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¿Dónde han estado estos 30 años?

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Colombia pasa por un momento difícil. Tremendamente difícil. Un momento como ya ha habido muchos momentos antes, solo que cargando a cuestas el discurso recalcitrante de la derecha haciéndonos creer que esto es nuevo, o que no pasaba hace mucho tiempo. Dicen que el gobierno de Gustavo Petro nos ha regresado treinta o cuarenta años en el tiempo, que esto ya no pasaba, pero que, producto de este pésimo gobierno, está volviendo a pasar. Desde los grandes medios de comunicación, que acaparan las mayores franjas de información, se está vendiendo la falsa idea de que el caos vino con este gobierno y que, palabras más, palabras menos, hasta hace poco más de tres años vivíamos en lo más parecido a un remanso de paz. Mentira. Como casi todo lo que quieren vender los grandes medios, que son opiniones perversamente sesgadas disfrazadas de noticias, esta es otra mentira.

Entonces, la derecha ha optado por apelar al sentimentalismo en todos sus espectros, desde la extrema derecha que representa el Centro Democrático, hasta la derecha en tenis de Claudia López, Fajardo y toda esa masa política conveniente que se hace llamar “el centro”, han aprovechado la difícil situación del país para llamar a “la unidad” y para “recuperar la democracia y la libertad”. Puros discursos emotivos, pero vacíos de contenido, porque además abarcan todo el dossier de las falacias que le quieren hacer creer a la opinión pública que “esto no pasaba antes” y que todo es culpa del gobierno de Petro. Es verdad que lo que pasa en Colombia es indeseable, violento, trágico y doloroso. Pero no es verdad que sea nuevo o que antes no pasara, por una sencilla razón: En Colombia, tristemente, la violencia es como la materia, ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma.

La única forma de desvirtuar el discurso hegemónico con el que la derecha quiere instalar la sensación de que el caos es culpa de este gobierno, para que la izquierda no vuelva a gobernar (porque la izquierda es mala según ellos), es desmontando las falacias intrínsecas atizadas por el sensacionalismo y el oportunismo alentado, además, por verdaderos hechos de violencia, que se analizan con una superficialidad aterradora, orientada, por supuesto, a debilitar aún más la gobernabilidad de Gustavo Petro, a quien no soportan ver más en la Casa de Nariño.

Y es evidente que las respuestas a las mentiras de la derecha están en la historia misma. Hace 30 años corría el año 1995. Año en el que mataron a Álvaro Gómez Hurtado, el líder más importante de la derecha en ese momento. Un verdadero líder, con un recorrido impresionante, excandidato presidencial y constituyente capaz de firmar una nueva Constitución para el país en 1991 con Horacio Serpa a un lado y con Navarro Wolff al otro. Los grupos paramilitares arrasaban con la Unión Patriótica (UP), en ese genocidio que hoy Álvaro Uribe niega, y la guerrilla de las FARC se preparaba para la burla más grande que haya padecido un gobierno en toda su historia, el gobierno de Andrés Pastrana (1998 – 2002), que ni siquiera tuvo la capacidad intelectual para comprender que haber acudido al inicio de los diálogos sentado en esa silla solo, sin que su contraparte, Pedro Antonio Marín, asistiera, era un mensaje claro que él fue incapaz de entender. Y no solo no lo entendió, sino que la guerrilla jamás estuvo tan cerca de tomarse a Bogotá llegando hasta sus goteras, jamás le habían dado golpes tan letales a la fuerza pública y jamás habían creado una república independiente en una región del tamaño de Costa Rica. Pastrana hoy posa de rambo implacable y autoritario, 25 años después de hacer el ridículo y de casi haber entregado (él sí) el país a las FARC, pero su gobierno fue el más pusilánime, laxo, complaciente, débil y patético con la guerrilla de las FARC. Esa es la verdad y los datos, hechos y recuerdos para verificarlo, están a la mano.

