Por Andrés Felipe Giraldo L.
Era fácil sospechar que a ese jovencito de canas pintadas que estaba empeñado en tocar la guitarra y dominar el balón para agradar a las masas, que no tenía mayor experiencia en la administración pública más allá de haber ocupado una corbata en un organismo internacional y una curul en el Senado por estar en los primeros renglones de la lista cerrada de Uribe, la Presidencia de Colombia le iba a quedar grande. Grande no, gigante.
Y para completar, el país más de malas del planeta tuvo que enfrentar los retos de la pandemia con ese presidente inexperto y descriteriado, al que de a poco se le cae la careta de gordito bonachón para dejar ver lo peor de su talante narcisista y caprichoso, que lejos de asumir con gallardía sus responsabilidades para tomar las riendas del país en plena crisis, se ha dedicado a diferir las culpas y las responsabilidades de su mandato en terceros, a quién lo antecedió en su gobierno o a quién le hace oposición. Por ejemplo, ayer tuvimos que ver en las redes sociales una especie de entrevista grandilocuente en la que le responde a un periodista imaginario en inglés, en dónde está la raíz de todos los males que aquejan a su gobierno. Con la misma entonación de Trump cuando decía mentiras sin ruborizarse (que según estudios muy serios de medios de comunicación en los Estados Unidos era siempre), pero con esa carita de niño angustiado y caprichoso, carente de cualquier viso de seriedad o credibilidad, decía casi al borde del llanto que Petro era el culpable de todo el caos que invade el país desde el norte hasta el sur y desde el oriente hasta el occidente. Y lo decía sin nombrarlo, como hacen los niños que están poniendo quejas para no meterse en problemas con el bully que los atormenta. “El candidato al que derroté”, dijo, “prometió lanzarse a las calles para no dejarme gobernar, eso dijo.”. Solo le faltó cerrar esa patética declaración con el “míralo eh” con el que Ñoño acusaba a los otros niños de la escuela o la vecindad antes de empezar a lloriquear.
Es decir, un Duque pueril se hizo a sí mismo una entrevista para decir en inglés, al periodista de una cadena de noticias internacional imaginaria que, en resumen, Petro tenía la culpa de casi un mes de protestas y que por lo tanto no merecía ser el presidente de Colombia en 2022. Es difícil caer más bajo. Esto, mediante tomas sugestivas y primeros planos en las que se le podía ver el buen comer de estos casi tres años de estar sentado en la Casa de Nariño.
Y es que mientras Iván Duque difiere culpas y ataca opositores, el gobierno se le cae a pedazos. Se le cayeron la reforma tributaria y la reforma a la salud. Se le cayeron los ministros de hacienda y de relaciones exteriores, ayer se le cayó su comisionado de paz y, como colofón de esta racha de fracasos, se le cae también la Copa América en Colombia, en la que insiste tercamente, demostrando que le importa mucho más el balón que la suerte del país, haciéndole rogatorias a la Conmebol para que no le quiten el juguete.
Colombia no tiene presidente. Tiene un títere que se pone bravo cuando le dicen títere, que decidió cerrar su show televisivo vespertino de cada día cuando la cosa se puso fea, porque es evidente que el país ya no le quiere ver la cara y mucho menos en horario triple A. Ayer también supimos que el comisionado de paz se va porque el titiritero decidió emprender acercamientos con el ELN por su cuenta, porque, como era de suponerse, Uribe en el gobierno de Duque hace lo que se le da la gana. Es decir, en el gobierno de Duque, Uribe gobierna.
Un patético Iván Duque intenta gobernar a Colombia en la peor crisis que él mismo desató. Desde que asumió su mandato el 7 de agosto de 2018 su misión ha sido la de cumplir las órdenes de Uribe y del uribismo y de provocar al resto de ciudadanos que vieron en los acuerdos de paz una ventanita de esperanza. Por ejemplo, nombró en el Centro Nacional de Memoria Histórica a Darío Acevedo, un negacionista de conflicto en Colombia, y permitió que en el Ministerio del Interior nombraran al hijo de Jorge 40, uno de los paramilitares más temidos en el país, en una coordinación de atención a víctimas. Por supuesto, el muchacho tiene derecho a trabajar, pero no atendiendo a las víctimas de su padre al que considera un héroe de guerra y un perseguido político. Ese nombramiento no fue más que una vulgar afrenta a las víctimas. Además, cogió el servicio diplomático y sus millonarios salarios y privilegios para pagar favores políticos y para premiar tuiteros leales, y así siguió degradando la ya muy precaria representación política de Colombia en el exterior. Y para terminar, con su terquedad y pésimo olfato político, decidió jugar tetris con su gabinete, ubicando en los ministerios a sus funcionarios más abyectos y pusilánimes, rotando como en el juego de la silla a las mismas personas de las que el país ya está cansado.
Iván Duque Márquez es la representación viva de lo nefasto que puede llegar a ser elegir para el primer cargo del país a una persona sin las cualidades mínimas de un estadista. Es claro que Colombia ha padecido pésimos mandatarios, pero de muy pocos se puede decir que no tenían una trayectoria suficiente para haber llegado hasta allí. Duque no tiene más mérito para ocupar el Palacio Presidencial que el de ser el ungido de Uribe. Y Uribe, fiel a su talante dictatorial, ya lo está haciendo a un lado para tomarse el poder sin pudor y sin intermediarios. Para nadie es un secreto que quien está tomando las decisiones en este momento es el propio Uribe. Lo que pasó ayer con Miguel Ceballos es solo una perla de un collar larguísimo en el que se demuestra que el Palacio de Nariño perdió el poquito control que tenía y que ahora todas las decisiones se toman desde el Ubérrimo, mediante pequeños decretos cifrados que Uribe publica a diario en Twitter.
Mientras tanto, Iván Duque se dedicó a ser un presidente patético, a dar entrevistas en las que de frente le dicen títere, a sacar comunicados en inglés para dar a entender que es un tipo muy importante a quien la comunidad internacional escucha, mientras que en los medios internacionales serios se hacen evidentes los atropellos y la violación de los Derechos Humanos en contra de los manifestantes por parte de la Fuerza Pública, que representa el último anclaje de este gobierno malogrado al que le cae la noche como uno de los peores de los que haya registro, no solo para Colombia, sino para América Latina. No podría ser más patético que quien le dijo a Maduro que “tenía las horas contadas”, le queden menos horas en el gobierno que a Maduro.
Iván Duque en cada entrevista que le hacen dice que quiere ser recordado después de 2022 como el presidente que reactivó la economía, como el presidente que puso a la cultura como eje de la agenda de gobierno, como el presidente que puso a los pobres en el centro de la nación, entre muchas otras perogrulladas vacías y sin sentido. La verdad es que Iván Duque será recordado como un mal lastre incluso entre muchos de los que votaron por él, un presidente inexperto incapaz de sortear las crisis, sometido al poder omnímodo de Uribe que lo absorbió y lo arrastró a los niveles más bajos de desprestigio. En síntesis, Iván Duque será recordado como el presidente más patético que jamás haya ocupado la Casa de Nariño. Por el bien del país, ojalá pasen rápido esas horas que le quedan contadas.
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