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La falacia sobre la dictadura en Colombia

Por Andrés Felipe Giraldo López.

Sé que hice un compromiso personal para no hablar de política mientras me desempeñe en el cargo que asume las funciones consulares de la Embajada de Colombia en Azerbaiyán. Sin embargo, me es imposible abstenerme de expresar mi opinión que corresponde más a precisiones didácticas y pedagógicas que a posiciones de militancia política. Y lo considero necesario ante la andanada de manifestaciones sin fundamento y conjeturas que han exacerbado la idea de que Colombia se va a convertir en “una segunda Venezuela”, dados los resultados de las sospechosas elecciones en el vecino país. Es  decir, lo hago porque creo que esta andanada de especulaciones, tergiversaciones y desinformación le hacen un daño tremendo a la democracia en Colombia, justamente el valor fundamental que nos diferencia de Venezuela, que, desafortunadamente, perdió la institucionalidad democrática, la pluralidad política y los cauces electorales que le permiten a una sociedad elegir como ciudadanos libres y deliberantes a sus gobernantes. Las explicaciones sobran, no solo por los cuestionados resultados del domingo pasado, sino por las evidencias que deja un proceso de deterioro institucional, ciudadano, económico y social durante los últimos 25 años en el hermano país, al que no me voy a referir más que como antítesis de lo que sucede en Colombia.

Mi intención, lejos de generar discordia, busca exponer los elementos que deberían conducir a una reflexión serena y sensata que module el pánico que provocan las personas que ven en las elecciones de Venezuela el domingo pasado el preludio de una probable dictadura en Colombia, mediante la cual se va a perpetuar en el poder el Presidente Gustavo Petro. Desafortunadamente en Colombia hay que explicar lo obvio, porque los grandes megáfonos de los medios de comunicación tradicionales, los políticos oportunistas y los opinadores de las teorías de la conspiración y el caos están empeñados en resquebrajar la gobernabilidad en Colombia a partir de lo que sucede en Venezuela, como si desde acá se hubiera fraguado ese resultado electoral, al menos predecible, por la clara cooptación de los organismos electorales en ese país por cuenta de un poder Ejecutivo autocrático, enquistado en el poder e intransigente, que sí se ha perpetuado en el gobierno durante un cuarto de siglo en unas condiciones completamente diferentes de las que se viven en Colombia.

Me explico: En primer lugar, es necesario recordar que el gestor del régimen que hoy padece Venezuela no fue un exguerrillero. En realidad fue un exmilitar, golpista, que contó con todo el apoyo de sus compañeros de armas de la intentona para hacerse al poder por la vía electoral unos años después. Chávez contó desde el principio con el respaldo de las Fuerzas Militares que han sido el principal apoyo del régimen en Venezuela. Petro jamás podría contar con dicho respaldo en Colombia, no solo por su pasado en la guerrilla del M-19, sino por la clara y total proclividad de las Fuerzas Militares hacia el mantenimiento del establecimiento, que claramente no es representado por el actual gobierno. Cuando hablamos del establecimiento, no se alude al gobierno actual, sino a las élites de poder que tradicionalmente han controlado todos los estamentos de la vida nacional, tanto en lo político como en lo económico, y que están muy lejos de la izquierda política y social. Tampoco hay que aclarar demasiado esto. Las FFMM en Colombia jamás serían sumisas para avalar la perpetuación en el poder de un presidente de izquierda y sin este respaldo ninguna dictadura es viable. Ninguna. Jamás ha existido una dictadura que no cuente con el monopolio de las armas. De hecho, el único respaldo que soporta a una dictadura es ese, el de las armas. Una dictadura sin Fuerzas Militares capaces de controlar y reprimir el descontento social es sencillamente inviable. Y Petro no cuenta con ese respaldo. Es obvio por qué. Así que, para la tranquilidad de los profetas de la dictadura de Petro, debo decirles que solo por este detalle, que no es menor, esa posibilidad es absolutamente improbable.

Pero más allá de esa razón, que es al menos pragmática, hay que recordar que la reelección en Colombia no es posible por Constitución. Es decir, la Constitución de Colombia no contempla la reelección que fue derogada por el Congreso durante el segundo mandato de Juan Manuel Santos, después de que el Gobierno de Álvaro Uribe hubiera cambiado ese “articulito” sobornando congresistas para reelegirse, como está soportado por fallos judiciales ratificados en todas las instancias. Es decir, hay al menos un consenso nacional sobre la inconveniencia de la reelección que tampoco está considerada en un eventual proceso constituyente, que, entre otras cosas, debe ser avalado por el Congreso, en el que este gobierno tampoco tiene mayorías, mucho menos para promover la reelección, que solo es promovida por algunas voces disonantes, aisladas y delirantes sin mayor respaldo, como la de la senadora Isabel Zuleta, que no encuentra eco ni en su propio partido.

