Por Andrés Felipe Giraldo L.
La semana pasada se realizó en Medellín la feria popular de brujería por la caja de compensación Comfama, como parte de los eventos con los que esa institución promociona actividades, como lo hacen la mayoría de las cajas de compensación para el entretenimiento de sus afiliados y de la comunidad en general. En respuesta, algunos políticos, asumiendo la representación de católicos y cristianos, decidieron levantar su voz de protesta en contra de esa feria con el argumento de que se atacaban los principios y los valores católicos y cristianos que predominan en la cultura antioqueña. Parece que gran parte de la población de Antioquia, y de Colombia en general, siguen empecinados en que unos valores mayoritarios o, como ellos dicen, predominantes, deben ser obligatorios para todos los colombianos. Pero no es así.
Más allá de la discusión legal, que está del todo zanjada en abundante jurisprudencia de la Corte Constitucional, y que no admite interpretaciones manidas desde el prisma de la religión católica, que predominó en el país con la Constitución de 1886, es importante señalar por qué el evento organizado por Comfama no solo es legítimo, sino por qué es necesario, oportuno, valioso e innovador, justamente para permitirle a las personas que se acerquen a los fenómenos que han incidido con tanto impacto en la historia para comprender la realidad sin el estigma, el sesgo y la tergiversación que tanto daño le han hecho a la humanidad desde los dogmas, que por considerarse verdades absolutas, han servido como excusa para aniquilar a quien piensa diferente o a quien tiene una perspectiva revolucionaria de las cosas.
Por ejemplo, la Iglesia Católica solo rehabilitó la figura de Galileo Galilei hasta 1992, reconociendo que sus tesis, afirmando que La Tierra no era el centro del Universo, tenían fundamento, después de hacerlo abjurar de sus conclusiones científicas en 1633, sopena de someterlo a los tribunales de la Santa Inquisición si insistía en contradecir los preceptos aceptados y difundidos por ellos. Más de tres siglos debieron pasar para que El Vaticano aceptara una obviedad, que fue tomada como herejía, por la simple convicción de un estamento que tenía el poder para definir qué era verdadero y qué era falso, sin mayor soporte que los ejércitos de los reyes que les obedecían en esa comunión que dominó al mundo durante diez siglos, que no por capricho, algunos denominan como “el oscurantismo”.
Lo que ganó Colombia con la Constitución de 1991 sobre la libertad de cultos no está en tela de discusión ni admite debate alguno más allá del respeto que merece cada persona que práctica alguna religión o que se siente parte de alguna corriente espiritual. Porque justamente la base de la convivencia en un país laico es el respeto. El evento en Comfama no era un evento para promover la brujería como una fuente de vocación espiritual o para llevar a cabo prácticas en ese sentido. Fue un evento sobre brujería, presentado por el propio Comfama para un abordaje “desde lo narrativo, artístico, histórico y ritual, con un enfoque popular de encuentro y feria”. En otras palabras, la caja de compensación aportó conocimiento sobre un tema que ha sido transversal a nuestra cultura, que merece espacios de interés para que la gente comprenda de qué se trata, cómo ha sido su aparición en la historia, cómo se percibe ahora y qué implicaciones tiene en nuestra cultura. Seguir vetando temáticas o asuntos de carácter social porque un grupo que se considera mayoritario o predominante lo impone, no es permisible en un país que vivió dos siglos de violencia partidista, dirimiendo justamente esas posturas. Colombia no puede seguir sometida ideológica, mental, ni legalmente a la religión católica o a las mayorías cristianas. Los valores cristianos solo son relativos a los practicantes de las religiones cristianas, y no obligan a los demás a someterse a sus preceptos ni a sus mandatos, porque Colombia es un país por Constitución laico. Repito, laico. Incluso, el arículo 13 de la misma Constitución refuerza la protección para las minorías que han sido vulneradas, discriminadas o marginadas por esas mayorías que se creen dueñas de la verdad histórica y de la moralidad pública.
Pretender poner a la Biblia por encima de la Constitución es un atropello que no se puede permitir y de lo que las instituciones nos deben proteger. Las personas que representan a las instituciones deben ser conscientes de que por más firmes que sean sus convicciones religiosas, el parámetro de sus acciones está enmarcado en la Carta fundamental de la Nación y no en su sistema de creencias, válido, por supuesto, pero no como un derrotero al cual se pueda someter a una sociedad, que es libre para tener otros sistemas de creencias, porque así lo ampara la ley.
