Por Andrés Felipe Giraldo L.
Los juegos olímpicos casi siempre son célebres por las gestas heroicas de los deportistas o por escándalos de grandes dimensiones, en donde se incluyen tragedias como la toma de rehenes israelíes en Munich 72, que dejó un saldo fatal imposible de olvidar. Sin embargo, es extraño que unos juegos olímpicos pasen a la posteridad por el ridículo mayúsculo de un competidor (en este caso una competidora) en una disciplina que debutó en los juegos de París 2024, como lo fue el breakdance.
No hay mucho que agregar sobre la participación de Rachael Gunn en el duelo que perdió estrepitosamente contra una contrincante de quien pocos saben el nombre, porque la actuación que quedó en la retina del mundo fue la de Gunn. Movimientos torpes, sin gracia, casi que infantiles, lo que le valió una eliminación rotunda siendo vencida por su primera rival 54 – 0, de quien nadie recuerda el nombre, porque la actuación que se destacó, y no para bien, fue la de la australiana. Pero el hecho no sería más que anecdótico e irrelevante, si esta participación no hubiese tenido la repercusión que tuvo en el debate público, no solo en lo deportivo, sino en lo académico, porque Rachael Gunn, más allá de ser una deportista, es una connotada PhD en estudios culturales en su país natal, dato que surgió con importancia en todo este contexto, porque además su tesis doctoral fue justamente sobre el breakdance.
Por supuesto, los ataques que ha padecido Gunn tras difundirse las imágenes de su participación en la competencia rayan con lo descarnado. Pero es que una participación en las olimpiadas supone encontrarse con lo mejor del deporte mundial. En el año 2000, en la competencia de natación en los 100 metros libres, un competidor de Guinea Ecuatorial se enfrentó contra un representante de Nigeria y otro de Tayikistán en la primera ronda de clasificación. El nigeriano y el tayiko saltaron a la piscina antes de que sonara el timbre de salida, y fueron descalificados de la carrera. Así el buen Éric Moussambani, de repente, se encontró solo en una piscina vacía de nadadores y un coliseo lleno de público. Moussambani se lanzó al agua y recorrió los primeros cincuenta metros con un estilo poco ortodoxo, pero sin mayor dificultad. Al regresar, para terminar la prueba, sus brazos y sus piernas se fueron cansando y parecía que se iba a ahogar. Mientras Éric desfallecía dando brazadas y patadas de cualquier manera, el público lo animaba con toda la ternura que podían, y Éric Moussambani al fin terminó la prueba con la peor marca de la historia. Éric llegó a los juegos olímpicos por invitación directa del comité organizador a países del tercer mundo, para que sus deportistas se pudieran foguear con lo mejor de la élite mundial. Ocho meses antes de la competencia, ni siquiera sabía nadar, se entrenó en el mar, bajo las instrucciones de un pescador, y también en una pisicina de 25 metros de largo que le prestaban por horas en un hotel de Malabo, la Capital de su país. Hoy en día Moussambani es el entrenador de la selección nacional de Guínea Ecuatorial de natación. La situación de Rachael Gunn no se parece ni de cerca a la de Moussambani, que llegó a la competencia representando en teoría a lo mejor del breakdance de su país, después de varias rondas de clasificación, y con todo el apoyo logístico de una delegación fuerte y con muchos recursos. Al final, Australia quedó de cuarto en el medallero general de los Juegos, siendo superada solo por Estados Unidos, China y Japón.
La presentación de Rachael Gunn, más conocida como Raygun en los tinglados del breakdance, abrió un debate a mi parecer interesante. Es claro que conocer bien un deporte no hace que el conocedor practique bien ese deporte. Claramente hay muchos más críticos del fútbol que futbolistas. Y creo que en el fondo nadie podría criticar los conocimientos que la doctora Gunn tenga sobre el breakdance desde todos sus enfoques, pero salta a la vista que no es una de sus mejores intérpretes. Eso quedó evidenciado en la competencia. Es decir, creer que saber de algo lo lleva a uno a hacer bien ese algo, es lo que yo llamo el síndrome de Rachael Gunn.
Y no pasa solo en el deporte. Esta tendencia se puede extrapolar a cualquier campo del relacionamiento humano. El buen economista no será necesariamente un buen empresario, el buen analista político podrá ser un político perverso, el crítico de arte quizás sea un pésimo pintor y pueda que el melómano no tenga idea sobre las escalas musicales; y así, no siempre ejecutaremos bien el arte, la disciplina o la ciencia sobre lo que conocemos. Pero se le abona a Rachael Gunn que se arriesgó a pasar de la teoría a la práctica en un escenario en el que solo se vería su baile y no su historia.
Los ataques contra la Rachael Gunn no se le hacen porque es mujer. Sacar esa carta deslegitima incluso la lucha de quienes esgrimen esos argumentos, porque es como atribuirle una minusvalía inherente al hecho de que es mujer. Las críticas, claramente desproporcionadas y agresivas en su mayoría, se le hacen porque el breakdance es una disciplina termendamente exigente desde lo técnico, lo físico y lo artístico, y la profesora Gunn no domina ninguno de estos tres aspectos. Esta disciplina, que hizo debut y despedida en París 2024, requería de lo mejor del mundo en competencia para ganarse un lugar de respeto en unas gestas que gran parte de la humanidad espera con interés cada cuatro años porque es el evento deportivo que más países del mundo convoca, de todas las culturas y en los deportes más diversos.
La presentación de Rachael Gunn fue desafortunada y no le aportó mucho al deporte (que si el breakdance es un deporte es otro debate) que ella tanto aprecia y del que sabe tanto. Por supuesto, esto no justifica hacerle la vida imposible ni tampoco el acoso del que ha sido víctima por cuenta de los odiadores profesionales que pululan en las redes sociales. Pero sí valdría la pena que Rachael haga una reflexión profunda sobre su propio síndrome y reconozca que le aporta mucho más al breakdance siendo la Doctora Gunn y no como Raygun.
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