Por Andrés Felipe Giraldo L.
La verdad no sabía quién era Charlie Kirk hasta que me enteré del atentado que finalmente le costó la vida en la universidad de Utah, cuando un francotirador le acertó en el cuello. No conocía su forma de pensar, ni su discurso, ni sus debates siempre intensos y provocadores. Como suele suceder en estos casos, el personaje se hizo célebre en todo el mundo, ya en su último aliento. Gracias a la información de las redes sociales, lo pude escuchar exponiendo sus ideas con vehemencia, un tipo rápido en la respuesta, incisivo en la contrapregunta y tremendamente despectivo y prepotente con sus contradictores.
Una persona que tengo en alta estima, y que considero criterioso, lamentó el asesinato de Kirk a quien llamó “apologista y defensor de los valores cristianos en el caos mental actual”. La pregunta que me surgió entonces fue ¿Cuáles son esos valores cristianos que predicaba Kirk?
Kirk detestaba a los inmigrantes, especialmente a los latinos, a quienes, en concordancia con el discurso de Trump, consideraba de antemano malandros y delincuentes, sin importar quiénes fueran o cómo hubiesen llegado a los Estados Unidos. Por supuesto, era uno de los principales instigadores de las agresivas políticas de deportación de la Casa Blanca. Me causó curiosidad que esta persona que llama a Kirk “defensor de los valores cristianos” es también inmigrante, en un país mucho más generoso, abierto y acogedor con los inmigrantes.
Además, Kirk era uno de los más decididos defensores del genocidio del Estado de Israel contra el pueblo palestino, que ya ha cobrado la vida de más de 60 mil personas, entre ellos 20 mil niños y niñas. Al personaje en cuestión, el que habla de los valores cristianos, no le he visto un solo estado lamentando ni una sola de esas muertes, como si fueran invisibles, como si no existieran (tal como Kirk negaba la existencia misma de Palestina), como si la vida de todos ellos juntos valiera mucho menos que la vida de Kirk que, dicho sea de paso, también es una vida que vale. Kirk era además un apasionado defensor del porte legal de armas y decía que las muertes de unas cuantas personas era el precio que Estados Unidos debía pagar para que la gente de bien se pudiera defender. Qué ironía triste que él terminó siendo uno de esos cuántos muertos.
A juzgar por todo el despliegue de información que se publicó sobre Kirk, también es perceptible que era homofóbico, racista, xenófobo y supremacista blanco. “Los valores cristianos”, dice alguien que conozco. Y si entendí poco lo de los valores cristianos, aún menos entiendo porque Kirk podría ser un faro moral “en el caos mental actual”. El caos mental actual hunde sus raíces en el radicalismo, en la exclusión y en la discriminación que planteaba Kirk en su discurso, y que se manifiesta de manera violenta contra los más vulnerables que buscan un espacio en el mundo para poder sobrevivir dignamente.
No quiero meterme en honduras teológicas para definir si Kirk era un buen o un mal cristiano. Lo que sí tengo claro es que ese tipo de “valores cristianos”, compartidos por tantas personas con las que crecí, me alejaron para siempre de las iglesias.
Charlie Kirk no merecía ser asesinado por sus ideas. Nadie lo merece. Pero sus ideas despreciaban la vida y la dignidad de tantas personas, promovían de una manera tan abierta la violencia, y discriminaban con tanta saña la diversidad y la diferencia, en función de una forma de ver el mundo tan cerrada, excluyente y convencional, que terminó exacerbando los odios que él mismo sembró.
Al final, todo indica que el presunto asesino de Kirk no era inmigrante, ni negro, ni gay.
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