Oponerse a un evento sobre brujería con el argumento de que irrespetan a las mayorías cristianas y católicas es una afrenta a la pluriculturalidad y diversidad que define a la Colombia actual, que se enorgullece de ser un país incluyente, libre, democrático y plural que se caracteriza por una coexistencia pacífica entre diferentes. Permitirle a los fanáticos devenidos en políticos que impongan restricciones de tipo cultural porque sienten atacadas sus propias creencias, es una involución histórica, cultural y constitucional que no nos podemos permitir porque justamente el contrato social que se firmó en 1991, y que se debe hacer respetar mientras esté vigente, es para impedir que la censura, el miedo y la represión sigan gobernando las mentes y la vida social en donde deben primar los derechos y las libertades de todos, que no tienen más restricción que los que imponen las leyes en un Estado Social de Derecho.
Por supuesto, todos tenemos derecho a tener un sistema de creencias y a obrar en consecuencia, siempre y cuando ese sistema de creencias no atente contra la libertad y los derechos de los demás. Se puede creer en un dios o en muchos. O en la Pachamama o en Vishnú. O en nada y en nadie y está bien. Lo que no se puede es anular, restingir, censurar y aniquilar al otro porque no responde a mi propio sistema de creencias. Eso no solo es ilegal a la luz de nuestra Consitución, sino que es irrespetuoso, violento y arbitrario. Las diferencias éticas se dirimen en las discusiones políticas sobre lo que conviene o no a la sociedad en su conjunto, y los linderos de lo permitido ya están en las leyes que contienen los códigos. Pero nadie puede amenazar a una caja de compensación familiar con acciones legales o medidas coercitivas por brindarle conocimiento a una población que es esencialmente ignorante por cuenta de los dogmas que les han infundido desde la infancia y que coartan la capacidad para discernir, pensar, deliberar y criticar. Esta actividad sobre brujería que se hizo en Comfama, sirve para que la gente fortalezca su criterio y se haga una idea sobre lo que ello significa en contextos más amplios de los que explica la Iglesia Católica. Cuánta gente fue masacrada por los tribunales de la Santa Inquisición por el simple delito de pensar. Millares. Cuánta gente que intentó darle luz a la humanidad fue silenciada porque sus capacidades trascendieron las verdades absolutas e incontrovertibles de un dogma impuesto a sangre y fuego. Muchos más.
Los católicos y los cristianos tienen todo el derecho para practicar su religión. Los sistemas de creencias que son funcionales a los vacíos espirituales de las personas son válidos y necesarios para que las personas encuentren anclajes en un mundo tan azarozo, impredecible y con tanto por descubrir. La existencia merece descansar en los refugios seguros y confortables que brinda la religión porque la espiritualidad requiere de certezas aunque carezca de evidencia, pruebas o fundamentos que también pueden ser creados por las creencias que, por ser creencias, son tan controvertibles como inciertas. Lo que nadie puede es imponer esas creencias y someter al otro contra sus propias creencias y contra su voluntad.
La gente tiene derecho a conocer, a aprender, a contrastar, a verificar, a poner a prueba su propia fe y a recorrer los caminos espirituales que se les dé la gana hasta encontrar un lugar seguro o ninguno. Pero la Constitución protege el derecho que tenemos todos para hacer respetar nuestro propio sistema de creencias que es tan sagrado como la orientación sexual, o la tendencia política o las convicciones personales sobre lo sagrado y lo profano. Nadie tiene derecho a imponer su fe sobre la fe de los demás porque Colombia es un país laico y es tan válido ser católico como ser ateo o lo que uno quiera ser. No es por la vía de los prejuicios que se obtiene la razón. Comfama abrió un espacio para que la gente común aprenda que algún día a aquellos que fueron acusados de ser brujos o brujas fueron consumidos por las brasas de quienes consideraban que practicar la brujería era pecado. Cavernarios, retrogrados y trogloditas son los que creen que todavía hay que negar a la brujería o quemar a los brujos llevando camándulas a un evento para combatir la ignorancia de la gente.
Antes de 1991 podían sacar la Biblia y la Constitución para imponer sus dogmas y someter a los herejes porque la ley los respaldaba. Pero a punta de ideas, sangre, persistencia, criterio y luchas, la pluralidad se ha ganado un espacio que no nos vamos a dejar arrebatar para volver al oscurantismo nacional de la gente de bien que creyéndose españoles, blancos, amos y católicos nos quieren ver sometidos a unos principios que ni son universales, ni son nuestros, ni nos pueden imponer. Bienvenidos todos los eventos que le abran los ojos a la gente para que puedan explorar su propia espiritualidad para que existan más Galileos, más Copernicos, más Kepler y menos Torquemadas.
La Iglesia Católica dominó durante diez siglos a la humanidad occidental porque escondió, acaparó y manipuló el conocimiento. Nunca más. Colombia es un país laico y lo haremos respetar.
*Obra de Jan Luyken.
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