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¿De qué lado de la historia estás?

Por Andrés Felipe Giraldo L.

La historia ha forjado los valores de la humanidad, tan cambiantes como las culturas y las épocas, tan inexplicables como los caprichos, tan disímiles como cada ser humano en nuestros 70 mil años de corta existencia cósmica. Sin embargo, cada época comporta unos valores que definen la calidad de la humanidad que habita a esta planeta que contó con la mala suerte de contenernos.

Por eso el prisma con el que se analizan los acontecimientos debe estar mediado por el contexto histórico y cultural de los hechos y los personajes. Pero, cuando uno vive una época y es testigo de sus propios valores, puede definir con claridad qué está bien y qué está mal. Y en esta época, cuando creíamos los genocidios proscritos, cuando son juzgados como criminales de guerra los personajes que pretendieron arrasar con pueblos enteros, como Slodoban Milosevic, Primer Ministro serbio enjuiciado por la Corte Penal Internacional por los crímenes cometidos durante la guerra de los Balcanes, quien ante la contundencia de las pruebas y la inminencia de una condena adversa decidió acabar con su propia vida en una celda de La Haya en marzo de 2006, parecen claros los valores que deberían regir a nuestra generación. Pero no es así.

La humanidad está presenciando un genocidio en vivo y en directo con unas imágenes que parecen sacadas de un cuento de terror. Millares de niños son masacrados sin misericordia ante la mirada impávida de millones de personas en todo el mundo que no pueden pasar de la rabia, el dolor y la indignación. Desde octubre de 2023, cuando el grupo terrorista Hamas atacó cientos de familias israelíes en total estado de indefensión, dejando más de mil víctimas mortales, la venganza de los sionistas se convirtió en una política sistemática, sostenida y continua de exterminio contra el pueblo palestino, violando todos los principios de proporcionalidad y burlando con total cinismo las normas del Derecho Internacional Humanitario y los Derechos Humanos.

Nadie le niega a un pueblo el derecho a defenderse. Pero tomar un ataque terrorista como el partidor para exterminar a toda una nación, incluyendo a sus niños y ancianos, desarmados e indefensos, no es más que una estrategia premeditada para resolver por la vía armada un conflicto religioso y territorial que lleva décadas en efervescencia, desde que las Naciones Unidas, aupadas principalmente por Estados Unidos y el Reino Unido, decidieron crear un Estado para reivindicar a un pueblo sobre el genocidio del que habían sido víctimas durante la segunda guerra mundial. Qué paradoja, un Estado que surgió por un genocidio, se convirtió en un Estado genocida. La miseria del poder.

No solo repugna que este genocidio se esté presentando ante nuestros ojos sin que podamos hacer nada, también asquea la pasividad y la complicidad de las grandes potencias del mundo para que esta infamia no se detenga. Tres magistrados de la Corte Penal Internacional han sido sancionados por el gobierno de Donald Trump por cumplir con el mandato que impone su cargo. Ni Israel ni los Estados Unidos se vincularon a la CPI, quizás previendo que no iban a respetar su jurisdicción. Pero ahora no solo hacen parte de los ausentes, sino que han convertido a los organismos internacionales creados para evitar los excesos, crímenes y vejámenes que se presentaron durante la segunda guerra mundial, en sus enemigos.

No hay que ser un filántropo ni aspirar a un Nobel de paz para estar del lado de los palestinos y apoyarlos ante la barbarie de la que están siendo víctimas, no solo ahora, sino desde que se estableció arbitrariamente en su territorio el Estado de Israel, generando un desplazamiento forzoso con base en una asimetría de fuerzas aterradora. Porque el pueblo palestino no solo está siendo desplazado, también ha sido humillado, maltratado, reducido y ahora, con especial saña, exterminado. El apoyo al pueblo palestino es un simple ejercicio de humanidad, empatía con el dolor, solidaridad con las víctimas, la defensa consciente de la vida de miles de niños inocentes que viven en estado de pánico porque saben, en su inocencia, que nadie va a respetar su integridad ni sus vidas. Oponerse al genocidio es ser consecuentes con la miseria de la historia para evitar que vuelvan a suceder episodios vergonzosos y ruines como el holocausto nazi o cualquier otra manifestación que justifique la exterminación en masa de seres humanos.

