Por Andrés Felipe Giraldo L.
Por primera vez en la historia de Colombia, la izquierda está a horas de marcar la senda para gobernar desde el próximo 7 de agosto, para que cese por fin la horrible noche que empezó hace 20 años cuando un personaje siniestro se hizo al poder ante el desespero de una nación arrinconada por una guerrilla criminal e intransigente, que se aprovechó de la estupidez de un mandatario mediocre e incapaz para fortalecer su aparato militar y su maquinaria delincuencial.
Sin embargo, no quiero dedicar esta columna a lo que fue, que espero de corazón, no sea nunca más. Quisiera que este fuera un homenaje a esos millares de líderes de la izquierda democrática, de la protesta social, del liderazgo comunitario y de la defensa ambiental que ofrendaron su sangre para que este día llegara. Hoy no puedo más que recordar a las víctimas de la Unión Patriótica (UP) que fueron masacrados sistemáticamente en todo el país hasta llegar al exterminio de toda una corriente política, que fue estigmatizada desde el alto gobierno como “el brazo político de las FARC”, colgando la lápida a cada uno de sus militantes. Hoy me vienen a la mente las luchas valientes de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa y José Antequera, que creyeron en la democracia y decidieron liderar un movimiento de mártires y como mártires terminaron. No puedo olvidar a Manuel Cepeda, que cayó muerto por balas de exsuboficiales del ejército que arrebataron así una de las pocas curules que le quedaban a la UP en el Senado. Y tampoco se me puede escapar Carlos Pizarro León-Gómez, que se jugó su propia vida para que la vida no fuera asesinada en primavera, y que cayó en un avión en vuelo, bajo el fuego de balas certeras con la complicidad de sus escoltas oficiales, justo un día de abril.
Hoy no puedo olvidar a Dilan Cruz y a Lucas Villa, y a tantos jóvenes que fueron asesinados y desaparecidos durante las protestas sociales durante el actual gobierno, que quedaron allí tendidos en el suelo ensangrentado y que se les escapó la vida con un grito atragantado de justicia y libertad mientras los mataba la munición oficial del Estado y del paraestado. Tampoco puedo ignorar a esos cientos de jóvenes que quedaron lisiados para siempre, que perdieron sus ojos a los que les apuntaba el ESMAD de manera hartera para dejarlos ciegos. Hoy es menester recordar a los más de mil líderes sociales y ambientales que fueron aniquilados durante los últimos años por la mano oscura del establecimiento, por el único crimen de haberle dado voz a sus comunidades. Y por supuesto, es prohibido olvidar a esas 6402 personas que fueron engañadas y fusiladas para darle gusto a ese Calígula criollo que quería ganar a la guerra a como diera lugar, al que la seguridad democrática le llegaba con bolsas blancas ensangrentadas de inocentes que jamás supieron por qué los mataron. Hoy también es un buen día para rendir homenaje a los más de 300 desmovilizados de las FARC que creyeron en la paz y dejaron sus armas, y que fueron asesinados sin que el gobierno les cumpliera.
Hoy pues, es el día de honrar toda esa sangre que se ha derramado en la búsqueda de una sociedad más justa y equilibrada, y no como símbolo de la venganza sino de reconciliación nacional. Es hora de retomar la senda de la paz y que se honren esos acuerdos se hicieron con las FARC, pero que abarcan a toda la sociedad, que por fin emerja la verdad sin que se calle a los victimarios que se aliaron con el Estado para cumplir los fines criminales de unos y de otros, y que por fin se obligue a la guerrilla desmovilizada a cumplir sus compromisos con las víctimas.
Hoy es hora de darle vuelo al diálogo abierto entre víctimas y victimarios como lo están haciendo los miembros del ejército que le están dando la cara a las madres de esos muchachos que murieron en los mal llamados falsos positivos para decirles la verdad y pedirles perdón, que es lo menos que puede suceder para mitigar aunque sea un poco ese profundo dolor, esa cicatriz honda que mancilla una vez más la historia del país.
Hoy es la hora de elegir a dos sobrevivientes, Gustavo Petro y Francia Márquez, quienes desde la política y la lucha social y ambiental han construido el camino que los ha traído hasta acá compartiendo los anhelos y las esperanzas de toda esa Colombia empobrecida y vulnerable, de ese país de los nadies, para que vivir sabroso no sea el privilegio de unos pocos sino el derecho de todos y todas las personas que conforman esta sociedad. Hoy es el día de demostrarle al mundo que lo poco que queda de democracia en Colombia emerge de las cenizas de más de dos siglos de opresión y después de casi setenta años de un conflicto violento y descarnado, que esta sociedad ha madurado y que la izquierda también puede llegar a gobernar por la vía democrática.
Hoy no salimos a las urnas a elegir un gobierno perfecto. Nos volcamos masivamente a los puestos de votación para reivindicar a la izquierda democrática, para darle la oportunidad a un cambio real y no a un cambio cosmético, que otras voces sean escuchadas, que otros líderes tomen las banderas de una Nación que por Constitución se proclama pluricultural y multiétnica, sin miedo a la alternancia, sin rabia contra la diferencia.
Hoy es el día de por fin sacar del anaquel la Carta escrita en1991 para que todas las libertades, los derechos y las garantías que están allí consagradas sean para todos, para que Colombia sea por fin un país que se gobierne con la Constitución y no con la biblia, para que las Fuerzas Militares protejan la vida, honra y bienes de todos los colombianos y no los privilegios de unos pocos, para que cada actor de estas décadas de violencia reconozca sus responsabilidades como un buen comienzo para la reconciliación.
Hoy es un día histórico y es nuestro deber enaltecerlo con nuestro voto. No nos quedemos en las casas, salgamos a votar, la historia, el país y nuestros hijos lo demandan. La democracia es para todos. Hagámosla valer.
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