Además, no estamos ante un gobierno en ciernes capaz de torcer la institucionalidad para perpeturarse en el poder. Este gobierno ya completa dos años y si por algo se ha caracterizado es porque las oposiciones de todas las raigambres, sectores, flancos e intenciones han podido ejercer sus derechos sin ninguna cortapisa y sin ninguna censura. La oposición política ha podido bloquear y postergar los proyectos del gobierno en el Congreso porque han sido capaces de sabotear los debates y de votar en contra con todas las garantías que da el equilibrio de poderes y la independencia de las Ramas del Poder Público. La Corte Constitucional ha ejercido su control sobre los decretos expedidos por el Ejecutivo como corresponde y muchos de ellos han sido declarados inconstitucionales, dentro de un ejercicio libre y democrático, aunque eso trunque las políticas del actual Presidente. Es decir, que en Colombia no existe la menor fisura que indique que el gobierno está cooptando a las instituciones o reprimiendo el disenso, menos cuando desde el Congreso se ataca al Presidente con todo tipo de calificativos que sobrepasan con creces los límites de la decencia y el respeto, sin que exista una reacción para acallar esas voces, que se han podido expresar con tanta libertad que abusan de ella.

Una muestra del talante democrático del actual gobierno se pudo ver con claridad en las elecciones regionales de octubre del año pasado. Las elecciones fueron las más tranquilas en décadas y los votantes acudieron a las urnas masivamente. En la mayoría de ciudadades y departamentos ganaron los partidos de oposición o los que se han declarado independientes al gobierno. Ningún pichón de dictador obviaría la importancia de contar con el poder local de su lado en un proyecto para eternizarse en un gobierno nacional. Pero en Colombia se respetaron las decisiones de los colombianos en cada una de sus ciudades y sus regiones, eligieron libremente y pudieron manifestar su descontento a través de las elecciones regionales. Los dictadores no permiten esas cosas.

La prensa tradicional merece un capítulo aparte. Los medios del establecimiento, que a su vez pertenecen a los grandes conglomerados económicos del país, se han dedicado a minar la gobernabilidad y la legitimidad del gobierno manipulando a la opinión pública mintiendo, tergiversando, magnificando, fabricando y desinformando noticias que se producen todos los días. Si bien es innegable que aún se presentan hechos de corrupción graves y reiterados en muchas entidades del Estado, como por ejemplo lo que fue descubierto en la UNGRD a cargo de Olmedo López, la actitud del Presidente nunca ha sido la de ocultar o permitir que estos hechos se conviertan en una forma de ser y de actuar del Estado. El nombramiento de Carlos Carrillo en remplazo de Olmedo en esa Entidad fue un acierto, porque le ha permitido a los entes de control indagar sin restricciones ni límites. Carrillo se ha convertido en la primera fuente de información para las autoridades y sus acciones han permitido detener el desangre de recursos de una Unidad que se había convertido en la caja menor de los políticos desde gobiernos anteriores. Un gobierno proclive al autoritarismo no reconoce la corrupción que lo aqueja. Por el contrario, la niega y la oculta, se vale de ella para fortalecer los vínculos clientelares y la consolida para convertir lo público en privado, como ha sido natural en Colombia desde hace siglos. La corrupción no nació con este gobierno y tampoco es el pilar de lo que podría ser un régimen autoritario. Es un mal que debilita la gestión del Presidente y que socava su capacidad para gobernar, para tomar decisiones. En otras palabras, un régimen dictatorial se vale de la corrupción para fortalecerse, no para debilitarse. Y este gobierno ha asumido el costo político que le ha correspondido, que no ha sido poco.

Además, la prensa por más tramoyera y agresiva que sea, no ha sido víctima de persecusión alguna. Los periodistas en Colombia ya no temen por su vida por las acciones del Gobierno Nacional, como sucedía durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, periodo en el que debían irse al exilio o eran perseguidos por los organismos de seguridad del Estado con interceptaciones de sus comunicaciones, amenazas de muerte, intimidaciones permanentes y torturas psicológicas, como está documentado en fallos judiciales e investigaciones de organismos internacionales. Por el contrario, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) una ONG que se preciaba de defender al buen periodismo de los embates del establecimiento, ahora representa la condescendencia más lastimera y patética para proteger al periodismo de alcantarilla que se dedicó a la militancia política y que se olvidó del rigor, la ética y el profesionalismo. La FLIP olvidó por completo la autocrítica con la excusa de defender la libertad de prensa, que para nada se puede confundir con la libertad para mentir, torcer y fabricar información con el único fin de atacar a un gobierno elegido en las urnas, a través de infundios y fuentes inventadas a partir de filtraciones parciales,  dirigidas desde los estamentos del poder que pretenden resquebrajar el mandato del Presidente. Ningún dictador dejaría actuar a una prensa tendenciosa y malintencionada con total impunidad. Este gobierno no solo permite que la prensa actúe con toda la libertad, sino que se defiende en espacios de interlocución públicos, a los ojos de toda la población, como sucede en las redes sociales.

