Por Andrés Felipe Giraldo L.
El 22 de octubre de 1970, hace poco más de 55 años, la extrema derecha de Chile asesinó al Comandante en Jefe del Ejército, General René Schneider, cuando pretendían secuestrarlo con el fin de generar un vacío de poder y una crisis institucional que precipitara un golpe de Estado por parte de los militares y así impedir que Salvador Allende fuera ratificado como Presidente por el Congreso de la República, habiendo quedado en primer lugar en las elecciones del 4 de septiembre de ese año.
La intención de los golpistas era la de atribuir el secuestro a un grupo de extrema izquierda que denominaron “Brigada Obrero Campesina”, que en realidad no existía, pero que ya venía actuando con una falsa bandera en atentados terroristas desde el 26 de septiembre, explotando bombas en varios lugares estratégicos de Chile entre los que se contaron el aeropuerto Padahuel, un supermercado Almac y la Bolsa de Comercio de Santiago entre otros. La Brigada Obrero Campesina no era más que una ficción creada por el grupo político de extrema derecha Patria y Libertad, aliados con militares en retiro como el General Roberto Viaux Marambio, quien había liderado una sublevación militar en 1969 conocida como el “Tacnazo”, en donde los sublevados exigían mayores remuneraciones. La rebelión fue sofocada y Viaux fue apartado del servicio.
Cuando Allende ganó las elecciones, las órdenes desde los Estados Unidos, bajo el gobierno republicano de Richard Nixon y su Secretario de Estado Henry Kissinger, era la de impedir a toda costa que el nuevo Presidente se posesionara. Para esto pusieron a la CIA al servicio de los golpistas, quienes se apresuraron a planear el secuestro del General Schneider. Sin embargo, el plan salió mal. Ese 22 de octubre de 1970 a las 7:50 de la mañana, cuando se desplazaba en su vehículo oficial acompañado solo por su conductor, Schneider opuso resistencia a sus captores, y con la pistola 9mm que llevaba al cinto se defendió, lo que provocó que también le dispararan, hiriéndolo de muerte, lo que pasaría finalmente exactamente 72 horas después, a las 7:50 de la mañana del 25 de octubre, cuando Allende ya había sido ratificado como Presidente de la República de Chile por el Congreso que votó 135 a 35, contra su opositor Jorge Alessandri.
El operativo fue tan desprolijo y burdo, que las autoridades no demoraron en dar con los determinadores del atentado y muerte contra el General René Schneider. Pronto Viaux y otros militares en retiro y activos, más militantes del movimiento Patria y Libertad, fueron procesados y condenados por el asesinato de Schneider. El gobierno de Estados Unidos pronto se desmarcó de su responsabilidad, y solo hasta que se desclasificaron los archivos confidenciales sobre este episodio, varias décadas después, se pudo confirmar la participación de la CIA en el patrocinio de los grupos golpistas, apoyo que seguirían manteniendo hasta el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que derivó en la dictadura de Augusto Pinochet. Pero esa es otra historia.
Al General Schneider se le conocía por su apego a la Constitución de 1925, que declaraba que las Fuerzas Militares eran no deliberantes en cuestiones políticas, sujetas al Estado Social de Derecho y obedientes al poder Ejecutivo. Esto le generó la antipatía de amplios sectores de la derecha radical y de los propios militares que consideraban que en caso de que la izquierda asumiera el poder, se debía imponer el orden militar sobre la democracia, todo esto alentado desde la doctrina de los Estados Unidos que llenó a América Latina de dictaduras militares en lo que se conoció como la Operación Cóndor, que prácticamente eliminó del escenario electoral a las fuerzas de izquierda, que eran vistas como una amenaza para el imperio en el contexto de la guerra fría que sostenían con la Unión Soviética. Esta postura le costó la vida al General, porque aunque la intención era secuestrarlo, la verdad es que su apego a las leyes y al orden establecido era incómodo para los sectores reaccionarios que querían deponer a Allende como fuera, cosa que sucedería tres años después.
El asesinato de René Schneider es una radiografía cruda sobre cómo ha operado la extrema derecha en América Latina. Vale la pena recordar cuando en la posesión de Uribe en el año 2006, los propios militares planeron y ejecutaron varios atentados terroristas en Bogotá atribuyéndolos a las FARC para dar esa sensación de caos que les permitía actuar con excesos y por fuera de la ley, lo que llevó a crímenes deleznables como los mal llamados falsos positivos, o a las persecuciones contra periodistas, investigadores, miembros de ONG de Derechos Humanos y algunos magistrados de las Altas Cortes por parte de los organismos de seguridad del Estado y otra cantidad de desmanes a los que nos tienen acostumbrados cuando ganan y cuando pierden el poder.
