Por Andrés Felipe Giraldo L.
Ahora, que por fin algunas de las canas de Uribe se empiezan a inquietar con una acción judicial después de haber gozado de la más absoluta impunidad durante toda su vida política y privada, empiezan a escucharse las voces que por tanto tiempo solo fueron acusadas de “polarizar” y de “generar odios” en las pasadas elecciones cuando solo estaban clamando a gritos por la verdad. Ahora, justo cuando Uribe ejerce su tercer período presidencial en cuerpo ajeno, al fin debe asistir sin más dilación a las diligencias en donde se enfrenta a pruebas y testimonios en su contra en un escenario formal.
Hoy, en el ocaso de 2019, cuando ya el uribismo logró recuperar el poder Ejecutivo con tan mala pero predecible suerte de que están ejerciendo uno de los gobiernos más ineficientes e impopulares de la historia, con récords históricos de deuda externa y devaluación del peso, y con un sostenido e inexplicable incremento del desempleo, según sus propias explicaciones, Uribe llega a los estrados con la convicción de que tiene tanto o más poder que la Corte. Cree, incluso, que tiene tanto poder como para desaparecerla, como lo ha propuesto varias veces con la tal unificación de Cortes que no es más que la cooptación final de la Justicia en el proyecto dictatorial de Uribe, muy similar al que ejecutó Chávez en Venezuela. Pero por fin acude a alguna instancia judicial en calidad de indiciado.
Ante la expectativa de todo el país, fue formalmente vinculado a alguna investigación, aunque fuera por uno de los delitos menos graves por los que se le está investigando. Sin embargo, este proceso podría ser la punta del hilo de Ariadna del laberinto jurídico para esclarecer el resto de investigaciones en su contra que duermen en los anaqueles de la Comisión de Acusaciones de la Cámara y de la propia Corte Suprema de Justicia.
Es en este ambiente en el que un Uribe, soberbio como siempre, simula que atiende los llamados de la Justicia como cualquier ciudadano, en esa pose magnánima que ya pocos le creen, sabiéndose dueño del poder ejecutivo y de un legislativo que de a poco se empieza a alinear con sus intereses. Y en contra de un poder judicial que da coletazos para defenderse de los embates absurdos de proyectos de ley que buscan quitarle cualquier poder real a las Cortes suplantando el Estado de Derecho por el estado de opinión, en un artificio legislativo traído de los cabellos para disimular la dictadura del miedo y la ignorancia. Es en este contexto que surgen dudas obvias sobre la inocencia siempre mentada por los uribistas, cuando aparecen por fin los indicios concretos de un proceder marcado por consecuencias nefastas y mortales para millares y millares de colombianos, en más de cuarenta años de vida pública y política de quien he llamado “el ignorante impune”. En seguida explico por qué.
Si revisamos la trayectoria política de Uribe, un hombre a quienes tanto sus seguidores como sus contradictores saben tremendamente poderoso, en extremo astuto y poseedor de fuentes información para todos y cada uno de los detalles de los lugares más inasequibles de la vida nacional hasta para el propio periodismo, vamos a notar una serie de hechos gravísimos sobre los cuales Uribe al parecer nunca se enteró, porque, oh casualidad, Uribe nunca se entera sobre los hechos que lo podrían implicar. El conocimiento sobre estos hechos está reservado para sus subalternos que, a pesar de haber jurado lealtad a Uribe dentro de una secta en la cual este es requisito fundamental de ascenso y supervivencia, ocultaron con quién sabe qué intenciones dicha información al líder máximo del uribismo ahora convertido en partido político, el Centro Democrático, que no lleva textualmente su nombre porque el Consejo Nacional Electoral no lo permitió haciendo caso a la normativa vigente.
