Por Christian Cabarique M.
Diariamente los titulares de los medios de comunicación giran en torno a las altas temperaturas del verano europeo, las potentes tormentas tropicales y huracanes, los picos en las enfermedades respiratorias, a causa del aire contaminado, y la destrucción de cultivos y alzas en el precio de los alimentos de primera necesidad que evidencian la inseguridad alimentaria en la que nos podríamos llegar a encontrar. Este panorama mundial demuestra que esta generación puede estar viviendo un hito histórico al evidenciar las consecuencias reales del cambio climático. La humanidad puede estar llegando a un código rojo si hablamos de garantizar un futuro sano para las próximas generaciones. Entonces, ¿qué tanto estamos aportando nosotros como consumidores para que esto disminuya?
El planeta tierra es un organismo vivo, nació de una explosión, creció y evolucionó; sus sistemas naturales, como las fuentes hídricas que tienen un recorrido por ríos y mares, son cíclicos. Ahora bien, la especie humana, al tecnificar su forma de vida, ha desarrollado otro tipo de sistemas como la energía eléctrica, que recorre de punta a punta los espacios que habitamos. La energía eléctrica, actualmente, puede ser comparable con nuestro sistema circulatorio que nutre con oxígeno y nutrientes cada parte de nuestro cuerpo, puesto que la energía eléctrica recorre el planeta, propiciando el funcionamiento del estilo de vida actual.
Sin embargo, uno de los mayores contribuyentes de la aceleración exponencial del ciclo de vida de nuestro planeta es la energía eléctrica. Según mediciones de generación realizadas con una cadencia diaria por XM, el operador del Sistema Interconectado y el administrador del Mercado de Energía Mayorista de Colombia (https://www.xm.com.co/, 2022), del 100% de la energía generada a diario en nuestro país, algo más del 70% es producida desde los embalses, conocida como energía hidráulica, y solo el 1% proviene de fuentes de energía renovable no convencional. Este cálculo es algo ambiguo y genera el debate de la proveniencia del restante que se requiere para energizar la demanda energética. Pues este 26% de la demanda restante se basa en la quema de combustible fósil, es decir, proviene del carbón y el gas.
La producción y el uso de la energía eléctrica son dos de las principales causas del cambio climático, debido a que producen las dos terceras partes de las emisiones de gases de invernadero a escala mundial. La energía eléctrica sostiene gran parte de las costumbres humanas, tanto en lo público como en lo privado y es un servicio que los usuarios pagan dependiendo de las condiciones regionales y de los prestadores del servicio. Viéndolo de este modo, los usuarios tienen una doble responsabilidad actual, tanto en el consumo como en el pago.
Las campañas de conciencia ambiental nos responsabilizan por el uso razonable de este recurso al difundir el impacto que este tiene en el planeta, y en ocasiones la compensación que da el usuario es el pago que efectúa por ello. En este punto, como consumidores, podríamos ser interpelados desde tres aspectos. En primer lugar, el incremento de los costos mensuales de energía, que llegan consolidados en una factura, y en múltiples ocasiones las empresas prestadoras son culpadas por dichos cobros. En segundo lugar, dentro de lo privado y lo cotidiano, ¿hay un conocimiento de las fuentes de consumo y la responsabilidad individual del uso de estas? Por último, si hubiese un mecanismo para lograr un balance entre lo que realmente es necesario consumir y nuestro comportamiento que no solo llegara a impactar positivamente a nuestros pulmones, y por supuesto a nuestros bolsillos, ¿llegaríamos a usarlo y asumir nuestra responsabilidad desde lo accionable?
*Ilustración: Nicolás Giraldo Vargas.
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