así sea. Pero esa apuesta está difícil. Fajardo se desinfla como el peso colombiano.
López ganó en octubre de 2019 las elecciones a la Alcaldía de Bogotá por falta de competidor. Esa es la verdad. El único que le hizo sombra fue Carlos Fernando Galán, quien intentó desmarcarse tarde de Enrique Peñalosa, cuando fue el principal gestor de esa campaña y de esa nefasta alcaldía. “El de Peñalosa”, Miguel Uribe Turbay, quedó de último en esa contienda, a pesar de haber arrastrado los votos del uribismo y de las iglesias cristianas en Bogotá. Y Morris ocupó un honroso tercer lugar, a pesar de haber contado con el apoyo de Petro cuando Petro se quedó sin más opciones, ante la negativa de Ángela María Robledo para postularse a ese cargo y de los inútiles coqueteos a Alejandro Gaviria, quien seguramente ya tenía la presidencia en la mira. Bueno, y a pesar de las denuncias por maltrato de su exesposa, que finalmente fueron archivadas por la Fiscalía, pero que dividieron el apoyo de las mujeres de la Colombia Humana a ese proyecto, muchas de las cuales terminaron en la campaña de López.
Capítulo aparte merece la alianza entre Petro y López para esas elecciones, que duró un día, porque finalmente, y sin previo aviso, López decidió seguir adelante con el proyecto del Metro elevado de Peñalosa, a pesar de que lo había criticado, e incluso, había apoyado una demanda contra ese proyecto en el Consejo de Estado. Pero cambió de opinión, como se le volvió costumbre. Esa era una línea roja que Petro no estaba dispuesto a dejar pasar y bueno, terminó apoyando la campaña inviable de Morris.
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, Claudia López seguía siendo una política interesante. Para nadie es un secreto que los “cambios de opinión” son recurrentes entre los políticos. Algo que Juan Manuel Santos disfrazó con un sofisma legendario citando a no sé qué pensador: “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”. Eso tiene mucho de verdad, pero si hay quienes creen a los demás idiotas, son los políticos. Pero es que Claudia López no cambia de opinión. Ella es mentirosa. Y como alcaldesa ha demostrado todos los vicios de la política que decía combatir.
En primer lugar, su deslealtad es evidente. Aunque Navarro Wolff nunca lo va a decir, porque es un tipo que evita los enfrentamientos públicos con sus copartidarios, la jugadita de López para sacarlo de la carrera a la alcaldía de Bogotá fue repugnante. En segundo lugar, haber endosado su candidatura con la de Fajardo a la Presidencia, dejó ver que solo gobernaría para una parte de la ciudad, y esa parte está lejos de los intereses populares. Así lo ha demostrado. Y en tercer lugar, haber traicionado sus promesas de campaña, como no avanzar con el Metro elevado o no construir la troncal de Transmilenio de la 68 con el argumento de que son obras “que no se pueden parar”, dejan ver su talante acomodaticio y conveniente.
Pero esto resulta casi que anecdótico, si lo comparamos con lo que creo son sus tres grandes atentados contra la sociedad y contra la dignidad humana, porque no los puedo llamar de otra manera: La xenofobia contra los venezolanos, la criminalización de la protesta social y los desalojos a sangre y fuego de los invasores desposeídos que no tienen alternativas de vivienda.
En el primer aspecto, es claro que lo que quiere López es tener un chivo expiatorio para justificar la creciente ola de inseguridad que se presenta en Bogotá. Si bien es evidente que muchos ciudadanos venezolanos que han llegado a Colombia se han dedicado a delinquir, estudios recientes han demostrado que su participación en las cifras globales de la criminalidad en Colombia sigue siendo marginal. Es decir, la mayor cantidad de delitos, especialmente los relacionados con la seguridad de las grandes ciudades, se siguen presentando por delincuentes colombianos. Sin embargo, esto le ha dado pie a López para hacer declaraciones abiertamente xenofóbicas, e incluso, intentó montar una cacería en contra de esos ciudadanos con una alianza entre las autoridades migratorias y la Policía Nacional, al mejor estilo nazi. Solo le falta ubicarlos y ordenarles que solo se pueden movilizar por Bogotá con una estrella en la solapa. Ocho, para ser exactos. Las que lleva la bandera de Venezuela. Ni a Duque, que hace todo lo que Uribe le diga, le pareció sensata esa propuesta.