Entonces, nos remontamos al inicio de la década de los 80’s cuando un joven Uribe ejerció como alcalde de Medellín designado por el gobernador de Antioquia, cuando aún no existía la elección popular para estos cargos, y nos encontramos con ese Uribe que no sabía que el principal benefactor de su administración con el programa “Medellín sin tugurios”, Pablo Escobar Gaviria, era narcotraficante. Sin embargo, fue destituido de su cargo por esta presunta afinidad conocida por todo el país, hasta por un presidente tan despistado como Belisario Betancur. Después, nos encontramos con el Uribe director de la Aerocivil, quien multiplicó las licencias para vuelos y para construcción de pistas en todo el país sin suponer que en pleno auge del narcotráfico esto beneficiaría a sus recientes benefactores, los narcos. Al parecer, tampoco tenía idea de que algunos narcotraficantes pudieron haber financiado sus campañas al Senado el 1986 y 1990 de acuerdo con algunos informes desclasificados y hechos públicos por The New York Times, diario de los Estados Unidos de obligatoria consulta para saber qué está pasando entre las tinieblas informativas de Colombia. Tampoco, como Gobernador de Antioquia en la segunda mitad de la década de los 90’s, tuvo la mera intuición de que los grupos paramilitares, que ya se habían afianzado en todo el país con su aparato militar apalancados, como no, por el narcotráfico, se iban a aprovechar de las cooperativas de seguridad “Convivir” para dar un manto de legalidad y legitimidad a su accionar criminal en todo el Departamento. Tanto así que perpetraron masacres como las de El Aro y La Granja, en donde muchos testigos afirman haber visto sobrevuelos del emblemático helicóptero amarillo de esa gobernación, mientras los paras hacían de las suyas en contra de gente vulnerable y desarmada. Pero Uribe nunca supo nada, a pesar de que Jesús María Valle se lo advirtió en su propio Despacho. Jesús María Valle iba a aparecer muerto pocos días después de ese encuentro. Uribe, como novedad, tampoco sabe quién lo mató.
Los dos períodos presidenciales de Uribe empezando el siglo XXI también están plagados de hechos gravísimos sobre los cuales Uribe nunca supo nada, nunca se enteró. Sin embargo, sí se enteró convenientemente de otros. Por ejemplo, supo que los paramilitares que se aprestaban para declarar de acuerdo con la Ley de Justicia y Paz seguían delinquiendo desde las cárceles o centros de reclusión en Colombia. No le tembló la mano para extraditarlos masivamente, con pruebas que la opinión pública jamás conoció, pero con la certeza de que enviarlos lejos procrastinaría una vez más el alumbramiento de la verdad, esa verdad de la que Uribe jamás se entera. Uribe tampoco se enteró de que sus ministros más cercanos estaban sobornando congresistas con puestos públicos y notarías para que aprobaran su reelección. Nunca supo que su propio organismo de inteligencia, el que dependía directamente de su Despacho sin intermediarios ni líneas de mando, el DAS, estaba espiando y acosando selectivamente a periodistas, opositores, líderes políticos y sociales y magistrados de la Corte Suprema de Justicia para recaudar información o intimidar detractores con base en acciones que le favorecían directamente; porque con esas acciones se debilitaba el disenso y la vigilancia mediática, ciudadana e institucional de un mandato cundido de oscuridad, violencia y muerte orquestada tras las bambalinas de un establecimiento opresor, corrupto y aniquilador. Según la justicia, así, con minúscula, de esto solo se enteraron algunos pocos funcionarios del Despacho presidencial que seguramente habrán ocultado esa información al principal beneficiario de esta dentro de una lógica tan absurda como increíble, y casi que por iniciativa propia de los respectivos directores del DAS que pagan ahora condenas ejemplarizantes, como si no hubieran recibido órdenes superiores. Inverosímil para un organismo de inteligencia que por estructura y misión no podía mover un folio, una grabadora o un arma sin orden directa o sugerida por el Presidente de la República. Pero Uribe nunca supo nada.
