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Humanidad de mierda

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Es difícil comprender que quizás estamos en una de las últimas etapas del ser de esta especie que tanto le costó evolucionar para hacerse inteligente. Una inteligencia que es a todas luces contraproducente, destructiva y deliberadamente cruel. Vemos cómo la humanidad se nos diluye ante los ojos, cómo la estupidez ha enceguecido a los gendarmes del poder en el mundo y cómo esto nos lleva inevitablemente hacia la autodestrucción, imbuidos en una ambición desmedida con justificaciones que inventó esa misma especie que se llenó de dogmas ante su incapacidad para poder comprender al Universo en todas sus dimensiones y perspectivas, porque sencillamente eso es imposible para una especie tan intrascendente e insignificante, perdida entre la inmensidad del Cosmos y su propio ego.

El planeta Tierra, que solo se llama así para esta humanidad que le bautizó, sirve de habitat a una especie que se ensaña de una manera descontrolada e irracional contra ese mismo planeta y todos sus habitantes. La humanidad se comporta como una enfermedad que se carcome una ínfima porción del Universo con una voracidad atroz, inconsciente de su propia finitud, como un niño caprichoso que ni siquiera concibe la muerte, porque llanamente no entiende la vida.

Esta mañana despertamos con la noticia de nuevos bombardeos. Esta vez Estados Unidos anuncia que ha atacado tres plantas nucleares en Irán. El Presidente de ese país hace el anuncio como quien informa que ha ganado algún evento deportivo que nos debe emocionar y no preocupar. Y así, en una espiral absurda de destrucción, la humanidad sucumbe ante la arrogancia de sus líderes que consideran victorias dignas de celebrar los más dantescos escenarios de aniquilación. Les juro que estas líneas se me caen sin ganas, que escribir me parece un gesto inútil, un látido de vida artificial, un intento por llamar la atención de quien después de 50 años de vida se siente derrotado, porque la esperanza en la reconciliación, la vida y la sensatez no es más que un alarido al aire sin eco, que queda ahí en las nubes como un lamento, que no llegará a ninguna parte porque viene de un alma vacía de ilusiones.

Y mientras las noticias nos inundan de lagrimas con imágenes de niños destrozados por las bombas cargados en pedazos por unos padres a los que ya no les cabe más dolor, los centros de estadística de los países se siguen preguntando por qué hay una baja tan sensible en la taza de natalidad. La respuesta no solo es obvia, sino que indigna la pregunta. Traer hijos a este mundo de mierda es un acto de temeridad o de irresponsabilidad. O las dos. Confiar en que la humanidad va a brindar unas condiciones al menos confiables a esos niños que lleguen a poblar el mundo parece ingenuo, teniendo en cuenta que los líderes que hoy masacran a la humanidad han sido elegidos por sus propios pueblos. ¿Cómo decirle a un hijo que querer vivir mejor en otras tierras lo hace indeseable e ilegal? ¿Cómo explicarle que esas líneas imaginarias llamadas fronteras lo convertirán en un ser despreciable al que perseguirán las autoridades para echarlo como un perro por el solo hecho de estar ahí? ¿Cómo hacerle entender que son millones de personas los que apoyan esas formas de pensar discriminatorias, segregadoras, opresoras y multifóbicas que invaden los nacionalismos que se convirtieron en fábricas de odio y muerte? Es fácil responder por qué las nuevas generaciones no quieren tener hijos. Lo difícil de responder es por qué habrían de tenerlos con este ambiente que les espera en donde difícilmente serán felices y seguramente sufrirán alguno de esos sufrimientos injustos que siempre tiene la humanidad para atacar la diversidad y la inclusión.

Ya deberíamos decirlo sin tapujos, sin miedo y sin matices. Somos una humanidad de mierda. Solo una humanidad de mierda le podría dar tanto poder a tipos como Trump, Natenyahu, Bukele o Milei. Solo una humanidad de mierda podría exaltar como algo bueno que a los inmigrantes se les trate como escoria. Solo una humanidad de mierda podría encumbrar ideologías fascistas como AfD en Alemania o Vox en España. Solo una humanidad de mierda podría decirme que la mierda soy yo, por no entender con absoluta sumisión y resignación todo lo que esas ideologías radicales de mierda defienden.

Dirán que hay esperanza. Que Greta Thumberg ha hecho su mejor esfuerzo por llegar hasta las costas de Palestina con víveres para que el Estado de Israel no siga matando a millares de personas de hambre. Esas personas que no ha podido matar con bombas. Pero es claro que Greta terminó deportada y su barco incautado sin poder dejar ni un pedazo de pan tirado en el mar cerca de la costa para que alguien se alimente. No pudo. Como no han podido todos los pacifistas que mueren por montones tratando de hacerle entender a las naciones que la violencia no es el camino. Una humanidad sorda, bruta e insensible que sigue creyendo que las guerras resuelven algo. No fueron suficientes dos guerras mundiales con sus respectivos genocidios ni todos los conflictos mundiales que han teñido de sangre casi todos los rincones del planeta para hacer un alto y aprender. No. Esta humanidad de mierda no ha aprendido nada. Esta humanidad de mierda se sigue matando de formas cada vez más salvajes mientras la Tierra suplica que nos extingamos pronto para que ella se pueda curar de esta enfermedad, de esta gonorrea crónica llamada ser humano, que lo único que le ha hecho al medio ambiente es degradarlo, contaminarlo y ensuciarlo hasta los límites de la propia extinción que ojalá, por el bien de las demás especies, se acelere, porque esta especie que se cree inteligente, pero que es tremendamente estúpida, no tiene remedio.

