Por Andrés Felipe Giraldo L.
Esta semana la Justicia Especial para la Paz (JEP) reveló que, de acuerdo con la información aportada por distintas organizaciones públicas y privadas, los llamados “falsos positivos” llegaron (por lo menos), a 6402 casos. Es decir, al menos 6402 personas fueron asesinadas en total estado de indefensión (muchas de ellas engañadas, amarradas y desarmadas), con el único propósito de inflar las cifras de bajas en combate que reportaban los batallones, las brigadas y las divisiones del Ejército al Gobierno Nacional. La mayoría de esos casos se presentaron durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, quien, cuando se descubrieron los primeros casos en 2008 por unos jóvenes desaparecidos en Soacha, soltó su célebre frase “no estaban recogiendo café”. Y sí, no estaban recogiendo café. Esa fue la falsa promesa de empleo con la que los reclutadores los engañaron con el objetivo de que el Ejército los matara para complacer a Uribe.
La cifra sobre los falsos positivos siempre ha estado en discusión. Hay fuentes que señalan que pasaron de dos mil y algunos aseguran que llegaron a diez mil. Pero nunca había salido a la luz una cifra tan ridícula como la que aporta el partido de gobierno, el Centro Democrático, que en una infografía infantil publicada en Twitter, asegura que fueron cuatro casos “sospechosos”. Solo cuatro, y sin certeza alguna. Este dato sería gracioso si no fuera tan infame. Además, es una burla contra las víctimas, una afrenta a la realidad, un desafío incluso a las cifras más indulgentes.
Viví tres años en Alemania y la legislación en ese país es severa con los negacionistas del holocausto nazi. Está prohibido que se expresen en los medios de comunicación y no pueden hacer manifestaciones públicas. Y la razón es simple, la comunidad alemana comprendió que el mejor camino para crecer como sociedad era el de reconocer las faltas de un régimen genocida y prevenir nuevos brotes del extremismo que llevaron a la aniquilación de millones de seres humanos. En contraste, los negacionistas colombianos gobiernan, imponen la ley y están a punto de cooptar las tres ramas del poder público. Lejos de reconocer los crímenes de su régimen y mostrar una pizca de arrepentimiento, alteran miserablemente las cifras y ocultan de manera descarada el crimen sistemático de al menos 6402 inocentes.
Es repugnante que una fuerza política así gobierne un país tan vapuleado por la violencia. Y es mucho más repugnante que millones de ciudadanos sigan votando por sus militantes. La evidencia es contundente, los testimonios son desgarradores y el dolor de las víctimas inconmensurable, para que la sociedad siga premiando con votos a los negacionistas de los falsos positivos.
El uribismo es la fuerza política que encarna todo lo que una sociedad sana debería detestar. La mayoría de los seguidores de esa secta se orientan por principios discriminadores y prejuicios religiosos, se declaran “provida” para oponerse al aborto, pero celebran el asesinato de los líderes de izquierda y soslayan la gravedad del hecho atroz de que las Fuerzas Militares, respondiendo a unas directrices del Gobierno, hayan asesinado a más de seis mil personas. Negar la importancia y hasta la existencia de estos hechos solo puede partir de un cinismo indolente y una falta de empatía mortal.
El uribismo no tiene la menor disposición de reflexionar o de avanzar en autocrítica alguna. La JEP y la Comisión de la Verdad avanzan en el esclarecimiento de hechos que involucran a las Fuerzas Militares en la violación sistemática de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. El velo de la seguridad democrática, que fue el estandarte del gobierno de Uribe, se está cayendo con sangre, y aunque muchos aún sostienen que todos los índices relacionados con seguridad mejoraron con el mandato de Uribe, con base en el análisis frío de la fotografía de las estadísticas del momento, la verdad es que en el gobierno de Uribe se consagró de manera tácita el asesinato de pobres como un derecho del régimen para perpetuar los privilegios de los ricos. Porque mientras los tibios análisis de las cifras celebran que los dueños de las fincas pudieron regresar a sus predios en Anapoima, las madres de Soacha en esa misma época estaban llorando la desaparición de sus hijos ante la indiferencia y la complicidad del Estado. Mientras que las cifras de homicidios y secuestros bajaron, las de desplazamiento forzado subieron. El pueblo indefenso corría bases huyendo de la arremetida de los militares que tenían que dar resultados con muertos, mientras los paramilitares pactaban en Ralito con los políticos cómo se iban a repartir las tierras usurpadas por los primeros y los recursos públicos administrados por los segundos. Un asco. Un verdadero asco.