Estos hechos que vienen merecen un párrafo aparte. Uribe, Jefe Supremo de todas las Fuerzas Militares del país durante ocho años, no se enteró de que en las Brigadas del Ejército se desataba una competencia feroz por dar los más aterradores resultados en bajas contra el enemigo motivados por una directiva del Ministerio de Defensa Nacional en donde se daban incentivos por bajas enemigas. Las estadísticas del Ejército Nacional subieron de manera vertiginosa y los noticieros se llenaron de cadáveres envueltos en bolsas blancas ensangrentadas de millares de colombianos “muertos en combate”. Pues bien, la mayoría de estos cadáveres eran de personas disfrazadas de guerrilleros y asesinadas en total estado de indefensión, muchos de ellos sacados de sus hogares con engaños para servirle a las estadísticas que le apetecían al presidente de la seguridad democrática. Aún no se establece una cifra exacta sobre cuántos colombianos fueron masacrados dentro de esta dinámica perversa de muertos por incentivos, como si de una cacería humana se tratara. Lo que sí está claro y documentado es que fueron al menos tres mil. Algunas investigaciones se atreven a decir que llegaron a los diez mil en esos ocho años de mandato. Pero Uribe nunca se enteró, de hecho, lo único que se le ocurrió decir con los cadáveres aún calientes fue “esos muchachos no estaban recogiendo café”, una frase que aún retumba con un dolor profundo y desgarrador en las miles de madres que reclamaban una explicación, si no sensata, al menos creíble sobre las muertes injustificadas de sus hijos.
Y para terminar, Uribe no sabe qué hacen sus propios abogados en tiempos más recientes y en el contexto de esta investigación. No sabía que sus abogados le daban plata a los testigos o “subsidios” como descaradamente afirma el autodenominado “abohámster” Diego Cadena, para denominar una serie de presuntos sobornos a testigos para cambiar su testimonio y así favorecer los procesos en los cuales estaría implicado Álvaro Uribe. La lista sigue, pero debo concluir en algún punto esta columna.
Como pueden ver, en cuarenta años de vida política Uribe no sabe nada sobre lo que se le acusa. Ejerció cargos en la Función Pública y mandatos populares sin tener la menor idea sobre la cloaca que estaba a sus pies mientras ejercía su misión. Todo, absolutamente todo lo que pasó, fue responsabilidad de terceros y todos actuaron sin su autorización y a sus espaldas, si es que lo hicieron, porque de todos en algún momento habrá dicho que eran “buenos muchachos”. Esto no solo es inverosímil, además es absurdo e increíble para cualquier persona con un mínimo de sentido común; suponer lo contrario es contraevidente y más producto de una fe irreflexiva que de un análisis serio y ponderado. Para la buena fortuna de Uribe sus millones de seguidores son guiados por esa fe ciega. La convicción en la inocencia de Uribe parte más de creencias que de argumentos. Bien lo advirtió el Magistrado Rubén Darío Pinilla, Presidente del Tribunal Superior de Antioquia, mientras compulsaba las copias de los procesos por paramilitarismo durante la gobernación de Uribe Vélez en ese Departamento, cuando afirmó: “no es posible estar dentro de una piscina y no mojarse”. Pues bien, para millones de personas en Colombia sí es posible y solo dos humanos han podido hacerlo: El primer mesías caminó sobre las aguas del mar de Galilea hace dos mil años. El segundo desplazó su carnita y sus huesitos por una piscina sin mojarse. Esto es lo que hace creer una fe sin reflexión. Sobre Jesús no haré comentarios porque hace parte de las creencias milenarias que se afincan en la religión. Pero a Uribe no le puede ser permitido convertirse en una deidad sin enfrentar como cualquier ciudadano a la Justicia sin la interferencia malsana de los que quieren imponer el estado de opinión, incluso, para retorcer los procesos penales.
Pero, para no violentar el principio de buena fe y la presunción de inocencia, diré que nada de lo que se le acusa a Uribe me consta y que se le debe respetar el debido proceso. Sin embargo, como analista político, debo decirle a sus seguidores que si bien no están apoyando a un criminal porque esto aún la justicia no lo ha establecido, sí están siguiendo a un absoluto inepto, incapaz de notar los gravísimos hechos que sucedieron durante sus administraciones a pesar de que sucedieron bajo su tutela y responsabilidad. Es decir, al menos deberían dudar un poquito de los poderes sobrenaturales que le atribuyen a su mesías contemporáneo. En el fondo esa duda le será funcional en el proceso judicial del que ustedes lo quieren ver salir impune. Ignorante, pero impune.
Fotografía tomada del portal de Caracol Radio.
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