Esta mañana le pedí al sol que se apague. Le di un beso a mi hijo en la frente y le pedí perdón. Me miré al espejo para pedirme con convicción que simplemente sobreviva intentando hacer el menor daño posible. Que mi aporte a la humanidad sea no hacer nada. Que me saque de la cabeza y del corazón los delirios de salvador que se han incrustado en la mente de los que le han hecho tanto daño a la humanidad creyendo que sus delirios eran lo correcto. Supliqué a mi espíritu que no crea en tierras prometidas ni en pueblos elegidos. Y que tenga el criterio suficiente para oponerme a esos conceptos que son los pilares de la estupidez humana. Qué desperdicio tener esa condición llamada inteligencia para malgastarla en ínfulas de superioridad y creencias arbitrarias que serían comprensibles si no se quisieran imponer por la vía de le fuerza. Ninguna ideología que use la violencia para imponerse merece respeto alguno. Ninguna verdad impuesta es la verdad. Ningún pueblo que se crea superior merece el respeto del resto de la humanidad que les padece.

Por eso solo me quedan ganas de seguir trasegando los días intentando hacer el menor daño posible a mis semejantes. Saludar con amabilidad y despedirme igual tratando de no dejar heridas. Cuidar con devoción a los míos que son mi responsabilidad asumiendo el costo hasta de mi propia vida en esa defensa porque no me voy a quedar de brazos cruzados esperando a que el fascismo me pase por encima como le pasó a los judíos en la segunda guerra mundial y como ahora les pasa a los palestinos en manos de los sionistas que tampoco aprendieron nada. Los nuevos nazis lanzan bombas con una estrella de David pintada en los fuselajes de sus aviones de combate. La historia es una paradoja que ratifica que la humanidad es tremendamente estúpida. Una humanidad de mierda que antes usaba una estrella para morir y ahora la usa para matar.

Dicho esto, de a poco dejan de importarme las jerarquías y los mandos. Poco me importa y poco les creo a esos que se quieren imponer porque tienen poder porque si algo ha convertido a la humanidad en una humanidad de mierda es eso, el poder. Llevar a la Casa Blanca a un tipo que despedía practicantes en un reality de televisión solo se le podría ocurrir a una sociedad de estúpidos. Y me cuesta respetar a una humanidad que encumbra a la estupidez en cargos de los cuales depende la vida de miles de millones de personas. El poder embrutece. Y los brutos votan. Y así, en este ciclo maldito, se forma esta humanidad de mierda a la que hoy no puedo respetar.

Me quedo con la tranquilidad de mi insignificancia. De la insignificancia en general de esta humanidad de mierda que apenas cumple los 70 mil años en un planeta que ya tiene 4 mil millones de años de evolución. Somos finitos y algunos siglos no seremos más que un mal recuerdo para el Universo que dejó algunas cicatrices en un planeta azul. Pero todo seguirá sin nosotros. Sin Trump, al que ya le pesa su cuerpo octogenario pesado que carga un cerebro macabro capaz de alimentar la muerte en el mundo con total impunidad. Sin niños que sigan sufriendo cada vez que suena una turbina sobre sus cabezas, porque a su corta edad ya saben que es el último sonido que podrían escuchar. Sin mí, este ser cansado que escribe con rabia y sin ganas sobre esta humanidad de mierda de la que solo quiere salir sin pena ni gloria, sin ninguna trascendencia y sin legado. Porque no vale la pena dejar semilla entre el estiércol ingerminable que representa esta humanidad de mierda que hoy amanece con la noticia de que el país que se identifica a sí mismo como el imperio de los derechos y las libertades está arrasando (otra vez) a un país que considera una amenaza. La amenaza son esas barras rojas y blancas con esas 50 estrellas que cada vez que llegan a un país lo devastan. La amaneza es la estrella de David que masacra niños en Gaza.

La humanidad es una mierda. Una mierda digna de extinguirse porque no merece ese milagro llamado vida. Y no lo merece porque le está haciendo la vida miserable a su propia especie y a todas las demás que habitan un planeta minúsculo en el Cosmos indetectable para los telescopios de los extraterrestres. Qué oportunidad bella hemos desperdiciado. Pocas deben ser las especies conscientes de su existencia para haber malgastado ese atributo que llamamos inteligencia, que para los más sensatos no es más que el reconocimiento de nuestro propio fracaso. Me avergüenza hoy especialmente ser humano. Y que me pidan “ser más humano” no representa ningún paso adelante para ser mejor. Todo lo contrario. Porque, como no, la humanidad, esta humanidad con la que nos tocó convivir, es una reverenda mierda.

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