La alarma que prendió el Magistrado de la Corte Constitucional Jorque Enrique Ibáñez, sobre interceptaciones ilegales que estarían ejecutando la Dirección Nacional de Inteligencia del Estado en su contra y otros colegas, no pasó de ser un chisme de pasillo que él mismo debió desmentir porque no tenía ninguna prueba al respecto. Y así, cada actor de la vida nacional ha podido tirar agua sucia al actual gobierno como ha querido. La oposición cita marchas periódicamente y salen a las calles para marchar con todas las garantías consagradas en la Constitución que hacen alusión a la protesta. Salen por la mañana, protestan y regresan a sus casas por la tarde sin un rasguño, con los dos ojos y con la tranquilidad de que dijeron y gritaron todo lo que se les ocurrió sin que el ESMAD les disparara a los ojos y sin que la Policía los hiriera, los desapareciera o los matara. Esto no se podía decir en el anterior gobierno, en donde los marchantes no sabían si iban a regresar vivos o al menos con los dos ojos a sus casas. Nadie puede negar que las protestas ahora se hacen con todas las libertades y garantías y que los manifestantes pueden tomarse las calles sin temer por sus vidas ¿Esto pasaría en una dictadura? La respuesta es obvia. Pero en Colombia hay que recalcar lo obvio. No. En las dictaduras las manifestaciones de la oposición son brutalmente reprimidas. Y hoy, quienes celebraban que le dispararan a los manifestantes hace apenas unos años, salen a las calles con toda libertad a decir que quien los gobierna es un dictador. Así son las paradojas de la sociedad y la política en Colombia.

Entonces no, en Colombia no existe el menor riesgo de una dictadura en este momento y mucho menos la posibilidad de que Petro se vaya a perpetuar en el poder. Pero resulta rentable políticamente aprovechar el caos en el vecino país para repetir esta mentira mil veces para ver si se hace realidad al mejor estilo de Joseph Goebbels. Colombia no es Venezuela y Petro no es Nicolás Maduro. Lo único que pretende la exacerbación de este temor es que el Presidente pierda toda su gobernabilidad y entonces el riesgo real para la democracia no es que Petro se perpetúe en el poder. Por el contrario, el verdadero riesgo es que no lo dejen terminar su mandato, como si sacarlo fuera un triunfo de la democracia, cuando no sería más que el triunfo de la derecha radical, de los poderosos de siempre y de los políticos que no creen en que el gobierno es un bien público, sino el feudo de unas cuantas familias y de unos cuantos grupos económicos que se niegan a perder los privilegios que han institucionalizado para ellos mismos, y que ven en los derechos de los demás una amenaza contra esos privilegios.

En resumen, este es un gobierno contra el cual podrán seguir derramando toda su bilis sin que corran el menor riesgo de que se les persiga o se les reprima. Es para algunos un gobierno “comunista” en el que muchos han prosperado de la manera más capitalista posible, sin que les suban los impuestos o los expropien. Era en teoría el gobierno de la devaluación y la hiperinflación, y ni lo uno ni lo otro. Era el gobierno que nos iba a convertir en una segunda Venezuela y la verdad es que ni siquiera ha podido lograr que dejemos de ser esa primera Colombia elitista, camandulera, discriminadora, arribista y feudal que heredamos de la colonia española y que se enraizó en nuestras costumbres con la Constitución de 1886, de la que aún vivimos su inercia.