El conflicto armado en Colombia solo se va a resolver en la medida en que los actores involucrados, todos, reconozcan sus responsabilidades de cara al país. Y ese es el gran mérito del proceso de negociación en La Habana, que abrió espacios para esclarecer la verdad y para que las víctimas pudieran confrontar a los victimarios en espacios seguros. Encerrar en las cárceles más de 60 años de violencia no solo es imposible, además no resuelve las causas estructurales del conflicto. Pero asumir las culpas y decir la verdad permitirá gestar espacios de reconciliación y, seguramente, va a abrir los canales de reparación, que es parte del compromiso de quienes cometieron delitos en el marco del conflicto armado interno.
Por eso es tan importante la verdad en este momento histórico para avanzar hacia la paz, que es todo lo contrario de negar los hechos. Hasta ahora, con todo el escozor que pueda generar en la sociedad, las FARC están contando sus verdades a pesar del costo político y social que ello implica. Las curules que les dieron en el Congreso pierden legitimidad en la medida en que se descubren la atrocidad y el sinsentido de sus crímenes. Y lo más probable es que se diluyan como fuerza política en un futuro cercano, porque solo les queda un período para mantener dichas curules como producto de los acuerdos. Pero el régimen que gobierna se considera inmune a la verdad y el uribismo reacciona con vehemencia cada vez que las pruebas y los testimonios los delatan. El compromiso con la paz de la secta es prácticamente nulo. Ellos creen que ganaron la guerra y que le corresponde a la guerrilla someterse. No recuerdan, convenientemente, que con las FARC hubo que negociar porque a pesar de que Uribe prometió derrotarlas en un período no pudo en dos y que, lejos de ganar esa guerra, masacró a por lo menos 6402 personas para hacernos creer que su victoria era un mero trámite. En realidad, estábamos perdiendo todos.
Los negacionistas del Centro Democrático están condenando al país a 60 años más de guerra porque le temen a la verdad y creen que ocultándola están garantizando la impunidad de su líder supremo. Pero la verdad es imposible de esconder, porque habita en el alma atormentada de las víctimas y de los victimarios, que llegarán a la JEP y a la Comisión de la Verdad como lo han hecho hasta ahora, para seguir aportando en el camino de la reconciliación. Presentar cuatro diapositivas ridículas afirmando que los falsos positivos solo fueron cuatro, sí, cuatro, atenta contra cualquier vestigio de inteligencia. Inclusive contra la inteligencia de los uribistas, que no se distinguen por su gran nivel intelectual. Ya estaban quedando bastante mal cuando afirmaban que los falsos positivos eran mil o dos mil, como si la cifra hiciera menos grave que el Ejército, llamado a proteger al pueblo, lo estuviera masacrando en nombre de la seguridad. Pero decir que solo fueron cuatro, y bajo sospecha, es negacionismo puro. Como en Colombia no habrá norma que sancione tal desfachatez, espero que al menos los colombianos tengan un mínimo de dignidad en 2022 y no los premie con el voto. Pero es Colombia. Uribe, el genocida, ya fue presidente tres veces. La dignidad no es especialmente una de las características de un electorado manipulado y comprado, pero ojalá algo de esto cambie en las próximas elecciones para honrar la memoria de 6402 personas que fueron asesinadas por darle gusto a una sola persona, un megalómano terrible y resentido, que ahora le teme y le huye a la verdad.
Fotografía tomada de la cuenta de twitter de @FachoFercho
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