Por Carlos Mora
Hace algunos meses empecé a ver una serie chilena titulada Los 80 (2008), la cual narra los acontecimientos históricos y las transformaciones económicas, políticas y sociales vividas en ese país durante la dictadura de Augusto Pinochet, desde la perspectiva de los Herrera, una familia de clase media de Santiago de Chile. Dos historias llamaron mi atención de manera significativa. La primera es la de Claudia Herrera, la primogénita del matrimonio, y la segunda es la de don Genaro, el tendero del barrio y amigo cercano de la familia.
Claudia representa a la juventud chilena que desea un cambio. Ella, al entrar a la universidad, decide apoyar las causas que considera justas, como son la libertad de expresión y la defensa de la vida de las personas detenidas ilegalmente, que en muchos casos fueron desaparecidas por el Estado. Su actividad política se reduce a repartir volantes para las marchas y participar en ellas; pero esta actividad causa revuelo en su hogar, puesto que Martín, su hermano mediano, pertenece a la fuerza aérea chilena, creándose un conflicto entre estos dos, ya que cada uno ve al otro como su antagonista. Sin embargo, por cosas de la vida, ella termina entablando una relación sentimental con una persona perteneciente al F.P.M.R (Frente Patriótico Manuel Rodríguez), guerrilla chilena que busca tumbar la dictadura. La pareja de Claudia es descubierta por la CNI (Centro Nacional de Inteligencia), lo cual agudiza el problema de su relación con su familia, dado que sin ella pertenecer ni participar en las actividades de este grupo queda implicada como una militante, por lo que debe pasar a la clandestinidad y huir del país. Y las consecuencias para su familia no son menores: con el fin de dar con su paradero, la policía retiene a su papá y a su hermano Martín, torturándolos para que digan la verdad de su paradero, verdad que ellos desconocen. Por otro lado, su mamá y su hermano menor, Félix, deben vivir con la estigmatización generada por su comunidad, pues nadie quiere dialogar con la familia de una terrorista.
El segundo caso es el de don Genaro, una persona afín a la dictadura chilena que vive y muere por su sentimiento patrio y su adoración hacia Augusto Pinochet. Don Genaro, a pesar de ser uno de los aportes cómicos de la serie, muestra una realidad latente hasta en nuestros días: la creación y reproducción de bulos o noticias falsas. Este, en su afán de defender las acciones de la dictadura, cuenta a sus vecinos historias, noticias y características de los «comunistas» (como llama a cualquier forma de oposición) que él mismo se inventa, mostrándoles que estos son dominados por los rusos los cuales buscan destruir el pueblo chileno y así poder dar paso a una invasión y la instauración del comunismo. Por ejemplo, en un capítulo que narra cómo es el retorno de los exiliados políticos a Chile, una de las personas que retorna instala en su jardín una antena radial; don Genaro, fiel a su costumbre, inventa que esta persona ha instalado una antena para poder comunicarse con los rusos y así planear y ejecutar la invasión. Sin embargo, cuando está buscando las pruebas para hacer que el peso de la ley caiga sobre este individuo, se da cuenta de que la antena sirve para poder comunicarse con su hijo que reside en el exterior. De igual manera, cuando Claudia está en el exilio, don Genaro pone a la comunidad en contra de los Herrera, los acusa de ser terroristas, al igual que su hija, y dice que estos deberían irse del barrio; es tal el odio que encarna que en una escena este habla con una imagen de Pinochet, la que que trata como si fuera una de Dios, y le pide que arrase con la peste comunista, sin importarle que dentro de su negocio estuviera Félix (de 12 años), quien resiente esas palabras por lo sucedido con su hermana y su familia.
A simple vista, podemos decir que cada uno de estos personajes está cegado por su visión política y su visión de lo bueno y lo malo, una visión simple, dicotómica, pues solo se ve un lado de cada situación o problema.
Claudia estaba dispuesta a todo por su visión de lo bueno, al punto que queda implicada en hechos en los cuales se pone a sí misma y a su familia en riesgo. Don Genaro solo se preocupa por su visión de lo bueno, sin importar si debe pasar por encima de aquellos que conoce de toda la vida, los Herrera, que han compartido los aspectos familiares e íntimos más importantes con él.
Estos dos personajes me recuerdan el debate trágico en el cual nos encontramos inmersos como sociedad colombiana, a propósito de la verdad de los hechos ocurridos a lo largo del conflicto armado. A partir de la entrega del Informe Final de la Comisión de la verdad, el pasado 28 de junio, salió un sector político, en el que se encuentra la senadora María Fernanda Cabal, a señalar que dicho informe está viciado, que es un intento por reescribir la historia de Colombia y que en la construcción del mismo solo se había escuchado a una parte de las víctimas, acusaciones que resultaron ser falsas.
El Espectador y ColombiaCheck publicaron un reportaje con los datos proporcionados por la Comisión, demostrando que el mayor número de víctimas escuchadas fueron las causadas por las guerrillas, seguidas por las víctimas del paramilitarismo; en tercer lugar, por otros grupos armados, y, por último, por la Fuerza Pública. Además, el expresidente Álvaro Uribe Vélez señaló por medio de su cuenta de Twitter que aquello que estaba en el informe no era verdad y como consecuencia de esto su partido, el Centro Democrático, publicó una cartilla alternativa titulada ¡Cuál Verdad!, realizada con la participación de las víctimas, ONG’s y personas de otras tendencias políticas, las cuales supuestamente no se escucharon dentro el informe de la Comisión de la Verdad. El objetivo de estas cartillas, según sus autores, es que no haya un «adoctrinamiento» en la niñez y la juventud.