Después de Pastrana, y ante el desmadre que representaban las FARC para la estabilidad democrática y la seguridad del país, llegó como salvador Álvaro Uribe Vélez al poder. Y a qué costo. No quiero tirarme acá unas parrafadas larguísimas (porque ya lo he hecho antes y lo haré después), explicando por qué Uribe destrozó la seguridad de las clases populares para darles a los ricos la sensación de que el peligro estaba controlado. Pero como las madres de Soacha no tienen acceso a los medios, como don Raúl Carvajal solo fue visible cuando enfrentó a Uribe para que este se burlara de él en su cara por la muerte de su hijo (cabo del Ejército que se negó a participar en los falsos positivos), como los muertos de la operación Orión aún yacen enterrados en La Escombrera; la sensación que replicaron hasta la saciedad los grandes medios, sin ninguna resistencia, esos cuyos dueños son también los dueños del país, era de total júbilo y victoria. Las FARC habían sido derrotadas, según la narrativa oficial del uribismo, a un costo mínimo, que era violentar la Constitución de 1991, solo con sobornar un par de congresistas intrascendentes, para que el gran colombiano se hiciera reelegir. Pero el nefasto balance del gobierno (los dos periodos) de Álvaro Uribe, solo se ha podido conocer a medida que las investigaciones de los distintos organismos judiciales, entre ellos la JEP, han venido dando resultados. El costo humano de la llamada “seguridad democrática” dejó el mayor número de desplazados en la historia reciente del país y al menos 6402 personas asesinadas en total estado de indefensión, amarradas y disfrazadas de guerrilleros abatidos en combate solo para dar la sensación de que esa guerra contra las FARC se estaba ganando. La tal seguridad democrática le devolvió a los ricos la posibilidad de regresar a sus fincas en Mesa de Yeguas y en Anapoima sin el temor de que fueran a ser secuestrados, pero a un costo humano aterrador, de un precio que pagaron los más humildes, que fueron llevados con engaños al cadalso para ser masacrados por un Ejército degradado que se vio obligado a dar resultados, aunque fueran falsos, pero con muertos de verdad. Muertos inocentes. Muertos de familias pobres. Por eso a los dueños de los grandes medios, multimillonarios todos, esos muertos no les importan. Al final pudieron regresar a sus fincas de recreo y eso es lo que le agradecen a Uribe.

Y con todo y eso, Uribe no estuvo exento de que las FARC le metieran un carrobomba al club más exclusivo de Bogotá, El Nogal, en febrero de 2003, matando 32 personas y entre ellos una gran cantidad de niños y niñas, en un ataque demencial ante el cual el país se unió para repudiar a las FARC y sus actos. Y cómo olvidar los autoatentados del Ejército previos a la posesión de Uribe en 2006 en donde varios oficiales del Ejército, entre ellos un coronel, activaron cargas explosivas en varios puntos de Bogotá para dar la sensación de que la ciudad estaba bajo ataque terrorista. El popular “vender miedo para comprar seguridad” que tan funcional le ha sido a la extrema derecha, sobre todo en época electoral. Y lo peor, que Uribe al final no derrotó a la guerrilla de las FARC. Ni en uno ni en dos periodos.

Por el contrario, la bienvenida a Santos desde septiembre hasta octubre de 2010, recién comenzando su mandato, fue la muerte de 34 policías y militares fallecidos en tres emboscadas diferentes (Caquetá, Nariño y Arauca). Santos también intentó la paz, perdió un plebiscito y se ganó el Nobel de la paz. Al final logró desmovilizar a algunos guerrilleros, pero no ganó la paz. Porque la paz en Colombia va mucho más allá de la voluntad de dos partes. Debería ser un pacto de toda la sociedad. Pero el dinero fácil, la moral débil y las ganancias que deja el lucrativo negocio del narcotráfico, han diluido la esperanza de todo un país para que cese un conflicto intenso, sangriento y cruel, que abarca prácticamente toda nuestra historia Patria.