En cuanto al segundo aspecto, es atroz cómo Claudia López, lejos de responder a las necesidades de los manifestantes en las calles, se ha dedicado a reprimir la protesta social con la toda la barbarie de la Fuerza Pública. Es increíble que siendo ella la comandante legal y constitucional de la Policía en Bogotá, se escude en ese discurso maniqueo del Secretario de Gobierno de que la Policía es bícefala, y que si bien ella tiene autoridad sobre la Policía, también la tiene el Comandante General de esa institución. Cualquier constitucionalista serio desbarataría ese argumento de un plumazo con uno o dos artículos de la Constitución Nacional. Colombia es un Estado social de derecho democrático, en donde el poder civil es superior al poder militar. De lo contrario, seríamos una dictadura. Por lo tanto, ese argumento de la Alcaldía no solo es tremendamente flojo, además es temerario. Y así, la Policía en las manifestaciones ha asesinado manifestantes impunemente, ante los tibios reclamos de la alcaldesa que primero manda al ESMAD a maltratar ciudadanos y después hace ceremonias de desagravio y declaraciones de condolencias como si ella no tuviera nada que ver. Cuánto cinismo. Cuánta indolencia.
De otro lado, es preocupante que vaya lanzando sindicaciones en contra de la oposición a su alcaldía sobre vandalismo, desmanes, destrozos y caos, sin más soporte que su dicho y sin denuncias formales que permitan abrir las investigaciones del caso. En múltiples declaraciones acusó a la Colombia Humana y al petrismo de estar detrás de los excesos en las manifestaciones, sin embargo, nunca allegó pruebas que permitieran establecer dicho vínculo, más allá del apoyo público que Gustavo Bolívar dio a las primeras líneas de todo el país con elementos de protección como cascos y escudos, algo que cualquier persona con sentido común entiende, porque mientras a los manifestantes los matan impunemente, el ESMAD cuenta con todos los elementos que se necesitan para reprimir la protesta social sufriendo el menor daño posible.
Y por último, la indolencia de la administración distrital para hacer desalojos es inhumana. El último episodio del desalojo en Puente Aranda es desgarrador. Aún por razones desconocidas, dicho procedimiento terminó en un incendio de proporciones colosales que arrasaron con los cambuches y viviendas de cientos de personas que invadieron unos predios de la Universidad de Cundinamarca. El particular Secretario de Gobierno, Luis Ernesto Gómez, subió la imagen del incendio ya iniciado y sin ningún contexto culpó a los “recicladores” y “ocupantes ilegales” de originar las llamas. Cualquier perito en incendios lamentaría esa conclusión apresurada, indolente y cruel. Las personas quedaron a la intemperie y muchos animalitos terminaron heridos y calcinados.
Claudia López no es más que una arribista que se encontró de repente con un cargo tremendamente importante como la Alcaldía de Bogotá. El libertador del sur, José de San Martín, decía que “La soberbia es una discapacidad que puede afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”. Y si podemos definir a Claudia López en una sola palabra, es esa: Soberbia.
Claudia López es mentirosa, intransigente e hipócrita. La alcaldesa cuidadora jamás asume la responsabilidad política de sus actos y por el contrario pone a su pusilánime, servil y agradecido Secretario de Gobierno a dar la cara para superar las crisis. Y la verdad es que la cara de Luis Ernesto Gómez no ayuda mucho. Se ha empecinado en culpar a los venezolanos por la inseguridad, a los petristas por el vandalismo en las manifestaciones y a los invasores por la barbarie en los desalojos. Pero jamás ha hecho una autocrítica seria sobre las causas estructurales de una inseguridad que hunde sus raíces en el desespero de millares de personas que quedaron arruinadas por la pandemia y que no pudieron salir a trabajar, mientras ella decía que miserables 160 mil pesos eran una “renta básica”, cuando la verdadera renta básica de cualquier sociedad seria y de cualquier gobierno responsable cubre al menos las necesidades básicas. La gente tiene que comer y si tienen hijos con hambre, colombianos o venezolanos, hacen lo que sea. Cuando los manifestantes le pidieron escucharlos, no fue, y una vez más mandó al tontohermoso de Gómez, que, como novedad, salió vapuleado con una cachucha puesta que le repusieron mientras le negaban la mano, porque según su interlocutor, le daba asco. Y por último, cuando la ciudad está en una de sus peores crisis económicas y la gente debe rebuscarse cualquier forma de vida, arrasa con las precarias viviendas de cientos de familias para cumplir los fallos de desalojo que restituyen terrenos que algún rico necesita para seguir enriqueciéndose. Todo mal.
Claudia López es la decepción política del siglo. Una mujer que viene desde las bases sociales que ahora está despreciando creyendo que se volvió de la élite. No sé quién nos malgobierne los próximos 78 años y algo. Pero me cuesta creer que mis nietos tengan que padecer a una líder que prometía tanto y que terminó convirtiéndose en una política más, del montón, de esas que las sociedades recuerdan con resentimiento porque traicionaron todo lo que decían defender. Esa es Claudia López. Una traidora de su propia clase.
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