La coyuntura actual de Colombia no dista mucho de lo que fue esa Chile de la década de los 70. Un Presidente de izquierda elegido democráticamente que ha debido soportar el asedio permanente de una oposición que lo ha querido derrocar desde el principio de su mandato, unos medios hegemónicos que instalan a diario la narrativa de que el Presidente es un incapaz y de que su gobierno es un desastre a pesar de que las cifras los desmienten, arreciando con ataques de tipo personal, acusándolo de drogadicto sin una sola prueba y minando su mandato apoyados en las maquinarias de los grupos empresariales, que a su vez son dueños de esos medios de comunicación que no tienen nada de imparciales ni objetivos, porque responden a los intereses de los grandes conglomerados económicos, que también son amos de las bancadas políticas de la derecha, porque les financian sus campañas.
Y ahora, para completar los ingredientes del golpe de Estado con el que sueña la extrema derecha para defenestrar a Petro, o al menos para dejarlo sin ningún margen de gobernabilidad, cuentan con el apoyo irrestricto de ese enemigo de la humanidad llamado Donald Trump, que quiere someter por la fuerza a toda persona, pueblo o nación que se resista a sus pretensiones imperiales y colonialistas, que no son retóricas, sino que dejan millares de muertos, desplazados y presos en todas las latitudes, entre las guerras que alienta y las que se imagina. Las medidas que ha tomado este psicópata contra el Presidente de Colombia no surgen de fundamentos justos y ponderados, sino de respuestas viscerales y opresivas contra quien no se le arrodilla, animado y convocado por la extrema derecha de Colombia, que no entiende ni sabe de soberanía, porque solo les interesa la Patria que les pertenece, que tiene más pinta de ser una estrella más en la bandera de los Estados Unidos, que un país independiente y soberano dueño de su destino.
La extrema derecha en Colombia no sabe de dignidad y mucho menos de principios. Así como la extrema derecha de la Chile de los 70 que asesinó al general Schneider para no ceder el poder a la izquierda, y que luego asesinó al general Carlos Prats en 1974 en Argentina, ya en el poder dictatiorial de Pinochet, por el único crimen de oponerse a los gobiernos de facto de los militares, con el total apoyo de los Estados Unidos, como está documentado. La extrema derecha combina todas las formas de lucha para someter a Colombia a través de maniobras sucias, abiertamente ilegales, que contravienen el Derecho Internacional y todos los preceptos del debido proceso.
Los aplausos de la extrema derecha colombiana por lo que hace Trump en contra del Presidente colombiano es asqueante. La pusilanimidad del biempensantismo nacional, que a través de los medios tibios de comunicación, que posan de equilibrados, se ha encargado de minar la gobernabilidad de un Presidente democráticamente elegido. Insinuar desde la mera especulación que es drogadicto, sin una sola prueba, dándole artillería a sus malquerientes, es una vergüenza, y disfrazar la opinión contra Gustavo Petro de periodismo es una canallada indigna, propia de un oficio prostituido por la fuerza de los intereses comerciales de los dueños de los medios, y de los temores convenientes de esos periodistas que prefieren inclinar la balanza de sus apreciaciones hacia donde saben que no peligran sus intereses personales, como su estatus migratorio o su posición laboral en un país en el que se han vuelto súbditos.
En Colombia somos muchos los que no estamos dispuestos a arrodillarnos. Somos muchos los que entendemos que un gobierno legítimamente elegido merece terminar su mandato y somos muchos los que entendemos que en pleno siglo XXI, intentando superar la colonización en todas las partes del mundo, aceptar esta intervención del Presidente de los Estados Unidos sumisa y mansamente más que una traición a la Patria es una traición a la historia de pueblos enteros que ofrendaron su sangre por la libertad de sus naciones.
Vendrán días oscuros. Muchos morirán intentando defender la independencia que ganó Bolívar hace dos siglos y que ahora muchos desprecian. Pero la resistencia será mayor porque la razón al final siempre brilla como el sol en las mañanas. Colombia no se vende ni se arrodilla, así como no se vendieron Schneider y Prats en Chile, lo que les costó la vida. Pero hoy la historia les da el lugar que se merecen, y los gorilas que los mataron hoy tienen que hacer fila para volver a gobernar en democracia a un país que se ha ganado la libertad después de 17 años de una dictadura cruel, auspiciada por un imperio en decadencia.
Los métodos de la extrema derecha son infames. Quedó demostrado en Chile y se está demostrando en Colombia. Pero habrá esperanza mientras subsista la democracia. Ese es el bien mayor, lo que hay que proteger. Chile se dejó arrebatar 17 años de democracia por las maniobras sucias del gobierno de los Estados Unidos. En Colombia no podemos permitir que eso nos pase. Y menos con la complicidad de esos a los que les puede más su odio a Petro que la necesidad de tener una Patria libre.


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