También en el gobierno de Iván Duque, el gobierno anterior, también uribista, hubo ataques terroristas. El más memorable fue el atentado contra la Escuela de la Policía General Santander perpetrado por el ELN en enero de 2019 en el que fueron asesinados 22 jóvenes cadetes de esa institución. Y también hubo desmanes del Ejército, como el ocurrido en el bajo Putumayo en marzo de 2022 en el que masacraron a al menos a ocho civiles desarmados en medio de un bazar comunitario y, cómo no, también los quisieron hacer pasar como guerrilleros muertos en combate, entre estos un menor de 16 años y una mujer en estado de embarazo.

¿Dónde han estado durante estos 30 años los que dicen que Petro nos devolvió 30 años en la historia y que esto no pasaba antes? Y eso que me faltan cualquier cantidad de hechos que, durante estos 30 años, han teñido la tierra colombiana de sangre y dolor.

Es lamentable que, una vez más, los atentados terroristas y los ataques contra la Fuerza Pública estén presentes en nuestra triste cotidianidad. Es repudiable que un candidato sea asesinado en plena campaña, en un evento público, sin mayor protección y a la vista de todo el mundo. Es lamentable que esta Colombia siga siendo la misma Colombia de siempre. Pero no vengan a decir que esto no pasaba hace mucho tiempo y que el único culpable es Petro. Por supuesto que a este gobierno, como a todos los gobiernos, les cabe responsabilidad de las anomalías que afectan a una sociedad, a un país. Pero es rastrero instalar desde los grandes medios de comunicación esa narrativa canalla de que todo lo que está pasando es culpa de Petro y que “esto no pasaba hace mucho tiempo”. La historia no se puede ocultar, los hechos están ahí, las víctimas aún lloran a sus muertos y sencillamente no es verdad que la violencia haya regresado, porque es que jamás se fue.

La paz tampoco llegó con Santos, no solo porque Duque destrozó los acuerdos, sino porque la violencia en Colombia tiene demasiados alicientes, un negocio lucrativo que mientras sea ilegal, reprimido por la vía de las armas y apoyado desde la sociedad de las tinieblas para que permanezca así, seguirá siendo combustible económico para los grupos armados que ya no representan ninguna revolución ni ninguna ideología. Hay que entender de una vez por todas que ya los grupos guerrilleros no existen. Existen carteles del narcotráfico uniformados con discursos obsoletos para dar apariencia de beligerancia. Hay que comprender, de una vez por todas, que si se habla de negociaciones hay que sacar de la ecuación el elemento ideológico para empezar a comprender el contexto social de un campesinado cercado por la ilegalidad para cultivar hoja de coca y amapola a las malas porque es lo único que les dejan sembrar y lo único que les compran aunque sea sobre su propia sangre.

No fue solo Petro quien no pudo conseguir la paz total, como si fuera un patrimonio suyo o su exclusiva responsabilidad. La paz es un esfuerzo colectivo sobre el cual muchos se alegran cuando fracasa porque desde la sociedad de las tinieblas, como aves carroñeras, se alimentan de la muerte y la desgracia del país. El fracaso de la paz total no es un fracaso exclusivo de Petro. Es un fracaso de toda la sociedad. Como ha sido un fracaso desde que nos declaramos República y empezaron a matarse entre bolivarianos y santanderistas. La violencia no ha parado jamás. El siglo XX se inauguró con la guerra de los mil días y en 1928 el Ejército aupado por las multinacionales ya estaban masacrando campesinos por millares. Cuando se recrudeció la violencia después del asesinato de Gaitán le llamaron “la época de La Violencia” como si de verdad fuera una época y no un estado permanente.