Entonces, mi sugerencia es que aprovechen y disfruten que en Colombia aún quedan rezagos de democracia para que voten en 2026 contra este gobierno que no les gusta. Ese es un derecho y la democracia se los permite. No sigan siendo la caja de resonancia estúpida de las élites que se babean porque Petro caiga antes de terminar su mandato, arrancándole a la izquierda la única oportunidad que tuvo para gobernar en 200 años, aunque a muchos no les guste. En la mayoría de países democráticos en donde prima la alternancia, la democracia se fortalece. En América Latina la mayoría de países alternan el poder entre gobiernos de izquierda y de derecha y las transiciones son pacíficas y naturales, nadie habla de “polarización” ni se escandalizan con tales cambios que son propios de los ajustes institucionales y coyunturales propios de la política. Boric, Presidente de Chile, que es de izquierda, se opone con contundencia a la dictadura de Maduro y está bien, porque la izquierda contemporánea no es monolítica ni intransigente, no se rige por la disciplina de partido ni ataca al disenso. En México volvió a ganar la izquierda y nadie habla de dictadura, menos cuando el PRI gobernó más de 70 años ininterrumpidos y pocos tienen el cinismo de negar que la izquierda también tiene derecho a gobernar. En Brasil tuvieron que fabricar procesos judiciales contra Dilma y Lula para ganarles las elecciones, y cuando la verdad resplandeció, recuperaron el poder. Es decir, ese discurso de que Colombia se está volviendo una segunda Venezuela es ridículo, débil, argumentalmente y falso desde los hechos fácticos. Afortunadamente la democracia permite ganarse el favor popular en las urnas y Gustavo Petro ha demostrado que es un demócrata. Podrán criticar todo lo que quieran de su gestión, podrán seguir atacándolo en lo público y en lo privado con total impunidad que algunos llaman libertad, pero además podrán votar en 2026 por la opción que más les guste, porque Colombia, al contrario de Venezuela, goza aún de estos valores democráticos que lo permiten. Deberían valorarlo en serio, porque gracias a ello, después del exterminio de todo un partido político (la UP) y del asesinato de tres candidatos presidenciales, la izquierda llegó al poder. Fácil lo van a tener en 2026 para recuperarlo. Salgan a votar en 2026 sin miedo. Pero por favor, dejen de meter miedo con ese discurso aguachento y manido de que Colombia es una dictadura o que Petro se quiere perpetuar en el poder porque ustedes saben que no es cierto. Y si no creen que es cierto que Petro no se va a perpetuar en el poder, al menos deberían saber que no es posible. Y no es posible porque no tendría el apoyo de prácticamente nadie en ese propósito. Ni siquiera de él mismo, que no ha mostrado ningún interés en este sentido.

Entonces déjenle ese circo demagógico a Vicky Dávila o a Andrés Pastrana que ya perdieron toda la credibilidad y ya no importa qué digan, todos sabemos que hacen parte de su propia y estéril campaña política. Y nosotros véamonos en las urnas en 2026 ojalá con argumentos de altura, con debates interesantes y sobre todo con propuestas para el país que tanto las necesita. Aprovechemos las libertades que aún nos quedan y a nuestra democracia, que por imperfecta que sea, aún nos permite elegir. Elevemos el nivel de la deliberación y busquemos en los argumentos ciertos las razones para debatir, pero por favor, no hagan alarde de su ignorancia dándole vuelo a teorías absurdas que no tienen ningún fundamento.

Creí necesario manifestar mi opinión porque para mí es importante defender la democracia, el derecho que nos hemos ganado a gobernar por estos cuatro años y la posibilidad de todos de elegir por nuestras opciones en 2026 como lo hicieron a nivel regional en 2023, con toda libertad y contra el actual gobierno nacional, como es su derecho. Concentrémonos en mantener unas reglas justas que permitan un juego limpio en las urnas, que la Registraduría no sea un apéndice legitimador de un verdadero dictador en el futuro que se pegue de estas teorías de la conspiración para cerrarle la puerta a los gobiernos de izquierda sobre el supuesto de que todos serán como Maduro. La alternancia es sana para las democracias y esto solo lo permite la posibilidad de unas elecciones limpias. Ningún fraude pasará en 2026 y como sociedad debemos garantizar que no pase nunca. Ese debería ser el mayor marco de entendimiento para que ustedes puedan seguir gritando en los estadios “fuera Petro” y para que nosotros sigamos pensando cómo puede mejorar la izquierda para gobernar cada vez mejor. En eso consiste la democracia. No en fabricar miedos para socavar mandatos. Si quieren que Petro y todo su proyecto político se vayan, voten en 2026. Aprovechen que la democracia en Colombia goza de buena salud como nunca antes. Y cuando ganen, lo menos que espero es que defiendan la democracia también para que la izquierda pueda volver también, y así. Eso habla de una sociedad políticamente sana, de una democracia fuerte y de una esperanza no solo para Colombia, sino para toda América Latina. Aprovechemos la democracia que tenemos y que hoy le falta a Venezuela. Ese es el verdadero reto. No defenestrar a un Presidente por un miedo infundado fabricado con las peores intenciones de quienes verdaderamente se han perpetuado en el poder y que ven a Petro como un usurpador de sus privilegios y no como alguien que fue legítimamente elegido en las urnas. Solo piensen, solo reflexionen en dónde está el bien superior. Y este bien superior es la democracia. No hay más. No se dejen manipular más.

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