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De bodegas, fanáticos y mal periodismo

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Una amplia mayoría de los periodistas de los grandes medios en Colombia son muy afilados para hacer críticas, pero muy blanditos para recibirlas. Y por grandes medios no me refiero a grandeza, sino a la capacidad económica de sus dueños que usan los canales y las emisoras como fortines propagandísticos de su propia ideología, camuflando sus estrategias políticas como si fueran información, algunos de manera descarada, como la Revista Semana, Caracol Radio, Noticias Caracol o Noticias RCN, y otros con algo de disimulo, sin lograrlo, como la Revista Cambio, La Silla Vacía o la W, solo por mencionar algunos.

Para los periodistas del establecimiento, cómodamente ubicados en sus costosas cabinas de radio y estudios de televisión, pagados con recursos privados como cualquier empleado de empresa (que es lo que son), pesa mucho más promover los intereses de sus empleadores que la imparcialidad, el equilibrio informativo y mucho menos la verdad. Estos periodistas son mercenarios de la información bien remunerados que construyen narrativas a partir del alcance que tienen para llegar hasta numerosas masas de teleaudiencia, que poco a poco se dejan envolver por el poder que tienen, gracias al músculo tecnológico que los proyecta y al capital millonario que los soporta. Estos periodistas, que acaparan esa audiencia que se puede comprar a través de los grandes grupos económicos, que se hacen con el espectro electromagnético con el que se logra gran difusión, se creen los únicos con el derecho a opinar o a informar, porque acaparan toda la vitrina, y se sienten usurpados por esos comunicadores que, con muy pocos recursos, se han hecho un espacio a través de espacios poco costosos como las redes sociales, las emisoras virtuales, los canales de youtube o los portales independientes, que de a poco se han ganado un espacio en el debate público, con un nombre particular que suena hasta subversivo: Los medios alternativos.

Los medios alterativos con muy poco han logrado permear el monopolio informativo de los grandes medios y han logrado cuestionar esas verdades que hasta hace muy poco tiempo eran incontrovertibles, porque las grandes audiencias confiaban acríticamente en la información, veraz o no, que se diera desde los informativos tradicionales. Pero ahora, gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, esa verdad que antes nadie contrastaba, ahora cuenta con millares de filtros de gente común y corriente que puede acceder a toneladas de información en tiempo real para mostrar que esos medios que antes parecían infalibles están repletos de sesgos, tergiversaciones, mentiras, verdades a medias e intereses. Sobre todo intereses. A los grandes medios del establecimiento se les cayó la careta y los periodistas quedaron desnudos porque ahora se les ven los largos intereses de los dueños de los medios para los que trabajan. Y eso no les ha caído bien.

Este gobierno ha sido el escenario perfecto para evidenciar esa realidad, porque antes los intereses corporativos y los de los anteriores gobiernos eran prácticamente los mismos. Porque eran las grandes corporaciones las que ponían los presidentes, pero ahora una ficha se les salió del tablero, y tienen que usar todo el poder económico de la desinformación para desprestigiar a ese gobierno que no los representa y al que no pueden controlar. Eso ha hecho que pierdan los estribos al punto de mentir casi a diario sobre información totalmente verificable, lo que ha hecho aún más visibles las costuras del desespero que produce la orfandad de poder, en un afán insano por manipular esa información que ya no pueden ocultar.

Entonces vemos a diario toda una maquinaria bien aceitada de medios coordinados para atacar al Presidente desde la madrugada hasta el medio día, sin descanso ni pausas, enfrascados en los temas más insulsos hasta que la estantería se les cae sola por el peso de una verdad que emerge aunque se hayan demorado años construyendo narrativas falsas. Un ejemplo claro de esto es sobre el falso problema de drogadicción de Petro: Todo empezó con una “carta abierta” de Maria Jimena Duzán, quien hasta ese momento gozaba de prestigio y credibilidad, que, sin una sola prueba y llevada por la fuerza de un rumor imposible de comprobar, instaba al Presidente a reconocer su problema de adicciones y a hacerse tratar. El Presidente lacónicamente contestó que solo era adicto al café, como debe responder cualquier persona ante las insinuaciones temerarias, malintencionadas y sin fundamento. Si Maria Jimena hubiera tenido una preocupación genuina por el ser humano Gustavo Petro, lo habría abordado a él e privado, y no hubiera puesto a circular esa carta infundada con la clara estrategia de evitar las pruebas y los soportes de un vil chisme. Una carta que pretendía revelar una realidad incómoda para el Presidente, terminó convirtiendo a la otrora gran periodista en una vil chismosa, quien apeló al método menos profesional para poner a rodar una narrativa salida de alguna mente creativa y que, por supuesto, habría de calar hondo en una oposición ávida de armar grandes escándalos para tumbar al Presidente. Porque ese es el fin último de todo este tinglado mediático, deponer a un Presidente elegido en democracia porque no es del gusto de las élites que han detentado el poder tradicionalmente en Colombia. Pero esa es otra historia.