No señores de los grandes medios. No opinadores de ocasión de la derecha y del centro convertido en derecha para atacar a Petro. No Humberto de la Calle, que ahora critica los esfuerzos de paz sin notar que su proceso se deshizo ante sus ojos, sin que hiciera nada más que culpar a Petro, mientras a Duque, que realmente los destrozó, no le hace una sola crítica. No país ignorante y desmemoriado. La violencia no es una creación de Petro ni el caos empezó ahora. Si esa es su bandera política, están falseando la historia, los hechos y la evidencia. La violencia es nuestra propia historia, esa que nos desangra todos los días y que en cualquier momento nos tocará a la puerta porque un familiar alzó la voz o simplemente porque le quisieron robar un celular dándole un balazo.

Dejen de hablar de “unidad” solo para seguir dividiéndonos entre “nosotros, la gente de bien” y “ellos, los petristas”. Petro no ha alcanzado un anhelo que debería ser de todos porque es que la paz nos conviene a todos. La seguridad no se deterioró más en este gobierno. De hecho, las frías cifras le favorecen a esta administración que ha reducido homicidios más que ninguna otra administración. Pero no ha sido suficiente. Por supuesto que no. Pero mientras sigan volando en círculos para celebrar cada atentado como una reivindicación de sus prejuicios contra este gobierno, y llamando “unidad” todo lo que se le oponga a Petro, no podremos comprender la importancia de construir una sociedad realmente deliberativa, que no tenga la necesidad de matar inocentes para dar la sensación de que están ganando guerras cuando en las guerras perdemos todos.

Esta Colombia, lamentablemente, es la misma Colombia de siempre. Solo que ahora sí pudieron salir de sus madrigueras a criticar a un gobierno porque es de izquierda. Pero la historia y los hechos están ahí para que ustedes mismos noten que la violencia no empezó ni se reactivó ahora. Pero sí podrán notar que se hacen esfuerzos enormes por atacar las causas estructurales de esa violencia desde la reivindicación de los derechos sociales como la salud, la educación, el trabajo digno y el respeto por la diversidad. Notarán con el tiempo, con mucha tristeza, que un grupúsculo de criminales fríos en sus cálculos, refinados en sus maneras y poderosos en sus contactos están detrás de toda esta miseria humana que comporta la violencia. Esos mismos que han metido al país en esta espiral infinita de atentados, crímenes políticos y odio que manejan los hilos del narcotráfico, quienes se lucran del caos.

El problema no es Petro. Es esta sociedad estúpida dividida por los que llaman a la “unidad” para “rescatar a la democracia y a la libertad” que ni siquiera corren peligro. Al menos no por cuenta de este gobierno. Si van a llamar a la unidad háganlo con los libros de historia en las manos y dejen de vender la idea que el caos nació en 2022 porque ustedes saben que no es así. Al menos tengan la integridad moral e intelectual de reconocer que la violencia es transversal a nuestros días y llamen a la unidad para resistirnos juntos contra la violencia y no contra un gobierno que busca la paz. Tengan la altura para dar debates desde la verdad y no desde la narrativa que construyen los medios. Tengan la grandeza de reconocer que esta violencia tiene causas estructurales que yacen en las grandes desigualdades sociales. Tengan la entereza para comprender que la izquierda tiene argumentos que van más allá de llamarnos guerrilleros, comunistas, terroristas o toda esa sarta de sandeces para descalificar a una fuerza que ya llegó al gobierno. Sepan que esto también hace parte de la democracia y que las ideas no se combaten estallando camiones o asesinando candidatos en tiempo de elecciones. Respetar la libertad y la democracia empieza por ahí. Si dejamos de matarnos entre gritos, quizás empecemos a escucharnos en la deliberación que debe enriquecer un verdadero escenario de libertad y democracia. Empecemos por ahí. Por comprender que la violencia no empezó ahora.

En serio ¿Dónde han estado los últimos 30 años? Pero que bueno que ya aparecieron. Ahora noten que durante estos 30 años la cosa no pintaba bien.

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