Ahora bien, muchos de los defensores del informe acusan a aquellos que fueron gobierno durante mucho tiempo de tener las mismas intenciones, al promover su propia versión de la historia, argumentando que desde esta narrativa hay unas víctimas que importan y otras que no.
Sin embargo, aquí existe un impasse profundo. Como señala el filósofo francés René Girard, nos encontramos en un debate sin solución. Pues en cada posición siempre hay el mismo deseo, los mismos argumentos y el mismo peso o equilibrio. Lo trágico de este debate se encuentra en que el equilibrio de la balanza no es la justicia sino la violencia. Para poder equilibrar o poner la balanza a nuestro favor los argumentos dejan de ser necesarios y solo señalamos la violencia que el otro comete y por ende las víctimas que este va dejando a su paso; en esencia intercambiamos los mismos insultos: asesinos, narcotraficantes, violadores entre otros; y las mismas acusaciones, como si de una pelota de ping-pong se tratara: que son mentirosos, difamadores y demás. Y las víctimas, en últimas, solo juegan un papel instrumental, aunque toda la sociedad colombiana, sin importar clase, género o raza, ha sido golpeada por el conflicto, las víctimas que más nos llaman la atención son las que nos permiten condenar a nuestros vecinos (que consideramos enemigos), quienes, a su vez, actúan del mismo modo con nosotros y solo se hacen responsables de aquellas víctimas que nos pueden adjudicar.
Pero, antes de continuar, es importante mencionar que estos dos personajes de la serie chilena no se me hicieron interesantes simplemente por retratar el papel antagónico y dicotómico de lo bueno y lo malo, sino que llamaron mi atención por el silencio. Cuando se veían enfrentados con el otro, el prójimo, su víctima (ojo, y esto es muy importante, no la víctima del otro, sino la que ellos generaban), cada uno entraba en el espacio del silencio. Claudia encuentra este enfrentamiento al momento que entiende el dolor que pasa su hermano Martín al no poder pertenecer más a las fuerzas militares, tiene que callar todo el ruido a su alrededor y tiene que comprender el dolor por el que pasa este, el conflicto entre los hermanos solo puede resolverse en el abrazo, sin embargo, y como un cierre más poderoso a este conflicto, el lazo de los hermanos solo queda totalmente restablecido cuando Claudia puede volver a reunirse con su familia y Martín le pide también perdón a su hermana por no ver las víctimas que dejaban aquellos a los que él apoyó fervientemente. Así mismo, don Genaro encuentra el reconocimiento en el silencio; en el episodio de la antena radial, al ver el dolor del exiliado por no poder estar con su hijo, este queda en silencio profundo, cesa las acusaciones y le pide a quienes lo acompañan retirarse, sabemos que este comprende el dolor porque sus ojos se tornan cristalinos y lo único que busca es contener el llanto. De igual manera, cuando están todos reunidos en el parque del barrio para ver el cometa Halley, ninguno de los niños quiere compartir con Félix los binoculares o telescopios, don Genaro entra de nuevo en el silencio y comprende el daño que ha causado al niño por sus acusaciones y lo invita a que observe el cometa desde su telescopio, restaurando la relación de los Herrera con la comunidad.
Aunque el perdón se da de una forma muy cliché dentro de la serie, me interesa señalar ese espacio de silencio. Girard, siguiendo al poeta alemán Hölderlin, hace un llamado a atender el silencio de Dios, que no es más que la retirada del conflicto. Gracias a la inmediatez de los medios de nuestro tiempo es casi imposible encontrar ese espacio. Vivimos bombardeados por infinidad de informaciones de TikTok, las redes sociales, los medios de comunicación, las cadenas de WhatsApp. Poder retirarse de ese ruido, del conflicto, abre la posibilidad de mirarnos a nosotros mismos y reconocer a nuestras víctimas. La importancia de estos personajes, Claudia y Genaro, se da en la medida que parten de posiciones paralelas que nunca se van a cruzar, pero los dos deciden guardar silencio, extender su mirada hacia el otro y reconocer así el rostro de sus víctimas.
A la sociedad colombiana le falta hacer ese silencio, pero no solo para mirarnos a nosotros mismos, sino para escuchar sin el ruido de los intereses políticos y económicos a nuestras víctimas. De esta manera, podemos abrir la posibilidad de diálogo y reconstruir el concepto de nación que, al día de hoy, entendemos como un relato de buenos y malos, el cual permite que existan unas víctimas justificables. Para hacer esta reconstrucción no tenemos que retornar al pasado o «morirnos» todos para empezar desde cero. El concepto o idea de nación se debe reconstruir desde una base ética distinta, la cual es el reconocimiento de la diferencia, esto es entender que aquel que es diferente a mí no es mi enemigo y por ende no tiene que ser mi víctima. Al permitir entrar la diferencia y dialogar con ella se nos permitirá construir un tejido como sociedad viable para la convivencia entre diferentes.
*Imagen tomada de Prime Video.
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