Este rumor que se fue diluyendo con el tiempo por falta de evidencia, fue resucitado convenientemente en un ataque de ira e intenso dolor por el exministro Álvaro Leyva, quien corto de argumentos serios para defenestrar al Presidente, se esmeró por reconstruir la narrativa del Petro drogadicto, decadente y vergonzoso que anda de antro en antro por el mundo dejándose arrastrar por la perdición de sus adicciones al punto de no tener conciencia alguna de sí mismo. Con su cargo de excanciller, sumado a una presunta cercanía con el Presidente que jamás tuvo, usando también esa retórica condescendiente pero venenosa de María Jimena Duzán, buscaba, a punta de testimonios y una credibilidad parecida a la fe, es decir, sin una sola prueba, convencer a la ciudadanía de que estábamos en manos de un interdicto incapaz de gobernar porque nuestro Presidente, según él, está a punto de salir de la Casa de Nariño a deambular por las calles del centro con un tarro de bóxer en las manos, cubierto solo por una ruana y la suciedad de su cuerpo marcado por los estragos de los excesos. Esa era la imagen que quería construir Leyva de Petro. Por supuesto los grandes medios de comunicación, en contubernio con los políticos de la oposición, utilizaron toda esta fábula para deteriorar aún más la gobernabilidad de un equipo que de por sí la ha tenido bien difícil, soportando a diario ataques de este calibre. Pues bien, al final tuvo que ser un medio español a través de un periodista extranjero, quien tuvo que develar hacia dónde iban las famosas cartas de Leyva. Y el cuento es simple: Leyva se inventó todas esas mentiras porque quería tumbar a un Presidente que odia. Y Leyva odia a Petro porque el octogenario político creyó que haber sido Canciller le daría una patente de corso para hacer lo que se le diera la gana en este gobierno. No soportó que Petro lo ignorara y enceguecido por el dolor empezó a fabular en cartas que quería convertir en verdades a través de las cuales se fraguara un golpe de Estado con apoyo internacional, concretamente con el apoyo del ala más radical de los latinos del Partido Republicano de los Estados Unidos. Pero a Leyva no le pararon bolas, no porque no tengan intenciones de derrocar a Petro, porque Rubio, Salazar, Giménez, Díaz y Cía tienen todas las intenciones de que Petro no termine su mandato, pero no con una estrategia tan burda y ramplona como la del ya senil Leyva.

Pero este no es el punto concreto, sino la evidencia sobre cómo se construyen las narrativas en los medios de comunicación de Colombia que hasta hace poco tenían el monopolio de la información. Hace unos días Petro mostró en una alocución el alarmante estado del sistema de salud en Colombia presentando gráficos que evidenciaban las billonarias deudas de las EPS, lo que agrava cada vez más la precaria atención en salud para millones de colombianos que no pueden pagar más allá del régimen contributivo o beneficiarse del régimen subsidiado. Las cifras son preocupantes y en la exposición el Presidente fue claro. Petro suele meter tantos pies de página en sus intervenciones que a veces sus alocuciones se hacen farragosas. Este es y siempre ha sido su estilo. Sin embargo, la idea principal siempre fue clara y los argumentos contundentes. Como ya es usual, los periodistas de los medios, con el eco del biempensantismo nacional que prefiere quedarse en las formas que en el fondo, ahondaron en el aspecto, la dicción y el comportamiento de Petro. La directora de El Colombiano no dudó en afirmar que Petro estaba borracho y otros medios abrieron el debate, una vez más, sobre las adicciones del Presidente. Muy buenos para especular pero muy malos para investigar. Petro es el tipo más vigilado en Colombia. No puede dar un paso sin que alguien filtre la información. ¿De verdad creen ustedes que si Petro fuera drogadicto o alcohólico no tendría ya a algún fariseo de los que se pasean por la Casa de Nariño, de esos que fingen amistad, listo con un celular para tomarle una foto que le incrimine, para grabar un audio incontrovertible o para entrevistar en horario prime a alguno de sus compañeros de farra que llegue con las pruebas irrefutables de sus excesos? Si Petro tuviera rabo de paja ya se lo habrían incendiado. Pero ante la falta de evidencia, buenos son los rumores al estilo Goebbels, repitiendo mil veces una mentira hasta que se haga verdad.