La historia tiene parámetros sobre los cuales se justifican o, al menos se comprenden, dentro de su contexto, eventos viles como la esclavitud o la inquisición. Pero siendo partícipes de esta época, no podemos permitirle a los historiadores del futuro construir sus relatos sobre argumentos que validen la infamia que está cometiendo el Estado de Israel sobre el pueblo palestino, y mucho menos que justifiquen la complicidad y la pasividad de los líderes del mundo que poco o nada han hecho por detener esta masacre. Que Trump manifieste que se imagina la franja de gaza como un balneario de lujo sobre la sangre fresca de los niños de Palestina es una canallada propia de un ser malévolo y sin sentimientos. Y su talante define a toda una tendencia igualmente insensible de los que quieren construir la política sobre pilas de cadáveres, sobre el desprecio por los inmigrantes, sobre nacionalismos exacerbados similares al nacionalismo nazi, montados sobre principios de superioridad ficticios que quieren vender como verdades reveladas.

El liderazgo de genocidas como Netanyahu, xenófobos como Trump, dictadores como Bukele o dementes como Milei, están haciendo del mundo un lugar horrible en el que tenemos que seguir presenciando la decadencia humana como parte de la cotidianidad. La historia contemporánea se está construyendo sobre el odio por la diversidad, estrechando los derechos en el planeta solo para los que hagan parte de una ficción llamada occidente, sobre unos valores tan deplorables como etéreos. Esa “gente de bien” que se está tomando el escenario político global, que se creen con el derecho de disponer de la vida de las personas más vulnerables como si fueran elementos desechables, están evidenciando lo peor de la especie. Hay que ser claros y contundentes: No podemos estar de ese lado de la historia. No podemos permitir que se instale como algo sensato el discurso falaz de que existen humanos ilegales solo porque necesitan huir de la pobreza que genera el capitalismo salvaje, o que un pueblo merece ser destruido por voluntad de otro sobre el supuesto de que merecen defenderse, cuando sus supuestos agresores son una minoría de terroristas que golpean y huyen, como para pensar que el exterminio de toda una nación se puede llamar defensa o justicia. Genocidio. Lo que hace el Estado de Israel se llama genocidio. Y no tiene otro nombre.

Solo hace falta un poquito de empatía y sensibilidad humana para saber de qué lado de la historia estar. La población vulnerable necesita unirse para que esas máquinas de deshumanización representadas en tipos como Trump o Netanyahu no se impongan con total impunidad. Hoy esa miseria ideológica tiene las armas y el poder, pero algo que jamás van a tener es la razón, el derecho y la justicia. Estos solo son personajes que el futuro va a recordar como lamentables accidentes, como se recuerda un Hitler o un Milosevic, despojos de una época seguidos por una recua de ignorantes creyendo ser parte de esa supuesta e inexistente superioridad, creada como una ficción para superar la miseria de sus vidas.

El único legado que puedo dejar a mis hijos, asumiendo todas las consecuencias que ello implique, es que me recuerden como alguien consecuente con unos valores mínimos de solidaridad y compasión con los débiles y los vulnerables. Sería incapaz de mirarlos a los ojos sabiéndome cómplice de la masacre de unos niños que ni siquiera alcanzaron a saber por qué los mataron, sepultados por toneladas de escombros provocados por bombas lanzadas desde aviones con una estrella de David que hace menos de 80 años se usaban para marcar a aquellos que, en esa época, serían masacrados por otros que se creían superiores. Sé de qué lado de la historia estoy y tengo la profunda convicción de que este lado es el correcto. El lado que repudia que el fuerte se aproveche del débil, el lado del que reivindica los derechos de todos los humanos por ser y por estar en este mundo, el lado que privilegia a la vida sobre la muerte y que se aterra y le duele ver a esos niños desmembrados por la fuerza bruta de la barbarie y la insensatez.

Jamás le daría la mano con tanto orgullo a un genocida. Jamás sería un títere servil de la muerte ni le sonreiría a alguien capaz de exterminar a todo un pueblo. Jamás podría mirar a mis hijos a los ojos si lo hiciera. Esas personas solo me producen un profundo asco y mucha vergüenza. Ojalá la historia los juzgue en el futuro porque nosotros, más allá de mascullar impotencia y rabia, no hemos podido hacer mucho más. Malditos sean todos aquellos que sobre ideologías de superioridad hacen miserable las vidas de los demás. Y malditos quienes los justifican y los aplauden. Malditos.

Y tú ¿De qué lado de la historia estás?

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