A Petro lo seguirán atacando, difamando, calumniando y ridiculizando hasta el final de su mandato porque los dueños de los medios que le pagan a esos periodistas están muy molestos porque se les coló un hijo de vecina en un espacio del que solo ellos disponen, la Presidencia de la República. Esos periodistas seguirán usando la libertad de prensa a su antojo llamando al origen de sus mentiras “fuente anónima”, que no es más que la garantía de su eterna impunidad, cohonestados por esa fundación que se creó para proteger a un gremio mediocre, pero no a la verdad ni al buen ejercicio del oficio. No hay que ser muy suspicaz para saber a qué fundación me refiero.

Y esos periodistas seguirán llamando “bodegas” a quienes les encaran, porque ante la falta de buenos argumentos solo queda la descalificación del contradictor. Es lo que hacen los malos periodistas, llamar “fanáticos” o “bodegas” a quienes evidencian sus mentiras con fuentes visibles y datos concretos. Es paradójico, pero en Colombia los periodistas no soportan la verdad con la que los enfrentan porque se sienten vulnerables. Acuden al acoso judicial y a la victimización pública para construir una narrativa paralela a la de sus falsedades, y es la narrativa de que en Colombia Petro ataca la libertad de prensa. Periodistas que jamás han sido perseguidos, amenazados, exiliados, intimidados o chuzados dicen que el Presidente los ataca cuando no hace más que defenderse para poder desmentir a diario la información retorcida que dan los grandes medios sobre él.

Por supuesto que este contrapoder que ha emergido contra el monopolio de la información es necesario. Por supuesto que se entiende que el Gobierno contrate personas que contrarresten las narrativas que se construyen desde la derecha que quiere tumbar al Presidente. Por supuesto que Petro tiene derecho a defenderse porque ganó en democracia el derecho a gobernar con más de once millones de votos, aunque a muchos no les guste, porque ven amenazados sus privilegios que asumen como derechos. Por supuesto que el mal periodismo se pone en evidencia con “bodegas” y que, en lo personal, me importa poco que me llamen bodega si lo que afirmo tiene fundamento. Las fisuras que se le notan a los medios hegemónicos van a ser imborrables cuando pase este gobierno y tengan que fiscalizar al que venga. Porque, para bien o para mal, se notarán las diferencias. Nunca unos medios habían sido tan agresivos, parcializados y tendenciosos como lo son ahora contra Gustavo Petro. Pero nunca antes, tampoco, había emergido tanta gente común para respaldarlo con la única fuerza que prevalece: La fuerza de los hechos que se hacen evidentes por sí mismos. Es preferible una bodega creíble que un set lujoso para fabricar mentiras con el único objetivo de tumbar a un Presidente que no les gusta. En lo personal, me pueden seguir diciendo bodega. Viniendo de quien viene ese insulto, es más bien un halago. A los bodegueros no nos hacen daño. Ya nos acostumbramos y con eso vivimos. Con lo que sí están acabando inevitablemente, es con el periodismo. No mancillen más esa profesión que tanta sangre le costó a sus colegas que sí la ejercían con altura en los tiempos más difíciles de esta Patria. Esos sí eran de admirar. Ustedes no son más que un mal periodismo servil a los intereses de los poderosos. Eso son. Y les molesta que estas “bodegas” se los recuerden con información verificable.

*Ilustración original tomada del portal elcato.org.

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